¿BIENAVENTURADOS LOS POBRES?

Por: Javier Del Río AlbaArzobispo de Arequipa

En el evangelio de este domingo, san Lucas nos presenta algunas de las bienaventuranzas reveladas por Jesús y también algunas de sus advertencias. Jesús anuncia que son bienaventurados los pobres, los hambrientos, los que lloran y los perseguidos por ser discípulos suyos; y dice «¡Ay de ustedes!» a los ricos, los hartos, los que ríen y los que son aclamados por la gente (Lc 6,20-26). Como dijo san Juan Crisóstomo, estas palabras no son sólo para los discípulos de Jesús, sino para todos los hombres (Homilia 15). Nos presentan el camino de la verdadera felicidad, muy distinto al que nos presenta el mundo. El mundo nos dice que para ser feliz hay que tener dinero, saciarse de todo lo que uno desea, pasarla bien, tener éxito y ser aceptado por los demás. Gran engaño que cada vez se propaga con más facilidad a través de las redes sociales, las series de televisión, el streaming, las películas de cine, las aulas de no pocas escuelas o universidades…y hasta la vida diaria en la que parece que triunfan quienes se enriquecen a costa de los demás, los que usan el poder en favor de sí mismos, los tramposos, los violentos, los corruptos.

Las bienaventuranzas, en cambio, nos transmiten la verdad de las cosas, la escala de valores de Dios, que es la única verdadera y que dura por siempre. En ellas resplandece la nueva imagen del hombre y del mundo que Jesús inaugura con su propia vida. Como escribió el Papa Benedicto XVI: «Son promesas escatológicas, pero no debe entenderse como si el júbilo que anuncian deba trasladarse a un futuro infinitamente lejano o sólo al más allá. Cuando el hombre empieza a mirar y a vivir a través de Dios, cuando camina con Jesús, entonces vive con nuevos criterios y, por tanto, ya ahora está presente algo de lo que está por venir» (Jesús de Nazaret, p. 98). Vivir con Jesús, en comunión con Dios, nos introduce en la verdadera alegría, aquella que no se pierde ni siquiera en los momentos de sufrimiento o dificultad, porque vivir con Jesús es comenzar a participar ya, en este mundo, de su vida divina y, con ella, de su victoria sobre el mal, el pecado y la muerte. Descubrimos entonces que la felicidad no nos viene de los bienes materiales ni de los éxitos mundanos, sino que nos viene de Dios, fuente de alegría desbordante que nunca se agota.

Las bienaventuranzas nos revelan también el rostro de Jesús: Él nació en una familia pobre y vivió pobre siempre, Él lloró con nosotros y por nosotros, fue perseguido y asesinado de modo injusto; y también fue el primero en experimentar en este mundo la plenitud del gozo del Espíritu Santo (cfr. Lc 10,21), el primero en vencer la muerte, resucitar y ser cubierto de gloria en el Cielo. Como ha dicho el papa Francisco, a través de las bienaventuranzas Jesús abre nuestros ojos a la realidad: «Estamos llamados a la felicidad, a ser bienaventurados, y lo somos desde el momento en que nos ponemos de la parte de Dios, de su Reino, de lo que no es efímero sino que perdura para la vida eterna» (Angelus, 17.II.2019). Las bienaventuranzas no son leyes que debemos cumplir en nuestras fuerzas humanas, que nunca serían suficientes, son la obra que Dios quiere realizar en nuestra vida, el fruto de su presencia en nosotros, que nos hace verdaderamente felices (Francisco, Catequesis, 29.I.2020).

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