Locuras covidianas

Por: César Félix Sánchez – El Montonero
El Ministerio de Salud de nuestro amado líder Pedro Castillo ha anunciado la práctica obligatoriedad de la tercera dosis de la vacuna contra la enfermedad del coronavirus para mayores de 50 años. En este punto se ha manifestado aún más rígido que Emmanuel Macron, que solo la estableció para algunos sectores de la población, como bomberos o cuidadores de ancianos.
Pero donde se bate el récord de «rigidez» seudoprusiana –igual que con las rigurosas medidas contraproducentes del vizcarrato– es cuando se establece un valor casi idolátrico al carnet de vacunación que, a diferencia de Francia y Alemania, países para nada laxos en sus aproximaciones a la pandemia, no puede ser reemplazado por una prueba de IGG que mida anticuerpos de infección reciente (y que, por lo menos durante varios meses, son mucho más efectivos que la vacuna: me consta por experiencia personal que una persona vacunada con las dos dosis en agosto tenía cien veces menos anticuerpos que una persona que tuvo la infección en junio: ambas se hicieron un examen serológico a fines de noviembre) o que una prueba negativa de PCR reciente. Solo el sacrosanto carnet.
Por otro lado, a fines del año pasado, el presidente anunció con bombos y platillos que el Perú había alcanzado el 80 por ciento de vacunados entre la población objetivo. ¿No que ese era el objetivo? ¿Se acuerdan de la «famosa inmunidad» de rebaño tan cacareada, que era la meta de la vacunación? Pues ahora parece que el objetivo es el 100 por ciento o el 200 por ciento. Y así como empiezan ahora con la tercera dosis, mañana decretarán la cuarta.
Además, ha aparecido una nueva categoría de enemigo de la humanidad: el no-vacunado. A tal extremo ha llegado el odio hacia esos individuos, que se les acusa paradójicamente de ser los prolongadores de la enfermedad y se exige, desde las redes sociales políticamente correctas, que se les niegue el tratamiento médico. Cosa inédita y nunca vista antes, ni siquiera contra genocidas. Ya se empiezan a ver los colores del maravilloso mundo feliz al que nos encaminamos, de mano de los expertos y de su ciencia.
Pero hay alguien que ha superado en rigor vacunador al mismo Gobierno de Pedro Castillo: se trata, ni más ni menos, que del gobierno episcopal del muy misericordioso y cristiano Carlos Castillo Mattasoglio, que ha hecho obligatorio el carnet de vacunación para entrar a las iglesias limeñas y participar de los sacramentos. Porque, al menos el gobierno castillista ha liberado de la exigencia del carnet sanitario a las comisarías, farmacias y bodegas. No quiere que los antivacunas mueran de hambre, porque el objetivo es proteger sus vidas, ¿no? Pero para el misericordioso Castillo Mattasoglio la iglesia tiene las puertas abiertas para todos, marxistas, abortistas y etc., menos para los no vacunados. Ni siquiera los dejará entrar para que se convenzan ante los invencibles argumentos de su púlpito y sacarlos así de las tinieblas de su error. Nada que ver: a la gehena con ellos. La opción preferencial de Castillo Mattasoglio no es por los pobres, los «descartados» y «marginados», sino por Pfizer y otros ilustres benefactores de la humanidad reunidos bajo el rótulo de Big Pharma. La teología de la liberación terminó siendo teología de la vacunación. Gracias a Dios que otras arquidiócesis no han llegado a esos extremos de «piedad sanitaria» en el Perú.
Se dirá que hay que hacer caso a los «expertos» y la «ciencia» que ahora nos aconsejan someternos a una terapia experimental llamada vacuna, no sabemos hasta cuándo ni cuánto. Pero veamos algo de los expertos. «La chance [de que el coronavirus llegue al Perú] es muy baja (…).En caso de que llegue, será tardíamente y no en gran número de casos», decía el epidemiólogo Eduardo Gottuzo en una entrevista en un medio muy serio de febrero de 2020, destinada explícitamente a luchar contra la desinformación, los rumores y las fake news.
Que nadie se sorprenda de esos groseros errores entre los expertos y los divulgadores. Así son las ciencias empíricas: observan lo contingente que, por definición, es variable y sujeto al error. Lo que no está sujeto al error, lo que no varía nunca, son las verdades metafísicas respecto al hombre: que, por su condición de persona, está investido de una dignidad inalienable y es libre. Estas verdades, trágicamente, están siendo cuestionadas por expertos que andan a ciegas y cambian de libreto cada tres meses y que, sin haber sido elegidos por nadie, están gobernando a los gobernantes.