La ansiedad destruye y contamina nuestra mente

“Viéndolo, Jesús se indignó y les dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios”. (Marcos, 10, 14)

Por: Dr. Juan Manuel Zevallos.

Jesús, el mayor constructor de pensamientos proactivos de la historia tenía una predilección por los niños. Pedía a la gente de los pueblos que visitaba que los dejaran pasar, que no los apartaran de su vista ni de su afecto. Para Él, cada niño era como una flor que por fin abría sus pétalos, era como el primer fruto del árbol que con tanto esfuerzo hemos cuidado. El maestro de la vida sabía muy bien que ellos aún no tenían su mente contaminada por prejuicios, ira, insatisfacción y melancolía y por ello eran tan felices y anhelaba, en lo profundo de su ser, que cada uno de aquellos que lo seguían y lo escuchaban un día volvieran a ser como niños.

Pero la gente que vivió a su alrededor y aquellos que a lo largo de los siglos han leído en voz alta su historia se han olvidado de este principio máximo de su magisterio. La sociedad poco a poco ha marginado a los niños del mundo, se les ha considerado seres infra desarrollados y hasta se ha etiquetado al niño por nacer como “un no ser humano”.

Hoy las legislaciones mundiales están quitando inocencia a la niñez y los modos de crianza en todas partes del mundo están destruyendo la mente de los niños y las están contaminando de la misma inmundicia que contamina ya la mente de los seres humanos llamados adultos.

Nuestros gobernantes consideran que es bueno para las sociedades legalizar el homicidio desde el menos protegido, como el niño por nacer, hasta aquel que vive con la mente confundida y que destila la esencia más negativa de la educación que recibimos.

Se sigue elaborando un discurso doble. Decimos que no es bueno matar y matamos a diario. Cada vez que una pareja de padres discute, mata los sueños de sus hijos y destruyen parte de su bienestar familiar. Cada vez que un padre llega bajo los efectos de alguna droga como el alcohol a casa mata la alegría de su hijo y daña la mente y la consideración de su esposa. Cada vez que una madre decide hacer sobre tiempo en su trabajo o habla entristecida del “estado de gordura que tiene su ser” destruye en su hija el amor por la vida y lastima la relación de pareja que tanto trabajo le ha costado construir.

Hablamos de amor por la vida y con simples actitudes como las que les señalo, destruimos todo lo aquello que vamos construyendo.

La vida es un regalo maravilloso que hemos desvirtuado en su esencia más profunda. Muchos adolescentes hoy aborrecen su vida, la rechazan y con ira desean desprenderse de ella.

Estamos fallando en nuestra labor como padres. Estamos sirviendo al sistema de consumo y de insatisfacción y estamos dejando de cuidar a nuestros hijos. La esperanza del mañana dejará a este paso de poblar un día el mundo. 

El amor por la vida es un sentimiento innato a cada ser único, un sentimiento que como toda semilla empieza a crecer y a desarrollarse durante la niñez.

¡Estamos matando los sueños y las alegrías de los niños y no nos estamos dando cuenta de ello!

Estamos desarrollando nuestras vidas bajo un sistema de desprotección hacia los más cercanos. No nos importa ya lo que pasa a nuestro alrededor, solo nos interesa egoístamente nuestro supuesto bienestar. Ignoramos el principio máximo del desarrollo personal: “el fracaso de la sociedad es mi fracaso”.

¿Cómo hemos podido llegar a vivir esta situación?

¿En qué lugar del camino de vida decidimos arrojarnos al suelo de la destrucción?

¿Por qué cultivar este afán constante por aniquilar todo aquello que está en nuestras manos?

Estamos cultivando sin darnos cuenta campos eriazos de afecto en la mente de los niños. Estamos condenando al fracaso la existencia de los futuros seres humanos.

La ansiedad por vivir a plenitud este mundo nos va destruyendo y con ello va acabando con las esperanzas de aquellos que creen y que esperan lo mejor de cada uno de nosotros.

El maestro de la vida y del amor vivía su vida con tranquilidad. Alejaba de su ser toda emoción asociada a la ansiedad. Sabía muy bien que la ansiedad puede destruir al ser humano y que bajo ciertas circunstancias podían ser constructivas.

Él esperó ansioso el día de la última cena junto a sus doce amigos, junto a aquellos hombres que estaban preparados para llevar su mensaje, aunque alguno de ellos se hallase más confundido que el resto. Esperó ansioso ese día, porque ese era el día especial del regalo de amor más grande. Ese día compartió a plenitud su afecto con ellos, ese día fue el último de los seres humanos y a la vez fue el primero. Estuvo a cargo del diálogo y el agradecimiento en la mesa y a la vez fue el responsable de lavar los pies, sucios y maltrechos, de los doce, incluyendo a aquel que minutos después lo iba a entregar.

Esa noche, noche de pascua y de reencuentro, el maestro de Galilea nos enseñó que todos somos parte de un gran todo, que tenemos la capacidad para hacer lo más grande y también para hacer lo más pequeño. Que podemos ser luz desde el fondo de la habitación más humilde y encima de la montaña más alta. Nos enseñó a servir a los demás y darnos por el prójimo sin buscar recompensa alguna.

Dejanos un comentario

Your email address will not be published. Required fields are marked with *.