El artista presidiario

Por Fátima Carrasco

William Sidney Porter (1862) alias O. Henry, uno de los cuentistas más exitosos y populares de la primera década del siglo pasado, tuvo una azarosa existencia. La mayor prueba de su talento fue que nunca escribió sobre ella. Creó, en cambio, centenares de historias de amistad y esperanza y personajes sencillos e ingenuos en medio de estrecheces de toda clase. Vidas detalladas con ánimo de fotógrafo forense o de sociólogo, mostrando la bondad del género antropoide con sutil humorismo, metáforas sui generis y finales sorprendentes.

El desventurado O. Henry fue capaz de crear un amable universo paralelo opuesto a la sordidez de la vida en el mundo triste y enfermo que le tocó vivir. Puede que su cuento más conocido sea “El Regalo de Navidad”, en el que empleó tres horas y una botella de whisky, gracias a la versión made in Disney con Mikey y Minnie recreando a los protas, una pareja de jóvenes pobres de solemnidad, como la mayoría de sus personajes, que sobreviven ahorrando y trabajando al máximo. Cada una de sus historias registra al detalle la vida cotidiana de la gente común de su entorno. Entre las mejores: “El Cuarto Amueblado”, en el que un joven, cuyo nombre no se detalla, busca a Eloísa Vashner: revolotean de un cuarto amueblado a otro, transeúntes siempre: transeúntes en su morada, transeúntes de cerebro y de corazón.

O el triste, aunque humorístico “Dos Caballeros el Día de Acción de Gracias”: Stuffy Pete, vagabundo conocido y el Viejo Caballero: “Me alegro de advertir que las vicisitudes de otro año lo han respetado, dejándolo sano y salvo para vagabundear por este bello mundo”.

O “La Última Hija”, con un abnegado y viejo pintor al cuidado de Sue y Johnsy, dos jóvenes pintoras.

O. Henry escribió la totalidad de sus 600 cuentos durante sus diez últimos años de vida. Hijo de Algernon, médico, se quedó huérfano de madre a los tres años. Lo criaron sus abuelos y su tía paterna, Lina, profesora de su colegio. A los quince años dejó los estudios para trabajar en el drugstore de su tío. A los veinte llegó enfermo al condado de La Salle, en Texas, donde trabajó como peón en el rancho ovejero de un exvecino de sus padres. Después fue a Houston y en 1884 a Austin, donde vivió tres años en la casa de Joseph Harrel. Éste tenía un gato, Henry, inspirador del seudónimo literario -Todos exclamaban “Oh, Henry” ante sus felinas travesuras.

El ya alcohólico William, delineante de la General Land Office se casó en 1887 con Athol Estes Roach, con quien tuvo una hija y un hijo. En 1891 era cajero del First National Bank de Austin. En 1894 fundó el semanario “The Rolling Stone”, un fracaso comercial. Había dejado el banco, en el que se produjo un desfalco. En 1895 fue reportero y columnista del Houston Daily Post, antes de huir a Nueva Orléans, Honduras, México. Una oscura etapa de su vida entre maleantes, según algunas hipótesis.

En 1897 regresó a Austin a ver a su moribunda esposa, momento en que fue encarcelado, enjuiciado y condenado por desfalco a cinco años de prisión en la Cárcel de Columbus, Ohio. En 1898 ya estaba en la cárcel de Sing-Sing, donde escribió su primer cuento, al año siguiente, con fines alimenticios. Se hizo cuentista por necesidad, antes que por vocación.

Tres años y doce cuentos después, en 1901, salió de la cárcel con su nueva identidad —O. Henry, a todos los efectos— y se mudó a Nueva York. Escribió un cuento semanal para The New York World durante tres años, que serían publicados en diversas antologías.

En 1907 se casó con Sara Lindsay Coleman, quien se divorciaría un año des-pués. O. Henry murió de cirrosis -obvio- el 5 de junio de 1910 en Nueva York. Dicen que solo tenía 23 centavos de dólar en el bolsillo. Ese mismo año se publicaron tres antologías de cuentos suyos, además de tres títulos póstumos durante los cinco años siguientes.

En su honor, el premio anual más importante para cuentistas, en los Estados Unidos, hasta hoy lleva su nombre. Lo tienen, entre otros, William Faulkner, Dorothy Parker, Flannery O’Connor, John Updike, Truman Capote, Raymond Carver y Saul Bellow.

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