Chile: saliendo del foso
Por Luis Gonzales Posada
El presidente Boric, el Partido Comunista y políticos radicales de izquierda fracasaron en su intento de aprobar una nueva Carta Fundamental. Para comprender los alcances del rechazo debemos retrotraernos a los violentos episodios ocurridos entre el 18 de octubre de 2019 y el 18 de marzo del 2020.
La crisis se inició cuando modificaron la tarifa del transporte público de Santiago, reduciendo el precio del pasaje en algunos tramos y elevándolo en otros hasta US$ 1.07. Alentados por agitadores extremistas y redes sociales, miles de personas salieron a protestar por todo y contra todo. Demandaban al gobierno reducir el precio de los combustibles, del agua, luz y medicinas, así como mejores pensiones, salarios y servicios públicos, carencias que atribuían a una clase política desacreditada e indolente, al modelo neoliberal, a la derecha explotadora y al imperialismo norteamericano.
La violencia estalló a niveles inexplicables y 118, de un total de 136, estaciones del metro y numerosos vagones quedaron dañados o destruidos. Varias iglesias, entre ellas de la Concepción, con 150 años de antigüedad, resultaron quemadas y delincuentes encapuchados ingresaron a los templos para destrozar las imágenes, sacándolas a la calle para quemarlas y obstruir el tránsito.
Cuando conocí esa información recordé que 227 años antes, durante la revolución francesa, 16 monjas de la congregación carmelitas fueron guillotinadas por el «delito» de llevar una vida conventual y usar hábitos. Una a una, cantando el te deum, las devotas religiosas caminaron al cadalso renovando sus votos y amor a Cristo.
Durante las revueltas en Chile se produjeron saqueos a 200 supermercados, farmacias y tiendas. Las estatuas de los conquistadores fueron derribadas por exaltados manifestantes mapuches. Cuarteles militares y 400 locales de carabineros resultaron atacados con armas de fuego y bombas molotov, como sucedió en el Perú a la caída de Castillo. Ni el toque de queda o el estado de emergencia decretado por el presidente Salvador Piñera calmaron la enfurecida protesta que culminó con la convocatoria a una Asamblea Constituyente.
Por las asonadas se perdieron más de US$ 3,300 millones y 200,000 puestos de trabajo, la moneda fue devaluada, el PIB se redujo un punto y la bolsa cayó 13%. Hubo 34 muertos, 9,000 arrestados, 12,000 heridos y 3,400 hospitalizados, incluyendo 800 carabineros.
La desesperación para solucionar una crisis de cinco meses de duración condujo al presidente Piñera, a su gabinete y a los parlamentarios a respaldar las marchas, que en un momento reunieron a 1.2 millones de personas. Poco después, ante el golpe de masas, se realizó el
referéndum para convocar una Convención Constituyente, que fue aprobado por 78 % de votantes.
Así, en tres años, los asambleístas dieron a luz un mamotreto de 388 artículos y 48 disposiciones transitorias, que no solucionaron nada y complicaron todo. Pretendieron reemplazar el estado unitario por uno plurinacional, inspirado en el pensamiento del demagogo cocalero Evo Morales, constituyendo con tal propósito tribunales de justicia y leyes especiales para los pueblos originarios.
Establecieron, asimismo, en el artículo sexto, que en todos los niveles de la administración pública debe existir paridad de sexos, considerando en una misma categoría a “hombres, mujeres, diversidades y disidencias sexuales y de género”. Alentados por esos dispositivos, en la ciudad de Valparaíso, en un mitin de cierre de campaña a favor del “apruebo”, un colectivo de enajenados travestis autodenominado “las indetectables” subieron al estrado para refregarse por las nalgas la bandera chilena.
Un texto constitucional de muy baja ralea, sumado a los actos de barbarie cometidos por vándalos y extremistas explica por qué el 62% del pueblo mandó al traste el primer deplorable proyecto y nuevamente ha vuelto a rechazar el texto reconfigurado por más de 55% de sufragios. Chile, así, retorna del infierno, de la anomia, para satisfacción de todas las democracias de Latinoamérica y el lamento del bloque del socialismo del siglo XXI, expresado a través del plañidero mensaje del mandatario colombiano, Gustavo Petro, quien, iracundo, dijo el disparate de que «Ha retornado Pinochet”.
La democracia avanza en Chile. También en Argentina con la victoria de Javier Milei y en Ecuador con el triunfo de Diego Novoa. Así comienza a reconfigurarse geopolíticamente el hemisferio, después de 25 años de primacía de regímenes dictatoriales de izquierda en Venezuela, Nicaragua, Bolivia y Cuba, como soporte de inteligencia. Regímenes que tienen la particularidad de perpetuarse en el poder fraudulentamente, violar los derechos humanos, saquear fondos públicos y pactar con potencias extracontinenfales como Rusia e Irán, recibiendo de estos apoyo económico, armas y respaldo diplomático en los organismos multinacionales.