El autor de «El cobarde»

Por Fátima Carrasco

Vsévolod Garshin fue el mejor escritor joven de su generación, según Tolstoi. Su breve e intensa obra, formada por una veintena de relatos, fascinó a Iván Turgénev, quien consideró a Garshin su sucesor, destacando su temperamento artístico, su fino y acertado entendimiento de los rasgos característicos de la vida, tanto particulares como universales, sentido de la verdad y la mesura, simplicidad y belleza en las formas y, como resultado de todo ello, una gran originalidad.

Garshin nació en 1855 en Járkov, Ucrania, en la finca de su abuela, Ocho años después su madre abandonó a la familia. Garshin ingresó en la Escuela de Minas de San Petersburgo a los 19 años, por orden de su severo progenitor. Dos años antes, el hermano mayor del escritor en ciernes se había suicidado, inaugurando así una especie de luctuosa tradición familiar. Garshin se enroló como voluntario en la guerra ruso-turca a los veintidós años, en el regimiento 138 de infantería Boljov.

Tras ser herido, regresó a San Petersburgo. Sus traumáticas experiencias bélicas inspiraron Cuatro días, relato con el que logró la fama y reconocimiento repentinos. Cuatro días son los que pasa Ivanov, un soldado herido junto al cadáver de un soldado enemigo, entre privaciones, incertidumbre y reflexiones sobre la condición humana y sus errores de percepción.

Los conflictos bélico-morales y la humillante vida cuartelaria figuran en “El cobarde” y “El asistente y el oficial”.

En 1879, un año antes del primero de sus colapsos mentales, por el que estaría internado dos años, escribió uno de sus más notables relatos: “Dos pintores”. El joven aunque lúcido Garshin se inspiró en su amigo y paisano, el pintor Iliá Yefímovich Repin para crear a Riabipin, un pintor sensible y rebelde dedicado a reflejar las tribulaciones y el ánima de la patria (Repin pintó, entre otros, su famoso “Los sirgadores del Volga” y un retrato de Garshin que puede verse en el Metropolitan Musem de Nueva York). El antagonista y colega de Riabipin es Dedov, el paisajista pretencioso, oportunista y —cómo no!— exitoso, quien no puede asimilar, simplemente, la honestidad y ausencia de ambición de Riabipin, quien, por su parte, reflexiona: “Me parecen raras éstas personas que no son capaces de encontrar una satisfacción completa en el arte”.

El figurón contrapuesto al sujeto con valores y ética es el tema, también, de “El encuentro”.

En “La noche”, Alexéi, suicida frustrado, ve en una estrella la solución a su destino: “Recordó que la pena y el sufrimiento que tuvo ocasión de ver en la vida, la auténtica pena cotidiana ante la que toda su hermosura no significaba nada”.

“La flor roja”, dedicado a Turguénev, es otro perturbador relato sobre la enajenación mental, en la que Garshin, por desventura, era experto.

Un personaje complejo, lleno de matices es Nadezhda, la ilustrada demi-mondaine presa de dudas y decepciones existencialistas, protagonista de “Un suceso”.

Con una trayectoria literaria consolidada, parecería que el “barín” -apelativo usado para dirigirse a la gente de su status con respeto- llegaba a una etapa de estabilidad y madurez. En 1883 se casó y como su personaje Riabipin, obtuvo un empleo discreto en todos los sentidos en la Compañía Rusa de Ferrocarriles. Era uno de los escritores más leídos y apreciados, pero la literatura no resultó terapéutica para El Hamlet de nuestro tiempo, como le denominaba el vate y crítico P.F. Yabukóvich.

En 1887 escribió el último de sus relatos: “La señal”. Semión, excombatiente de la guerra de 1878, lleva una vida miserable hasta que, tras un encuentro fortuito con otro exmilitar, logra ser peón ferroviario. Así traba conocimiento con su vecino y colega Vasili, víctima de la injusticia: “No es la vida la que nos devora el talento, la suerte, sino la gente”. Tragedia, heroísmo y sacrificio tolstoiano en su despedida. Ese mismo año sufrió otro episodio depresivo.

En 1888, a los 33 años, emuló a sus dos extintos hermanos y se suicidó saltando por la escalera del quinto piso de su vivienda, en San Petersburgo. Murió tras seis días de agonía en el Hospital de la Cruz Roja. La triste noticia causó una gran impresión entre sus coetáneos y entre los jóvenes intelectuales, entre quienes era popular y apreciado. Fue enterrado en el cementerio Volkov, cerca de Turguénev y donde Leonid Andreiev, su más fiel continuador, le acompañaría años después.

En boca de uno de sus personajes dijo: “Pienso que en todas partes sé ver el mal existente y por lo tanto huyo de ése mal”.

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