¿Modificar la estructura universitaria peruana?

Por: Rubén Quiroz Ávila

El Perú tiene uno de los sistemas universitarios cuyas estructuras académicas requieren de una revisión total. Ello va desde el tiempo que se estudia: siguen siendo 5 años cronológicos como mínimo y no hay razones probadas por las cuales debe continuarse con tan extenso tiempo.

Cuando el egresado se inserta en el mercado, este ya se ha modificado. Es decir, hay un desfase de un plan de estudios poco flexible que ha creado brechas de conocimiento ante la velocidad con la cual la realidad está transformándose. 

Los tiempos de estudio tienen que estar amoldados a la naturaleza de la carrera. Se ha metido a casi todas en un mismo saco que en vez de reconocer particularidades las limita y hace innecesaria la extensión temporal.

A ello hay que sumarle que la enseñanza-aprendizaje sigue, en muchos casos, con las formas del siglo pasado: un solo profesor que enseña todas las 16 semanas, metodologías verticales en la que la participación es neutralizada, temas desactualizados, enfoques pedagógicos sin validación, laboratorios masificados, instrumental científico desfasado, etcétera. No solo es la falta de recursos, sino también la poca innovación y, lamentablemente, con una llamativa despreocupación por repensar de manera estratégica la educación universitaria presente. Ya no se trata de imaginar utópicamente el futuro cuando se requiere que sea meditada y modificada en las actuales circunstancias. 

También el modelo de gobernanza universitaria es piramidal y gerontocrático. En las públicas y las asociativas se mantiene la decimonónica idea de que sean los profesores principales quienes ocupen los cargos importantes. Así se ratifica una estructura de poder que privilegia las condiciones de edad y ubicación antes que los criterios de aporte de investigación al país o de formación académica. Desde mi punto de vista, los profesores asociados deberían incorporarse como candidatos para los puestos principales de gestión. 

Por eso la modalidad, sea virtual o presencial, tiene que asegurar la calidad educativa. No se trata únicamente de haberse licenciado con las condiciones básicas de calidad (CBC), indicadas por la Sunedu, porque eso solo es la línea de base. Las universidades de extraordinaria calidad superan esa frontera trazada y son guiadas por una agenda visionaria global. Incorporan ágiles planes de estudio con la suficiente complejidad para encajar con la demanda y, a la vez, consolidan una formación cívica y ética en sus estudiantes. El valor de los cursos generales es crear valor ciudadano y de pensamiento; por ello debe verse no como una obligación normativa, sino como una oportunidad de construir un sistema de valores y una visión reflexiva del mundo. Las universidades tienen un imperativo moral como axioma existencial: ayudar a formar personas responsables y democráticas.

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