La desconfianza empresarial en el Perú
Por Raúl Mendoza Cánepa

El inversionista no ve lo que ocurre hoy. En la economía hay un efecto arrastre. Vale decir, Juan Velasco Alvarado gobernó alentando el gasto, montando un aparato estatal inmanejable e impulsando reformas que podían ser románticas, pero que nos pasarían factura. El dictador moriría sin ver su nefasta obra: el campo arruinado, empresas públicas en rojo y más tarde una democracia que cargaría con el enorme pasivo de un docenio errado.

Todo se paga más tarde en economía. Nadie preveía una pandemia y un mal manejo que sería seguido por la elección de un presidente radical, comunista, ligado a senderistas, con una bancada peor que la media histórica y ávido de levantarse al Estado. ¿Qué inversionista podría pensar que, en su análisis de fortalezas, oportunidades, debilidades y amenazas, el Perú sería tan impredecible y errátil? ¿Qué inversionista imaginaría a una primera ministra (Mirtha Vásquez) cerrar minas y dar stop a la creación de riqueza? Casi dos millones de peruanos y sus familias dejarían de ser pobres con minería plena, pero el socialismo es una fábrica de miserias. Le llaman “consecuencia”.

Así que la desconfianza empresarial en el Perú no nace con la presidenta Dina Boluarte; la recesión, la inflación, el desmadre de los inversionistas viene de atrás porque siempre se pasa factura años después. Y si nos remontamos a la necedad del Gobierno de Ollanta Humala y su absurda apuesta por la refinería de Talara y por ese elefante blanco llamado Petroperú, verán en gráficas que esta empresa pública ya iba mal, pero cae al abismo desde 2011, o sea, desde Humala. 

¿Y cómo pedir que confíen en el Perú si las brisitas bolivarianas vienen con crimen transnacional y ninguna estrategia presidencial de respuesta? Con la mejor policía del mundo, aunque maltratada, volvamos a la PIP. No, señora, el estado de emergencia sin estrategia de inteligencia, rastreo y cerco previo no sirve; tampoco la emergencia segmentada en distritos superpoblados, que registran más crimen… porque son superpoblados, como las zonas cocaleras perseguidas, migran a la tierra del vecino.

¿Y cómo pedir que confíen en el Perú si buena parte de los congresistas dan vergüenza? ¿Un Congreso fragmentado que se neutraliza en votos, pero que une sus extremos Dios sabe por qué? ¿Y cómo pedir que confíen en el Perú si cualquier extremista con metralleta o ideario delirante puede ser presidente y hasta ser votado por los pobres del Ande y los alpinchistas de San Isidro? ¿Y cómo pedir confianza si el Tribunal Constitucional cree más en la resocialización de cualquiera que en la prevención social?

¿Pedir confianza al empresario cuando la agenda de quienes casi tenían el poder y cuya vicepresidenta gobierna era cambiar la Constitución de 1993 por un adefesio chavista? Si Boluarte se apartó de la línea castillista es porque no le quedaba otra. Fouché hizo lo mismo porque cambiar era sobrevivir en la Francia de Guillotín y en el Perú de un Castillo con sangre en el ojo.

¿Y cómo pedir que crean en el Perú si nos hubiéramos ayudado en la posible crisis alimentaria si Agricultura hubiera comprado urea, pero hasta en las desgracias el entorno de Castillo la buscaba para sus bolsillos?

El Perú es confiable y diverso, una pena que sea echado a perder por ladinos y miserables.

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