En busca del milagro de la vida

Por: Juan Manuel Zevallos Rodríguez.

“Dios no es Dios de muertos, sino Dios de vivos; así que vosotros mucho erráis” (Marcos 12, 27).
La vida, ese flujo de energía y vitalidad que recorre cada centímetro cuadrado de nuestro ser es en verdad un milagro que solemos pocas veces valorar.

El ser humano, a lo largo de dos millones de años, ha luchado contra la adversidad de un medio entorno agreste y hostil, ha enfrentado limitaciones y tiempos de escasez, ha afrontado situaciones existenciales límites y cuando se suponía que habíamos alcanzado el máximo nivel de desarrollo, de pronto todo parece ser un dulce sueño pasado que hoy se vuelve la más atroz pesadilla.

El desinterés por la vida, el deseo de morir y la postración de los sueños personales en pro del consumismo social ha aprisionado la mente de millones de seres humanos en el mundo. Hoy, cada cuatro segundos, una persona, en alguna parte del mundo, a consumado un acto suicida y hoy, en este mismo segundo, cinco personas, hombres y mujeres de todas las edades y creencias, han pensado que lo mejor para sí mismos sería morir.

¿Qué detestable plaga mental está contaminando la mente de millones de seres humanos a lo largo y ancho del planeta que los lleva a pensar que la realización personal se halla en la ausencia de la vida?

¿Es en verdad la vida humana un triste espectáculo del cual debemos huir apresuradamente por miedo a sufrir?

¿Las comodidades de la vida moderna por que no han podido llenar ese vacío existencial que viene destruyendo a muchos seres humanos de todas edades en nuestra sociedad?

¿De dónde surge este afán de autodestrucción desmesurada que nos hace perder a nuestros seres queridos?

¿Qué hemos construido a lo largo de los años en nuestra sociedad para que esta sufra de esta epidemia de ideas de autodestrucción?

¿Por qué hemos dejado de amar la vida, nuestro bien más valioso y por qué nos hemos postrado a los pies de la muerte?

¿En qué cruce del camino existencial hemos dejado nuestros sueños y metas abandonadas?

¿Por qué buscar la sombra de la muerte si en sí la vida humana es un paraíso donde la felicidad se muestra a diario en mil y una formas?

Vivimos confundidos y atiborrados de conceptos nefastos. Nuestra mente, el lugar más sagrado, ha sido vilmente invadido por ideas parásitas que nos han llevado a pararnos en el borde del precipicio de la destrucción.

Anhelamos con ansiedad patológica los bienes ajenos, vivimos una cultura de deseo constante y buscamos satisfacer nuestras necesidades materiales con urgencia dejando varada en el camino la real razón de nuestra existencia.

Nos hemos vuelto sin darnos cuenta seres insaciables, que hoy obtienen un televisor LCD y mañana dejan de darle valor a lo obtenido y se centran en la idea de obtener prontamente un nuevo televisor plasma o de LED.

Lo que hoy satisface nuestras ausencias mañana deja de hacerlo y nos desesperamos, queremos lo que otros tienen compulsivamente y vivimos una carrera de vida en donde el supuesto fundamental no es nuestra paz sino el afán de demostrar que “yo tengo más que tú y por ello soy mejor que los demás”.

¿En verdad somos más que aquellos que nos rodean por todo aquello que atesoramos?

¿Cuál es el bien más valioso que poseemos y que lo despilfarramos constantemente?

El maestro del arte de vivir ya conocía nuestro pensar y actuar. Él nos observaba en silencio y buscaba el mejor modo para iluminar nuestras mentes. Nos narraba historias sencillas en dicción y complejas en significado que buscaban despejar limpio nuestro cielo mental de nubarrones y mostrarnos la auténtica luz de la elección basada en el bien personal y no en el consumismo ni la vanidad.

Su vida fue un magisterio constante de desapego y desprendimiento de los bienes materiales. Tenía lo justo para vivir y lo más importante de todo: se tenía a sí mismo.

¿Cuántos de aquellos que leen estas páginas pueden llevar a la conclusión de que son dueños de su propia verdad?

¿Podemos realmente sentirnos satisfechos con todo aquello que tenemos?

La sociedad donde nos ha tocado desarrollarnos a invadido con sus mensajes comerciales nuestra mente y nos repite a diario: “algo te falta, si no obtienes lo que otros ostentan eres infeliz”.

¿La verdadera felicidad puede cuantificarse y hacerse evidente en virtud de los bienes adquiridos?

¿Acaso no es cierto de que la mayor posesión de bienes genera mayor temor a perderlos?

¿Quién es más libre para tomar una decisión, el que tiene mayor riqueza o el que la tiene en menor proporción?

Por eso, dos mil años después el mensaje suena más fuerte en nuestras mentes: “Es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja que un rico atraviese las puertas del cielo”.
El problema de nuestra vida diaria que se traduce en depresión, ansiedad, frustración, violencia y conflicto social y que nos lleva a elaborar pensamientos de muerte y de autodestrucción se basa en dos pilares: el apego a los bienes y la falta de auto aceptación.

Queremos más de todo y no nos damos cuenta de que lo tenemos todo. Ansiamos lo superfluo y olvidamos que en nuestro ser esta lo más valioso.

No podemos aún aceptar “que algo nos falte”. El síndrome del pensamiento acelerado y la necesidad compulsiva de llenar el vacío existencial afectivo que crece en nuestro interior de modo geométrico nos lleva a suplir urgentemente una supuesta necesidad.

“Todo nos falta, casi todo lo tenemos y casi nada de placer tenemos”. La vida en este siglo de explosión del conocimiento y de las redes sociales nos está destruyendo y enfermando. Ignoramos las más bellas historias de nuestra vida y lloramos en el páramo de la insatisfacción.

¿Qué futuro le espera a nuestra endeble sociedad?

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