La crisis perpetua

Por: Christian Capuñay Reátegui

Desde que tengo memoria, la palabra crisis ha impregnado la mayoría de juicios y análisis respecto al devenir del Perú.

En la segunda mitad de la década de 1980, la crisis era principalmente económica. Nuestro país estaba sumergido en una hiperinflación que corroía los bolsillos de todos, mientras que en paralelo la crisis de seguridad era mayúscula por el peligroso avance de los grupos terroristas en guerra contra el Estado. Buena parte de los cerca de dos millones de compatriotas que viven en la actualidad en el exterior abandonaron el Perú en este aciago período.

Entrada ya la década de 1990, experimentamos una crisis política e institucional por el tipo de gobierno autoritario que dirigió al país, el cual no tuvo reparos en avasallar a las instituciones a fin de asegurar su permanencia en el poder, aun en contra de la Constitución.

En los primeros años del nuevo siglo, la crisis política se acentuó con gobiernos débiles que intentaron maquillar su fracaso institucional y reformista con buenas cifras económicas que se obtuvieron, no por la buena marcha de los motores de la producción, sino principalmente por la prosperidad falaz generada por los altos precios de los minerales.

A partir del 2016, el país experimenta una crisis e inestabilidad política sin precedentes en la historia reciente. Seis presidentes en los últimos ocho años, cuatro de los cuales por motivos diferentes no terminaron su período gubernamental, son la muestra más clamorosa de semejante fracaso institucional. La pandemia del nuevo coronavirus y el casi nulo crecimiento económico que derivó de tal emergencia intensificaron la situación crítica y terminaron por empujar a grandes sectores de la población a la pobreza.

La corrupción, en tanto, impregnó de manchas que salpicaron a casi todos los políticos y partidos importantes, llevando a algunos a la cárcel u ocasionándoles serios problemas legales.

Cuando en el futuro se estudie este período de nuestra historia republicana seguramente se hará mención a una gran crisis política cuya responsabilidad recaerá en la generación de dirigentes que no solo fracasaron en el intento por hacer avanzar al país, sino que también ocasionaron una involución en muchos de los campos más relevantes, como el institucional, los derechos fundamentales y la educación, entre otros.

Para salir de estas turbulencias requerimos de nuevos liderazgos sin deméritos, que encarnen valores positivos y traigan vientos de esperanza y renovación. No necesitamos discursos seudorradicales o improvisadas figuras que terminan encumbradas solo por el rechazo que generan determinados políticos en la segunda vuelta. El Perú requerirá más que eso para salir del hoyo.

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