Sin legitimidad no hay confianza
Por Juan Sheput
La política no sólo es conflicto, también se desenvuelve en el mundo de la percepción. Por ello hay que valorar lo que la gente, la ciudadanía, piensa respecto a los gobiernos. Una ciudadanía que no confía es porque percibe que no hay autoridad, capacidad o el peso político suficiente como para impulsar medidas en beneficio del pueblo. Esa percepción, cuando es positiva, es el elemento principal para brindar legitimidad al gobierno, una legitimidad basada, fundamentalmente, en la popularidad o aceptación que pueda tener una administración.
Por eso las encuestas son un instrumento que ningún político debe subestimar. Hemos visto en los últimos días a congresistas y ministros, al mismo premier Albert Otárola, decir que “no trabajan para las encuestas” o que les son indiferentes. Hablar así es un error que corrobora la impericia política de quienes lo pregonan. Una baja popularidad, de un dígito como es en la actualidad, no sólo quita legitimidad a cualquier organismo o gobierno sino que destruye la confianza, insumo elemental para desarrollar políticas públicas en cualquier sector, sea económico, político o de seguridad.
Por eso los gobiernos responsables hacen giros, cambios en la marcha de sus gobiernos cuando no tienen aceptación o popularidad. Lo hizo Alejandro Toledo cuando en medio de una crisis política convocó a Carlos Ferrero como premier en el 2003. Lo hizo Alan García cuando luego del Baguazo, la crisis arreciaba, siendo superada con el nombramiento de Javier Velásquez Quesquen en el 2009. O también Ollanta Humala cuando colocó al confrontacional y efectivo Pedro Cateriano en la presidencia del Consejo de Ministros. Todos ellos se pusieron el gobierno sobre los hombros y dieron un salto hacia adelante dando impulso y refresco a la administración que encontraban en problemas.
Dina Boluarte demuestra su poca experiencia política y la poca calidad de su entorno cuando prioriza criterios amicales antes que los intereses del país manteniendo como primer ministro a Alberto Otárola. Mientras permanezca en el cargo no hay posibilidad de mejora en las políticas públicas o en las decisiones que se tomen por una sencilla razón: no despierta confianza. Y el desgaste que arrastra terminará diluyendo las medidas que adopten los ministros recién incorporados.
Se requiere mejorar la percepción, que la ciudadanía entienda que hay un giro en el gobierno y eso pasa por el cambio del jefe de gabinete Alberto Otárola. El punto de partida de un nuevo momento sería el mensaje del nuevo premier ante el Congreso. Ese momento sería el punto de partida de la recuperación de la legitimidad que construye confianza. En caso contrario, de permanecer Otárola, no esperemos que el deterioro del país se detenga, sino que más bien se profundice.