Otra vuelta al sol

Por: Rubén Quiroz Ávila

La vuelta al sol es también un ritual cultural. Lo asumimos como un círculo que nos obliga a revisar lo sucedido en este año. Asumimos que lo aprendido nos hará mejores. Que los errores cometidos no volverán a suceder. Que no tropezaremos con la misma piedra. Y así una serie de juramentos que lo hacemos como un mantra para consolarnos. Nos lo repetimos con optimismo teológico cada fin de año. Pero luego, los 365 días posteriores a esa esperanza lanzada incluso con cábalas y ceremonias graciosamente esotéricas, cual seguidores de Sísifo, mucho de lo que juramos no hacer, lo hacemos de nuevo. Con esa ceguera del obtuso. Como una tragedia o como una comedia, según los resultados y las interpretaciones.

A la vez, nos repetimos, incluso a solas o abrazados a nuestros seres queridos que todo será mejor el próximo año. Es decir, renovamos alguna forma de fe. Una fe sobre nosotros mismos que, además, requerimos con urgencia vital. Que los sueños pueden (y deben) continuar, aunque con constantes dosis de realismo necesarias. Más en un país como el nuestro, en el que la realidad invade totalmente la cotidianidad y nos da constantemente duras lecciones de aterrizaje forzoso. Pero es imprescindible que un fragor de esperanza nos recuerde que no todo está perdido. Que en la larga noche oscura hay una mano protectora, acaso un destello generoso, que nos indique la salida o, cuando menos, la bifurcación de otro camino. Que otra ruta es posible.

Por eso, no solo es una fecha en el calendario, no es un simple número para marcar, es un recordatorio histórico de que hay razones para agradecer la vida y a todos aquellos que nos ayudaron de muchas formas en nuestro andar. La gratitud es imprescindible, una ofrenda desde el corazón para esas personas que nos consolaron, que no nos dejaron solos, que nos detuvieron en el extravío, que nos recordaron lo valiosos que somos. Estamos enraizados en una comunidad que nos soporta, nos empuja, nos protege. A veces podemos parecer cínicamente solos, pero es posible que alguien haya hecho algo por nosotros. A esas columnas de luminosidad, a esos ejes de resistencia emocional, a ese grupo, que suele ser muy pequeño, o tal vez a un solo amigo es que debemos mostrarle con humildad, con nobleza, toda nuestra gratitud.

También ello nos recuerda que nos toca hacer el bien, que nuestros vínculos deben ser hospitalarios, pródigos, desprendidos, que nuestra presencia impacta positivamente en otras personas. Que las acciones que realicemos pueden ser decisivas. Así es que no seamos duros con nosotros mismos. Perdonémonos, si fuera necesario. Que hay que seguir ligero en el vuelo, dejando de lado aquello que nos vuelve lentos, pesados, agotados. Que es todavía posible seguir amando, luchando, creyendo. Que, si queremos, haya otra oportunidad.

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