¿CÓMO SURGIÓ EL FENÓMENO DEL PLAGIO?
Por: María Lucía Cornejo Gutiérrez Ballón – Jefa de la Oficina Regional de Indecopi Arequipa
El plagio no es un fenómeno nuevo, es probablemente tan antiguo como la existencia de las producciones intelectuales y artísticas; pero no fue sino hasta la llegada de la escritura producida en masa, en que dejó de estar oculto a la mirada pública. Lo cierto es que la historia evidencia que muchos han sido acusados de plagio, desde Descartes, Pitágoras, Aristófanes, Platón, Aristóteles, Einstein hasta Pablo Neruda, Gabriel García Márquez, pasando por William Shakespeare, George Orwell, Mark Twain, Jean Paul Sartre, John Wesley, Wittgenstein, Edgar Allan Poe, entre muchos otros.
Entre los diferentes autores, no existe uniformidad al señalar quien fue la primera persona que utilizó el término plagio. Para algunos fue Benjamín Johnson, poeta del Siglo XV, sin embargo, otros señalan que ya en el derecho romano se utilizaba el término “robo de ideas” para referirse al plagio como posibilidad de apropiarse de un bien no tangible, y algunos otros, le atribuyen el término “plagiario” al poeta Marco Valerio.
Chris Park (2003) señala que al igual que muchas situaciones, el plagio se ve de manera diferente cuando se ve a través de diferentes lentes. Ahora ampliamente reprochable, en épocas pasadas a veces se consideraba una virtud la imitación, siendo la forma más alta de adulación. Esta misma situación todavía se mantiene hoy en día, en algunas culturas no occidentales.
En la época greco-romana, se hablaba de la imitación de obras. Se entendía por “imitar” el acto de copiar, pues el aprendiz sólo podía adquirir conocimiento copiando las ideas, ejemplos y enseñanzas de sus maestros. Un aprendiz, al plasmar en un texto la idea de su maestro, generaba y transmitía conocimiento, de modo que el hecho de “imitar” a su profesor, no podía ser considerado una mala práctica, sino todo lo contrario. (Timal & Sánchez, 2017)
La introducción del alfabeto griego en la escritura (cerca del año 700 a.C.), transformó la sociedad en la medida en que apareció la cultura literaria. En un principio sólo existía la comunicación oral a la que le siguió la representación gráfica, y como en este momento las obras ya eran manuscritas, los copistas cobraban por este trabajo y a los autores solamente les correspondía los honores, y esto cuando los copistas no alteraban sus creaciones. (Martins, 2001)
Señalan varios autores que en el siglo V a. C. se organizó en Egipto una competencia literaria, donde los poetas tenían que recitar sus creaciones frente al público y Aristófanes, que fue uno de los jurados, señaló que se debía premiar al poeta que peores versos había declamado, porque era el único en que existía la certeza que había recitado sus propias composiciones. Acto seguido, se dirigieron a la biblioteca de Alejandría, donde Aristófanes desenmascaró uno a uno a los participantes del certamen, comparando sus supuestas creaciones con fragmentos de otros autores, por lo que el faraón, ordenó que los falsos poetas (autores) fueran encerrados por robo. (Ramírez, 2010).
En el siglo I de nuestra era, Marco Valerio Marcial escribió muchos Epigramas quejándose del plagio de sus obras, lo que algunos consideran como el primer antecedente de la vinculación de la palabra “plagio” a las obras literarias.
Así, en su Epigrama XXIX Marcial señala lo siguiente:
“Corre el rumor que tú, Fidentino, lees mis versos al público como si fueran tuyos. Si quieres que se diga que son míos, te enviaré gratis los poemas, si quieres que se diga que son tuyos, cómpralos para que ya no sean míos”. (Guillén, 2003)
A mediados del siglo XV en Alemania, Gutenberg inventa la imprenta y da origen a los libros impresos, los cuáles adquieren un verdadero valor económico, porque de manera rápida se podía producir muchos ejemplares, para ser difundidos entre los lectores ansiosos de cultura y sabiduría, por lo que no tardaron en llegar las intervenciones de los gobiernos para permitir la divulgación de las obras, exigiendo para ello licencias (privilegios) y el pago de tributos. (Tactuk, 2009). En este contexto, la invención de la imprenta tuvo un impacto enorme en la relación entre autores y editores, ya que los privilegios que, consistían en un permiso para publicar y vender un libro, eran otorgados por la realeza a los editores y no a los autores.
La primera forma de protección por el derecho de autor fue la concesión de monopolios y privilegios a los “vendedores de papelerías” (predecesores de los editores). El primer privilegio del que se tiene conocimiento se remonta al año 1469, y fue otorgado en Venecia a Giovanni de Spira, precursor de las técnicas de impresión en esa ciudad. Con arreglo a ese privilegio, fue la única persona autorizada a explotar esa técnica durante muchos años. Esos privilegios, se concedían a los editores y no a los autores, y se consideraban un medio de proteger la profesión del editor (que era el que se arriesgaba a publicar la obra) y no un derecho del autor sobre su obra. (Organización Mundial de la Propiedad Intelectual, 2014). En esta época entonces, los verdaderos propietarios de los derechos de reproducción de las obras eran los impresores, que pagaban a los autores una sola vez (por el manuscrito) y con mucha frecuencia el pago se realizaba con un número de volúmenes de la obra impresa.
Hasta antes del siglo XVII, “los tribunales de justicia” no se ocupaban habitualmente del plagio, ni los autores lo pretendían, puesto que el plagio, a diferencia de la piratería editorial, era considerado más como una actividad inmoral que ilegal, y la frontera entre la imitación legítima y la condenable era aún más imprecisa. Por tanto, a pesar de que el concepto de plagio, como práctica inmoral condenable, ha existido prácticamente desde el inicio de la escritura occidental, es recién entre los siglos XVIII y XIX, cuando se cristaliza su protección, a través de la creación del sistema jurídico de la Propiedad Intelectual. (Perromat, 2010)
Antes de la existencia de leyes de derecho de autor, era difícil para los escritores establecer y mucho menos proteger su autoría; por lo que un avance muy importante en el siglo XVIII fue la promulgación del Estatuto de la Reina Ana (1710) que reconoció a los autores el derecho exclusivo de reproducción y que obedeció a la presión de los autores por acabar con los abusos de los editores en Inglaterra. En Francia, los editores llevaron a cabo luchas para tratar de impedir los derechos crecientes de los autores, quienes presionaban a los poderes estatales para que les otorguen la propiedad de sus escritos, y se limite la duración de los privilegios de los impresores.
Sin embargo, hubo que esperar muchos años para que se adoptaran disposiciones similares en el resto de Europa. Francia introdujo la legislación de derecho de autor en 1791. Antes de la Revolución Francesa, y por decisión del Conseil d´Etat du Roi, los autores gozaban de un privilegio de edición de por vida. Prusia fue también uno de los primeros países en introducir la protección por derecho de autor. En 1794, se promulgó el Código General de Prusia, que protegía de forma indirecta a los autores al supeditar la protección de los editores a la autorización del autor.
Es en el siglo XIX, con la firma de la Convención de Berna para la Protección de Obras Literarias y artísticas (1886) cuando el derecho de autor es reconocido por los ordenamientos y se le otorga definitivamente, a la protección de la propiedad intelectual, una importancia de alcance universal. (Tactuk, 2009)