La verdad y la política
Por: Dante Olivera
Hace poco escuché una frase reveladora de un reconocido politólogo argentino con la cual coincido plenamente: «La verdad y la política nunca fueron amigas». En efecto, ¿qué relación podría existir entre la verdad (inherentemente filosófica y científica) y la política (más ligada al poder y sus dinámicas)? A mi juicio, poca o ninguna. A lo largo de la historia de la humanidad, esta tensión ha quedado evidenciada desde la condena a muerte de Sócrates hasta los totalitarismos nazi y comunista del siglo pasado.
Al observar el caso peruano, no puedo sino confirmar la validez de esta afirmación: ¿Acaso no fue la falsa promesa toledista de una “transición” democrática y un “nuevo inicio” lo que desencadenó un megaescándalo de corrupción, el cual recién hace pocos días obtuvo una sentencia? ¿No fue el lema de “no más pobres en un país rico” lo que nos trajo al presidente más improvisado e ignorante de las últimas décadas? ¿O aquel discurso de ser el único partido que “venció” al terrorismo de los años noventa y “lucha” contra la izquierda lo que permitió que una cierta candidata llegara a segunda vuelta en tres ocasiones, para perderlas todas? Actualmente, ¿dónde está la realidad en el discurso de los llamados “padres de la patria”, quienes promueven leyes cuestionables con consecuencias negativas para la ciudadanía, pero beneficiosas para ellos mismos? Peor aún es la creencia de que todas las protestas por la ola de criminalidad están politizadas o son promovidas por comunistas.
Los políticos, en general, parecen enemigos de la verdad, lo cual se evidencia en sus acciones cotidianas; sin embargo, esta hostilidad hacia la verdad no se limita a nivel nacional, sino que también parece incrustarse en quienes representan “el futuro del Perú” mediante la política universitaria.
Recientemente, en las elecciones de la Universidad de San Marcos, no se observaron mayores irregularidades en el proceso, salvo en algunos sectores que, de manera superficial, buscaban sabotear esta “fiesta electoral” por intereses no estudiantiles, sino meramente políticos y partidistas. Así como en el ámbito nacional, la política en San Marcos también actúa como enemiga de la verdad. Aun en esta era de acceso a la información, pocos se atrevieron a investigar a fondo lo que realmente estaba ocurriendo, haciendo caso a los politiqueros que defendían una ética egoísta en favor de sus propios intereses. La verdad está perdida si nadie se atreve a buscarla, y aún más, si nadie está dispuesto a defenderla una vez encontrada.
La política, ya sea en San Marcos, en el ámbito nacional o en cualquier otra parte, no responde al interés común ni al bienestar general (el cual, en mi opinión, es el mayor engaño jamás inventado). Esto, en sí mismo, no sería necesariamente malo; lo criticable es que se propague esta mentira como si fuera una verdad. Lo que ha ocurrido a lo largo de la historia mundial, lo que sucede en San Marcos y lo que pasa ahora en nuestro Congreso y otras instituciones, no es más que una confirmación de la frase inicial: la política y la verdad nunca fueron amigas.
En este punto final, planteo una disyuntiva importante: o somos partidarios de la política y de los políticos, o somos partidarios de la verdad. Considero que, ya sea desde la ética de la convicción o de la responsabilidad, es moralmente correcto ser partidarios de la verdad: buscarla, difundirla y defenderla. La mejor forma de hacerlo es no confiando en aquellos que se llaman a sí mismos políticos ni en quienes hacen política, y denunciando su falta de verdad en las ocasiones pertinentes, especialmente cuando esas mentiras traen consecuencias directas para nuestra comunidad. La verdad, y la academia, deben estar siempre por encima de la política.