Los pobres, nuestros hermanos

Por: Javier Del Río Alba – Arzobispo de Arequipa

El mensaje del Papa Francisco para la VII Jornada Mundial de los Pobres, que celebramos este domingo, parte de un episodio que está relatado en el Antiguo Testamento. El anciano Tobit, un hombre justo del pueblo de Israel, creyendo que se acercaba el momento de su muerte, le dice a su hijo Tobías: «Hijo, acuérdate del Señor todos los días. No peques ni quebrantes sus mandamientos. No vayas por caminos de iniquidad…Da limosna de cuanto posees; no seas tacaño. No apartes tu rostro del pobre y Dios no lo apartará de ti» (Tob 4,5-7). Bello “testamento espiritual” de un padre a su hijo, lo llama el Papa, y parte de él para decirnos que «cuando estamos ante un pobre no podemos volver la mirada hacia otra parte», porque cada pobre es nuestro prójimo y, además, porque apartar el rostro del pobre «nos impedirá encontrarnos con el rostro del Señor Jesús». Vuelve así, Francisco, a lo que tantas veces ha dicho en estos años de su pontificado: en los pobres hay una presencia, misteriosa pero real, de Jesucristo. De hecho, lo dice el mismo Jesús cuando, refiriéndose a los pobres, afirma: «lo que hicieron a uno estos, mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicieron» (Mt 25,40).

Lamentablemente, en el mundo actual se va perdiendo de vista esta verdad revelada por Dios y se va globalizando una cultura hedonista e individualista en la que, en palabras del mismo Papa: «Lo que es desagradable y provoca sufrimiento se pone entre paréntesis, mientras que las cualidades físicas se exaltan, como si fuera la principal meta a alcanzar…Los pobres se vuelven imágenes que pueden conmover por algunos instantes, pero cuando se encuentran en carne y hueso por la calle, entonces intervienen el fastidio y la marginación. La prisa, cotidiana compañera de la vida, impide detenerse, socorrer y hacerse cargo de los demás». Y esto no sólo en las calles; también muchas veces el mundo del trabajo está marcado por el desorden ético: muchas personas se enriquecen a costa del trabajo de los demás, abusan de su necesidad de generar algún ingreso para sostener a la familia y les imponen jornadas inhumanas a cambio de una retribución que no corresponde al trabajo que realizan.

Ante esta realidad, el Papa Francisco muchas veces ha dicho que los pobres no son meros números de estadísticas, y en su presente mensaje nos recuerda que «son personas, tienen rostros, historias, corazones y almas. Son hermanos y hermanas con sus cualidades y defectos, como todos, y es importante entrar en una relación personal con ellos». Dar limosna a un pobre o dar dinero a la Iglesia o a una organización de bien social para que ayuden a los necesitados es una buena obra; pero los pobres esperan y necesitan mucho más de nosotros. Necesitan saberse y sentirse amados por nosotros. Por eso, dice también el Papa, la vocación de todo cristiano ante los pobres es implicarse en primera persona: «el interés por los pobres no se agota en limosnas apresuradas; exige restablecer las justas relaciones interpersonales que han sido afectadas por la pobreza». Pidámosle al Señor que nos ayude a brindar especial atención a tantos hermanos nuestros pobres que nos necesitan.

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