¿Polarización en las elecciones?

Por: Carlos Meneses

De cara al 2026, la sociedad peruana enfrenta una decisión crucial: seguir atrapada en la lógica del enfrentamiento o apostar por recuperar los espacios de diálogo. La democracia no se sostiene sobre el insulto ni sobre el odio, sino en la capacidad de construir acuerdos en medio de las diferencias. Los políticos deben entender que atacar al adversario es fácil, pero gobernar un país profundamente dividido será una tarea difícil.

A meses de que el Perú inicie un nuevo proceso electoral, los signos de polarización comienzan a sentirse con mayor intensidad. Lo que debería ser un espacio para el debate de ideas y la presentación de propuestas, corre el riesgo de transformarse en una arena de ataques, descalificaciones y confrontación permanente. Especialistas coinciden en que la política nacional se ha instalado en una dinámica de “polarización afectiva”, en la que los sentimientos de rechazo y animadversión pesan más que los argumentos o planes de gobierno.

Advierten que esta forma de polarización convierte a los votantes en “hooligans” políticos, que no eligen en función de programas, sino que definen su voto como expresión de simpatía por un bando y de hostilidad hacia otro. Bajo esta lógica, la política deja de ser un espacio de diálogo y se convierte en una lucha por eliminar al adversario, al que se percibe no como contrincante legítimo, sino como enemigo irreconciliable.

Las redes sociales han amplificado este fenómeno. Si bien son un canal importante de comunicación y participación, se han convertido en terreno fértil para la difusión de mensajes extremos, desinformación y ataques personales. En lugar de fomentar el intercambio respetuoso de ideas, terminan consolidando burbujas que refuerzan prejuicios y dividen aún más a la ciudadanía. El resultado es un debate público cada vez más degradado, donde el ruido reemplaza al contenido y el insulto sustituye al argumento.

El escenario para las elecciones generales del 2026 se perfila complejo. El recuerdo de las últimas contiendas, dominadas por el anti voto y la confrontación, está aún fresco en la memoria colectiva. Todo indica que los aspirantes al poder repetirán la misma fórmula: apostar por la descalificación del adversario antes que por la presentación de soluciones a los graves problemas que enfrenta el país. Esta tendencia erosiona la confianza ciudadana en las instituciones, alimenta la frustración y genera un clima de inestabilidad que, a la larga, puede resultar devastador para la democracia.

Sin embargo, no todo está perdido. La polarización, como recuerda Torcal, no es necesariamente negativa en sí misma. La existencia de visiones distintas y hasta contrapuestas es natural en cualquier democracia. El problema surge cuando esas diferencias se convierten en trincheras emocionales que impiden el diálogo y bloquean cualquier posibilidad de consenso. El reto es transformar la diversidad en un motor de deliberación, no en un obstáculo.

El Perú necesita, más que nunca, que sus líderes y partidos asuman la responsabilidad de elevar el nivel del debate. Las elecciones deben ser una oportunidad para discutir cómo reactivar la economía, mejorar la seguridad, fortalecer la educación y la salud. El ciudadano no puede quedar atrapado en la falsa disyuntiva de elegir al “menos malo” o al “enemigo de mi enemigo”. Requiere alternativas reales, serias y viables.

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