Jubilarse en la universidad
Por: Rubén Quiroz Ávila – Presidente de la Sociedad Peruana de Filosofía, profesor universitario

A todas las personas que han entregado su vida a una organización les corresponde, al final de su carrera laboral, tener una jubilación digna.

Para que ello suceda debe considerarse, además de los reconocimientos simbólicos, una pensión suficientemente razonable para no pasar a la precariedad, que es lo que sucede con una de las poblaciones que conforman el sistema universitario. Los catedráticos de las universidades públicas son retirados forzosamente a los 75 años y, la mayoría de ellos, arrojados a una pensión incluso menor al sueldo mínimo. Es trágico que los docentes, además de tener sueldos bajos, se le condene a una agonía que contraviene cualquier principio de una vida honorable.

Hay quienes, con el pretexto de la renovación docente, justifican que se pase al retiro sin más, como una ejecución, a los colegas. Esa forma ominosa y pérfida de emplazamiento es contraria a la grandeza de las mentes que han formado a miles de profesionales. Lo triste de estos inmisericordes impulsadores es que se camuflan en el flujo natural de recambio generacional, pero sin antes haber asegurado que la salida del sistema educativo debe estar respaldado por un reconocimiento financiero respetable, una retribución de salud adecuada y que no los sentencie a la inestabilidad como está sucediendo ahora. No es posible sacarlos de la dinámica de la vida universitaria sin antes haber logrado una pensión decente. Es desalmado que se extienda solo un frío aviso del fin de su etapa universitaria. Solo una boleta como despido, un número rojo en alguna plantilla de Excel. Inmerecido para uno de los grupos que más aportan al desarrollo de nuestro país.

Toda etapa laboral debe culminar de la mejor forma posible, pero ello no está sucediendo en el ámbito de la educación superior. Más que un retiro noble, parece un castigo. Ello va a originar que se procure mover las reglas para extender la permanencia en las organizaciones universitarias, cuando lo más saludable es que se asegure las mejores condiciones y una renta humanitaria. Y no es por piedad o generosidad repentina, sino porque es la forma correcta de cerrar ese círculo maravilloso de tener bajo su cargo tantas generaciones formadas por nuestros venerables colegas. Muchos de nuestros docentes mayores están lúcidos, brillantes, con facultades para seguir en la larga lucha de la enseñanza. Y es ventajoso que nos sigan acompañando en la vida académica.

Es que la enseñanza universitaria es una de las maneras más sublimes de entregar conocimiento, de compartirlo generosamente, de pensar y actuar convencidos de que se puede influir positivamente en los jóvenes que nos permiten acompañarlos y darles orientación. Por eso, cuando llegue lo ineludible, la jubilación de nuestros maestros, tiene que ser con todos los honores, fundamentalmente con una asignación económica a la altura de su entrega al saber.

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