La simplificación como enemiga de la democracia

Por Juan Sheput

El Montonero


¿Puede haber algo que afecte a la democracia más que la inseguridad, la violencia, la incapacidad gubernamental o la corrupción? Sí, la simplicidad, que afecta todos los elementos de la política del siglo XXI y que es característica de la complejidad.

La complejidad es un fenómeno vigente. Es la incertidumbre permanente como consecuencia de la irrupción de las tecnologías de la información, la globalización, la inteligencia artificial, el activismo de redes que lo han cambiado todo. Como consecuencia de ella, las sociedades están desconcertadas pues no encuentran solución a un estado de crisis permanente. Surgen allí los populistas, la opinología, el empresariado o la política que, al ofrecer soluciones simplistas, liberan del drama de la incomprensión a los ciudadanos desconcertados y que buscan respuestas.

Así surgen una serie de planteamientos que buscan transmitir calma, planteamientos simplificadores por cierto. Van desde que la culpa de todo es de la Constitución y los “caviares” hasta que Dina no se debe ir pues todo sería peor. O el de ampararse en las explicaciones de abogados (una impresionante “abogaditis”) que creen que todo se soluciona cambiando o usando la ley. Con esos argumentos que todo lo convierten en blanco o negro, los ciudadanos y aquellos que no quieren esforzarse en el análisis encuentran respuesta para todo.

Los expertos en complejidad recomiendan que el mejor remedio contra la incertidumbre es aferrarse a los hechos y evitar la especulación o la futurología. Lo dicen porque la complejidad tiene propiedades emergentes; es decir, situaciones que surgen de la nada sin que nadie las haya previsto (el golpe fracasado de Pedro Castillo es una muestra de ello). Y estos hechos revelan que tenemos una presidenta, Dina Boluarte, y un gabinete compuesto en su mayoría por personas que están lejos de dar la talla. Que hay un Congreso que no entiende la política como elemento trascendente sino como simple labor ocupacional que les da buenos ingresos. Que los poderes fácticos delincuenciales ya han penetrado la estructura misma del Estado. Que hay una epidemia abogadil que distorsiona la formación de opinión. Y sobre todo que la continuidad está garantizada cuando no hay cambios, y por eso hay que enfrentar la realidad con firmeza.

Otro elemento es que en medio del desorden la delincuencia, que sí mantiene un orden (por eso es delincuencia organizada) se aprovecha. Entiende mejor el fenómeno. Aprende. Y así entiende que lo mejor que le puede pasar es que se mantenga un gobierno mediocre y débil, pues eso los fortalece y les da tiempo para, en el próximo proceso electoral, por la vía democrática tomar el control del Estado. A esa situación estamos marchando, a la posibilidad de un Estado tomado por poderes nefastos, de la cual no se pueda dar marcha atrás.

Lo mejor para el Perú es que la presidenta Dina Boluarte renuncie y empiece una transición a un nuevo gobierno mediante elecciones generales. Dos años más es demasiado para un país que luego de haber sido modelo en América Latina llega a su Bicentenario con el peor gobierno de toda su historia.

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