Los vientos de Mario Béjar

Por Giovanni Barletti

(“Ninachay”, Mario Béjar, 2024)

Dijo Martín que no ejerció nunca el derecho porque la prosa forense le parecía horrenda, lo que es cierto las más de las veces, sin embargo consta que existen muchos abogados-escritores que desgastan a la musa tipeando reconvenciones, bajadas de autos y, los menos afortunados, decretos iguales; y entre todos estos persisten unos cuantos que son capaces de crear escritos bonitos, de esos que no puedes reemplazar una palabra por otra, tal como lo hacen en sus ficciones. Me gusta pensar que Jorge Béjar radica en este último grupo y llama la atención su formación jurídica importante ya que ser fiscal requiere tiempo y las ficciones exclusivas y excluyentes no deben estar muy de acuerdo con eso.

Ahora el libro. “Ninachay” es una de esas novelas que se leen de un solo tirón porque se necesita conocer el desenlace, trama misteriosa que pellizca lo policial sin la inesquivable postura maniqueísta que caracteriza a estos libros y lo digo porque en “Ninachay” todos los personajes son malos, no existe esa ansia de redención ni el caudillismo peruano de cambiar un poquito el mundo, cada capítulo lleva el nombre de un personaje seguido de un fenómeno meteorológico y lleva a pensar en las fuerzas de la naturaleza y los hombres que tienen un solo camino o salida que es la maldad inherente.

Para el maestro Cesare Lombroso los hombres nacían malos y se notaba en ciertos rasgos corporales como la nariz, las orejas o el mentón, lejos del ideal redentor del hombre que escoge lo que quiere ser al segundo subsiguiente, causa similar tienen los personajes de Béjar para comer perros y personas y patrocinar como abogado al asesino de la chica que se ama, situaciones tan disímiles que llevan a pensar que sucedieron en realidad aunque ya dijo MVLL que las buenas novelas dicen la verdad y las malas mienten.

Consta que cuando uno es abogado y escritor le cuentan historias todo el tiempo que al ser reproducidas suenan intragables, más con las labores que desempeña Mario Béjar y separar la verdad del caso, pese a la curiosidad, sería un despropósito.

Leída la novela en tres noches y con la alegría en el cuerpo de las historias sin finalizar que aguardan en el escritorio, “Ninachay” cumplió largamente aunque queda el sinsabor de una corrección y edición que pudieron ser mejores e impiden al libro despegar y volverlo memorable.  

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