Vocación por la competitividad

PERÚ COMPETITIVIDAD

Si hay algo que ha caracterizado a la economía peruana en las últimas tres décadas es su capacidad de resiliencia. Desde la profunda crisis de los años 80 hasta el despegue iniciado en los 90, el Perú vivió un verdadero renacimiento económico. Las reformas estructurales de entonces, impulsadas por una visión de apertura y estabilidad, colocaron al país en una senda de crecimiento inédito: el PBI per cápita casi se triplicó entre 1990 y 2024, y la pobreza cayó a niveles históricamente bajos. Aquel período fue bautizado, con justicia, como el “milagro peruano”.
Sin embargo, desde hace una década, ese milagro comenzó a diluirse. La productividad se estancó, las reformas se frenaron y el aparato estatal empezó a crecer más en gasto y a decrecer en eficiencia. El país enfrenta hoy un riesgo doble: caer en la trampa del ingreso medio y envejecer sin haber alcanzado el desarrollo. No es una exageración. Es el drama silencioso de una nación que podría quedar atrapada en una meseta de frustración.
Ante este escenario, el reciente Informe de Competitividad 2024-2025, elaborado por el Consejo Privado de Competitividad (CPC), ofrece una alerta oportuna y una hoja de ruta. Porque si hay una palabra que debería guiar las decisiones del Perú, esa es vocación: vocación por la competitividad. Una que no ceda ante el desgano institucional ni se doblegue ante la fragmentación política.
El informe del CPC lo dice sin rodeos: hemos retrocedido peligrosamente en los rankings internacionales. En el IMD World Competitiveness Ranking, el Perú cayó del puesto 43 en 2011 al 63 en 2024. En sofisticación económica, según el Índice de Complejidad Económica, descendimos del puesto 76 en 2000 al 119 en 2023. Esta pérdida de dinamismo tiene causas estructurales: baja eficiencia del sector público, debilitamiento macrofiscal, estancamiento educativo y un sistema de salud incapaz de responder a las enfermedades no transmisibles que hoy nos aquejan.
La situación educativa es paradigmática. A pesar de que el gasto en educación casi se duplicó entre 2016 y 2024, los resultados de aprendizaje no mejoraron. En lectura y matemáticas, los niveles de competencia han retrocedido, demostrando que invertir más no basta si no se invierte bien. Similar es el caso de la salud: el 97 % de los centros de atención primaria tienen infraestructura inadecuada, cuando deberían ser el primer escudo contra enfermedades crónicas.
El sector público tampoco ha estado a la altura del reto. Entre 2019 y 2024, el gasto en planillas creció 41 %, pero la calidad del servicio no mejoró, y la inseguridad se disparó. En 2024, los homicidios aumentaron 35 % respecto al año anterior. ¿Puede hablarse de un Estado competitivo con estas cifras? El componente fiscal, en tanto, es igualmente preocupante. Aunque la inflación sigue controlada, el déficit fiscal alcanzó 3,6 % del PBI en 2024, muy por encima de la meta. La deuda pública crece y las calificadoras nos dan, cada vez, advertencias más serias.
En este contexto, el Informe de Competitividad del CPC no debe ser leído como una elegía, sino como un llamado urgente a la acción. La vocación por la competitividad no puede ser un discurso esporádico, sino un compromiso transversal, constante y exigente. Cada año perdido nos aleja de ser una economía moderna, innovadora e inclusiva. El 2026 se avecina como otro punto de inflexión. La disyuntiva es clara: ¿continuaremos resignados a la mediocridad o apostaremos, con decisión, por un modelo que nos devuelva al crecimiento sostenido y justo?