Hasta pronto, Mario

Por José Carlos Mestas.
Los arequipeños solemos decir que la muerte solo es un paso más en nuestro camino. Vargas Llosa nos deja sus libros para recordarlo siempre. Tal vez nunca quiso reconocerlo, pero siempre tuvo ese espíritu que le inculcaron su madre y sus tíos de amor por la tierra donde nació.
Hola, José Carlos.
Me dijo la segunda vez que nos encontramos.
Solo le contesté: “Doctor, buenos días”.
Estábamos en la Plaza de Armas. Mario estaba acompañado de Patricia. Su hijo Álvaro y tres personas más. Pasaba desapercibido porque traía puesto un sombrero para protegerse del inclemente sol arequipeño.
Era la segunda vez que nos encontrábamos. La primera fue en la Alianza Francesa de Arequipa, cuando vino a presentar su novela “El paraíso en la otra esquina”, basada en la vida de esa arequipeña extranjera casi igual que él que era Flora Tristán.
“Terrible”, siempre recuerdo ese adjetivo cuando terminamos la entrevista y nos quedamos conversando junto con don Carlos Meneses, y a propósito de una pregunta de ese gran periodista arequipeño.
Dejó de venir por unos años. Hasta que ganó el premio Nobel de Literatura. Lo merecía también desde hacía varios años. Cuando conversamos, casi todos pensaban que no lo iba a recibir, nos dijo “José, no es algo que me quite el sueño”.
Se reencontró con Arequipa, después del premio. Es verdad que nunca vivió aquí, que muchas veces tuvo frases desafortunadas sobre la tierra donde nació y donde nosotros no supimos aquilatar a quien es y será el hijo predilecto de esta tierra.
Siempre recordaré cuando en uno de sus cumpleaños llegó a esta Arequipa que era un poco lejana. En el Gobierno regional estaba Juan Manuel Guillén. Dio su discurso y dejó para el final un anuncio importante: su biblioteca personal pasaba a manos de Arequipa.
Quienes amamos los libros y la lectura, sabemos lo que esa decisión significaba. Muchos escritores generalmente dejan sus bibliotecas en manos de otras instituciones. Como ocurrió con su otrora gran amigo Gabriel García Márquez, cuyos familiares vendieron sus libros y manuscritos a una universidad norteamericana.
Mario, no. Ese día de su cumpleaños anunció que su biblioteca personal de casi treinta mil libros la donaba a Arequipa. Un acto de desprendimiento sin igual. Guillén por eso hizo todo lo necesario para que eso se concretice. Por eso tenemos la biblioteca que lleva su nombre y funciona en la calle San Francisco.
Hablando de cumpleaños, cómo no recordar las veces que venía y terminaba descansando un momento en la casa de don Carlos. Se sentaba y pedía un poco de agua. Luego íbamos a una reconocida picantería ubicada en Yanahuara. En esa oportunidad vio todos los platos preparados como una especie de homenaje. Un buffet como se le conoce.

Miraba los platos y los iba probando. Hasta que vio unas torrejas y Mario no supo qué eran. Preguntó y don Carlos le dijo “son torrejas de lechuga”. Mario se sorprendió. Don Carlos Meneses le dijo “prueba, son bien ricas”. El Premio Nobel se llevó una a la boca y con un gesto dio su aprobación.
Vino a esta tierra algunos años más. Sobre todo en su cumpleaños, para anunciar que venían más libros de su biblioteca personal. Pero también para conocer un poco más de la tierra donde su mamá nació y donde no pudo crecer.
Sabemos que se fue a Bolivia, donde adquirió el gusto de la lectura gracias a su abuelo. Hasta los diez años le hicieron creer que su padre había muerto. Cuando tenía diez años, su madre lo subió a un auto y salieron camino a Lima, pues se encontraban en Piura.
Entonces, Mario le hizo una pregunta a su madre: ¿Quién es ese señor?, su madre le contestó: Este señor es tu papá. Que es el título del primer capítulo de su libro de memorias “El pez en el agua”, donde utiliza una estructura que era parte de su manera de trabajar. En los capítulos pares nos cuenta lo que vivió en la campaña política para llegar a la presidencia y perdió con Fujimori. En los impares nos cuenta gran parte de su vida. Por eso el primer capítulo lleva por título “Ese señor que era mi papá”.
Supimos todo lo que le tocó vivir y sufrir con este padre maltratador. Cómo tuvo que sobreponerse y finalmente llegar a convertirse primero en lector y luego en escritor. Como lo contó cuando dio una conferencia en los ambientes de la Universidad Católica de Santa María. Llegar a la escritura fue algo casi natural para él.
Fue en ese evento cuando, acompañados de Javier Ochoa, el dueño de la librería San Francisco, caminamos y conversamos por varios minutos. Mario sólo reforzó lo que siempre respondía cuando le preguntaban sobre el premio Nobel: no le interesaba, que era algo que no le preocupaba en ese momento de su vida. Luego se lo entregarían.
Sabíamos que estaba mal de salud. Por eso tomó una decisión muy dura para alguien que hizo de la escritura una forma de vida. Primero que dejaba de escribir sus columnas de opinión que cada quince días aparecían en uno de los diarios más importantes en español. Segundo que se alejaba de la literatura con una novela que no recordamos el título porque no está entre lo mejor que escribió el famoso “sartrecillo valiente”, como lo llamaban en la San Marcos y militaba en el partido comunista en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Los marxistas, como él lo fue en algún momento de su vida, solemos decir que un revolucionario nunca muere. Mario nos dejó ayer, pero quedan sus libros para recordarlo por siempre.
Hasta pronto, Mario.