EL CORAZÓN DE JESÚS
Por: + Javier Del Río AlbaArzobispo de Arequipa 

El viernes pasado la Iglesia ha celebrado la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, una fiesta que marca el camino espiritual de los católicos durante cada mes de junio. El papa san Juan Pablo II decía que la mejor manera de acercarnos al amor misericordioso de Dios es a través del corazón de su hijo Jesús; un corazón humano, porque Jesús es verdaderamente hombre, pero que ama con amor divino, porque Jesús es también verdaderamente Dios. El corazón humano de Jesús está lleno del amor misericordioso de Dios para con cada uno de los hombres, independientemente de si nosotros correspondemos o no a ese amor, porque el amor de Dios no tiene límites sino que es un amor incondicionado.

Es el amor que ha quedado de manifiesto en las obras y las palabras de Jesús, pero sobre todo en la cruz, es decir cuando, cargando con nuestros pecados, Jesús se deja hacer la injusticia y, en lugar de resistirse al mal, carga con el mal e intercede ante el Padre por nosotros. «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34), dice con toda razón Jesús, porque ciertamente cuando pecamos, cuando nos alejamos de Dios no sabemos lo que hacemos, no nos damos cuenta del grave daño que nos hacemos a nosotros mismos, a las personas que nos rodean, a toda la sociedad y la entera creación.

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús cobró especial relevancia en la Iglesia como respuesta a la herejía jansenista que, en su rigorismo, desconocía la infinita misericordia de Dios. Ese rigorismo lo encontramos también hoy, no solo en ciertos ambientes religiosos sino también en la sociedad civil. El hombre del tercer milenio, que a menudo se aleja de Dios y termina esclavo de los ídolos de este mundo – dinero, fama, placer – va perdiendo la capacidad de amar gratuitamente y de conmoverse ante el sufrimiento ajeno. Aún más, va perdiendo la capacidad de relacionarse con las personas que no piensan como él. El diálogo alturado y movido por el sincero deseo de buscar la verdad y el bien común, se va transformando en un intercambio de insultos, calumnias y difamaciones a través de las cuales cada uno pretende imponer su propio pensamiento o interés, como lamentablemente lo constatamos cada día en la política, las redes sociales y otros medios.

En un mundo cada vez más fracturado y en nuestro querido Perú en el que va en aumento la inseguridad ciudadana, la violencia en todas sus formas, las ideologías que promueven el aborto y la destrucción de la familia, resultan aplicables las palabras con las que el papa Francisco concluyó su última encíclica, publicada pocos meses antes de morir y dedicada justamente al Sagrado Corazón de Jesús: «Pido al Señor Jesucristo que de su corazón santo broten para nosotros esos ríos de agua viva que sanen las heridas que nos causamos, que fortalezcan la capacidad de amar y de servir, que nos impulsen para que aprendamos a caminar juntos hacia un mundo justo, solidario y fraterno» (Dilexit Nos, 24.X.2024, n. 220). Dios no se ha hecho hombre para exigirnos ni recriminarnos. Lo ha hecho para manifestarnos su amor sin medida y para que, acogiéndolo gratuitamente, seamos transformados en hombres y mujeres nuevos, capaces de amar como Él nos ama.

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