¿Para qué sirven las matemáticas?

Durante más de una década dedicada a la enseñanza de las matemáticas, una y otra vez me he encontrado con la misma pregunta: “¿Y esto para qué me va a servir?”. A veces surge con genuina curiosidad, otras con frustración. Entiendo la inquietud. Vistas solo como números y símbolos, las matemáticas pueden parecer frías o lejanas. Sin embargo, lo cierto es que están mucho más presentes en nuestra vida diaria de lo que imaginamos.
Las matemáticas están en todas partes. No es exageración. Cada día las usamos, incluso sin darnos cuenta. Cuando planificamos horarios, hacemos cuentas en el supermercado o comparamos precios en línea, estamos aplicando conceptos básicos. Lo mismo ocurre al calcular cuánto tiempo nos queda para llegar a clase o decidir si conviene comprar algo en cuotas. Allí entran en juego el tiempo, las proporciones, las tasas de interés o la lógica más elemental. No necesitamos escribir ecuaciones para hacer matemáticas: basta con estimar, comparar y elegir con criterio.
También están presentes en actividades simples pero estructuradas, como dividir una receta, medir al cocinar, organizar una mudanza, calcular un presupuesto o interpretar estadísticas en una noticia. La vida diaria está llena de matemáticas escondidas que guían nuestras decisiones.
Por supuesto, su impacto va mucho más allá. Sin matemáticas, no existirían tecnologías que hoy damos por sentadas: desde el GPS y las comunicaciones digitales hasta los algoritmos que organizan la información en internet, analizan datos o procesan imágenes médicas. La medicina, la ingeniería, la economía o la informática se sostienen en modelos y teorías matemáticas que permiten avances reales. Detrás de cada herramienta cotidiana hay estructuras, estimaciones y optimizaciones invisibles.
Pero quizá lo más valioso de las matemáticas no sea solo su utilidad práctica, sino el modo de pensar que nos dejan. Nos entrenan para analizar y organizar ideas, justificar decisiones, revisar argumentos y ver un mismo problema desde distintos ángulos. Nos enseñan paciencia, precisión y pensamiento crítico.
No todos necesitaremos resolver integrales o manejar matrices en nuestra vida diaria. Sin embargo, sí necesitamos la claridad y el orden mental que brinda el pensamiento matemático. Esa es, para mí, una de las razones más poderosas para enseñar matemáticas, incluso a quienes no planean dedicarse a una ciencia exacta.
Lejos de ser un conocimiento frío, en el aula veo que las matemáticas son descubrimiento, razonamiento y superación. También hay errores, dudas y frustraciones, pero forman parte del aprendizaje auténtico.
Las matemáticas son, en esencia, una herramienta de comprensión. Nos ayudan a enfrentarnos al mundo con orden y a tomar decisiones con mayor seguridad. Están ahí, aun cuando no las notamos.
No espero que todos amen las matemáticas. No es necesario. Pero sí que aprendamos a reconocer su valor. Vivimos rodeados de datos, de información y de decisiones que exigen análisis crítico. Y en todo ello, las matemáticas son aliadas fundamentales.
Así que cuando me pregunten de nuevo: “¿Para qué sirven las matemáticas?”, mi respuesta será clara: para entender mejor el mundo… y, a veces, para entendernos mejor a nosotros mismos.
