Cuarentena pandémica, cinco años después

Por: Rubén Quiroz Ávila

REFLEXIONES

Hace cinco años, el gobierno de ese entonces declaró una repentina y desordenada cuarentena, como un modo de reducir la rápida extensión de la pandemia global en ciernes. A muchos, ese imprevisto aislamiento los sorprendió de tal manera que no retornaron a los lugares que dejaron. Y, claro, tampoco volvieron a ver a sus compañeros por largo tiempo o, tristemente, no se reencontraron jamás.

En ese regreso obligatorio a casa, hubo una conmoción doméstica. Acostumbrados a salir todo el día a laborar y a pocas horas para la vida familiar, inesperadamente, había que quedarse en el hogar. Para algunos se convirtió en una maravillosa oportunidad de redescubrimiento filial, de tener un tiempo exclusivo para reconectarse con la fuente de amor más luminosa. Lo que antes era una excepción en medio del maremágnum cotidiano, que cada día pudiera significar compartir más momentos era una experiencia única que, acaso, había sido olvidada o dejada de lado por esa intensa forma de habitar nuestro país. Para otros, ese retorno a casa y el trabajo híbrido a la par, fue demasiado, incluso hay casos de separaciones y rupturas.

Pero es fundamental recordar que también desnudó nuestras precariedades colectivas. Una infraestructura hospitalaria precarizada y que fue sobrepasada, tanto por una gestión inadecuada e ineficiente, así como la altísima, masiva y grave situación de pacientes que requerían ayuda con urgencia. Todo fue desbordado. Principalmente la esperanza. Así, más de 200,000 fallecidos en el Perú, como resultado de esa cadena de inviabilidad y tragedia, fueron una clara consecuencia tanto de nuestras derrotas como país posible que no supo defender a sus ciudadanos. Más allá de los esfuerzos individuales y los gestos de conmovedora solidaridad, se reveló una infraestructura dramáticamente colapsada y algunos individuos, en el colmo de la insania, se aprovecharon de las dolorosas circunstancias para sus propios y oscuros fines.

Un quinquenio después poco hemos aprendido. Estamos aún envueltos en una espiral de desesperanza. El miedo se ha incrementado y ya no solo por un calvario de salud. Sin embargo, es clave no olvidar a nuestros seres queridos, amadas existencias, almas únicas e inolvidables, que hace unos años perdimos en la pandemia. Fue desmedida la devastación que sentimos, la inmensa aflicción, ese cataclismo interior inevitable. Pero en medio de la pena, de esa larga pesadumbre, también hubo un fragmento de luz, gestos de protección y ayuda que le dieron algo de humanidad a la desdicha. Nuestra gratitud a aquellos héroes que incansablemente siguieron dando fe y consuelo en momentos tan lóbregos.

Si hemos incorporado en nosotros el valor de los instantes, la trascendencia de cada momento compartido con aquellos que nos dan felicidad y paz, de ser sumamente agradecidos y vincularnos sanamente con los otros, tal vez hayamos aprendido la lección.

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