VITAMINA A DE ÁNGELES

Por Juan Manuel Zevallos Rodríguez. – Psiquiatra
Todos aquellos que hemos llegado a este lugar tenemos los dones necesarios para construir vida y para enseñar. No dejes que los dolores de las lágrimas negras mojen tu corazón con su flujo de desasosiego y frustración. Llegué a este nido de amor, llamado La Escuela de la Vida, el mismo día que tú, mi hermano del alma, hemos recorrido caminos similares y me sorprende la actitud que hoy evidencias mas no deseo contaminarme por aquellas palabras llenas de confusión que tu mente arcaica desea que creas. Eres valioso e importante, para mí, para la vida y para aquellos que esperan una palabra dulce de tus labios.
Deja de pensar “que la noche está estrellada y que tiritan azules los astros a lo lejos”, deja de creer en el dolor, te conozco y sé “que de ahora en adelante tus versos estarán iluminados por la tea de este encuentro” y por una historia de compromiso que acabo de escuchar y que deseamos compartirla contigo, amigo de tanta dicha y sabiduría:
“Hoy en la mañana, vinieron dos querubines a visitar La Escuela. La recorrieron por completo en compañía del maestro Bucay. Valoraron las conductas de los compañeros del nivel superior, los que estudian en el pabellón de enfrente y antes de partir mostraron los resultados de su evaluación. Señor Maestro Bucay, dijo el más alto de ellos, hoy temprano hemos compartido el servicio espiritual en la capilla de La Escuela y luego hemos pasado a departir el desayuno con tus estudiantes más aventajados. No podemos negar que ambas actividades han estado llenas de los dones del bien, la paz en la primera, la alegría en la segunda. Pero, aún les falta mucho por aprender. Interrumpió su discurso y el segundo, más bajo y vestido de blanco y amarillo, continuó dando los resultados de la evaluación. ¡Sí!, les falta mucho, señaló disgustado, y seré muy didáctico al explicarle las razones de nuestra severa conclusión. Cuando salían de la capilla, aquellos buenos chicos que hay en todo lugar sacaron con alegría, sin que nadie lo pidiera dos sillas, evidentemente con la intención de sentarse en una de ellas (en el comedor) y para ofrecer la otra a alguien que lo necesitará. Y vimos, ambos, sorprendidos, que había los que son parte “de la mala hierba” que salieron del templo con las manos vacías, ¡qué cómodos y aprovechados estos muchachos!, que sin haber hecho esfuerzo alguno fueron directamente a sentarse en una de las sillas que habían quedado libres y que fueron llevados por los primeros, a los que hemos dado por llamar “solidarios”. Pero también contemplamos, con igual indignación y sorpresa, que un tercer grupo de tus alumnos salía del templo cargando “una única silla”, mira que seres de egoístas éstos, que pudiendo llevar dos con el fin de ayudar solo buscan su satisfacción sin entender que el mayor bien de los seres humanos es el acto de dar. Recuerdo lo que he visto maestro Bucay y me entristezco con esas actitudes propias de seres miserables, seres tan pobres en el desarrollo del espíritu altruista. El primero, que había permanecido callado, retomó su sentencia diciendo, “por eso es bueno separar el trigo de la paja, y en base a este principio debería considerar potenciar la actitud noble de los solidarios con la finalidad de que lleguen a ser luminarias en el mundo donde se desarrollen y deberías tratar con mayor severidad a aquellos que habiendo permaneciendo tanto tiempo en las aulas del desarrollo parece que aún no han aprendido nada, ya que al volver a su mundo y a sus labores no pueden seguir siendo una carga para sus familias y para aquella sociedad que necesita tanto de maestros que formen con sus palabras, actos e ideas”.
El buen maestro Bucay, había escuchado con paciencia y ternura cada una de aquellas oraciones y había interiorizado con nobleza los sentimientos que intervenían en la explicación. Luego respondió a los querubines:
La verdad, es que estos muchachos, hombres y mujeres de esta Escuela y que se hallan en el grado mayor, son maravillosos. Soy consciente de aquello que digo y mis ojos, que ven a diario sus actos, no me han engañado. Conozco a mi gente y sé cuánto esfuerzo han puesto en interiorizar cada lección brindada en este centro de desarrollo. Me alegra que hoy hayan conocido a un grupo de ellos y que los hayan llamado “los solidarios”, aquellos que siempre llevan una silla para sí y una para otros; me alegra más que hayan conocido al segundo grupo de mis alumnos, aquellos que los han definido como “mala hierba” y que no llevaron sillas en sus manos, a esos los conozco también de corazón y son aquellos que tienen “confianza” en sus hermanos de la vida y que saben que no necesitan llevar una silla para el camino porque siempre habrá una para ellos. Y en relación al tercer grupo, el de los “egoístas”, aquellos que solo llevaron una silla en sus manos, ahhh ¿qué les puedo decir?, esos también son de los buenos, quizá hasta algo aventajados por que aquellos han aprendido a combinar el arte de servir con la dicha de la confianza; ellos llevaron una única silla para ofrecerla a aquel que lo necesitara, nunca llevarían una silla para su uso ya que en lo profundo de su ser saben, de sobra, que un hermano de la vida siempre llevará una para ellos. Los conozco, como ven, tanto en su mente como en su corazón y son hombres y mujeres jóvenes que han aprendido mucho sobre la vida, mis ojos probablemente no vean lo mismo que los ojos de un querubín, pero mi mente me dice que nunca hay que juzgar los actos de alguien sin conocer previamente su historia y su corazón y me pregunto ¿tendrá razón mi mente al proponerme la sentencia que acabo de compartir con ustedes?”