1925: “La señora Dolloway”
Por Willard Díaz
UNO
Virginia Woolf fue hija de una familia burguesa, su padre fue un Sir y su madre una dama inglesa, cultivada. Recibió educación privada, en su casa de Hayde Park, Londres. Cuando se mudó a Bloomsbury, junto a su hermana Vanessa tuvo como amigos a los escritores, críticos y poetas más importantes de la época. Se los conocía como El grupo de Bloomsbury.
En 1912, a los 30 años, se casó con Leonard Woolf, de quien tomó el apellido. Juntos fundaron una editorial en la que publicó su primera novela y los poemas de T.S. Eliot. En 1925 publicó su novela consagratoria, “La señora Doloway”.
DOS
El comienzo de “La señora Dalloway”:
“La señora Dolloway dijo que ella misma se encargaría de comprar las flores.
Sí, ya que Lucy tendría trabajo más que suficiente. Había que desmontar las puertas; acudirían los operarios de Rumpelmayer. Y entonces Clarissa Dalloway pensó: qué mañana diáfana, cual regalada a unos niños en la playa.
¡Qué fiesta! ¡Qué aventura! Siempre tuvo esa impresión cuando, con un leve gemido de las bisagras, que ahora le pareció oír, abría de par en par el balcón, en Bourton, y salía al aire libre. ¡Qué fresco, qué calmo, más silencioso que este, desde luego, era el aire a primera hora de la mañana…! Como el golpe de una ola: como el beso de una ola; fresco y penetrante, y sin embargo (para una muchacha de dieciocho años, que eran los que entonces contaba) solemne, con la emoción que la embargaba, mientras estaba en pie frente al balcón abierto, de que algo horroroso estaba a punto de ocurrir…”
TRES
Si nos fijamos minuciosamente en el fragmento notaremos el cambio ágil e imprevisto de la ubicación del origen de la perspectiva o punto de vista del narrador, que pasa de un lugar a otro con la velocidad de una asociación libre de ideas. Empieza con un “dijo” que se reporta mirando desde fuera del personaje; va de inmediato a un origen interior “Sí, ya que Lucy tendría que…”, notoriamente de la señora Dolloway pensando en estilo indirecto libre; y en seguida cambia al estilo directo: “Clarissa Dalloway pensó: qué mañana…”.
En el segundo párrafo hay un salto en el tiempo, hacia atrás, hacia un recuerdo suscitado por un gemido presente de las bisagras; y luego todo se mezcla con unas sensaciones evocadas desde los lejanos dieciocho años de la protagonista. Nada sigue el orden clásico de la historia cronológica. La consciencia salta de un lado a otro con la vivacidad del realismo psicológico.
CUATRO
“Examine por un momento una mente cualquiera en un día cualquiera. La mente recibe una miríada de impresiones —triviales, fantásticas, evanescentes, o grabadas con el filo de un bisturí. Llegan de todos lados, una lluvia incesante de innumerables átomos… Vamos a registrar los átomos a medida que caigan en la mente en el orden en que caen, vamos a trazar el esquema, aunque en apariencia inconexo e incoherente, con el cual cada mirada o impresión marca nuestra consciencia”.
****
“La vida no es una serie de lámparas de escenario regularmente dispuestas; la vida es un halo luminoso, una envoltura semitransparente que nos rodea desde los inicios de nuestra consciencia hasta el final. ¿No es la tarea del novelista comunicar esto con la mínima participación de cosas ajenas y externas que sea posible?”
(Virginia Woolf, en “Ficción moderna”, 1919)
CINCO
La importancia de “Mrs. Dalloway” ahora no parece tan grande como en su momento, pero fue, junto a “Ulises” de Joyce y a “El sonido y la furia”, el punto de quiebre entre la versión romántica de la novela realista y la novela contemporánea. En el siglo XIX el narrador era generalmente la autoridad omnisciente que asumía como suyas todas las verdades de la historia y de su contexto entramadas en la obra. A comienzos del siglo XX son los propios personajes de la novela quienes van a filtrar con subjetividad, desde puntos de vista personales, incompletos, dudosos, los hechos de la historia narrada. Disminuye el poder del narrador omnisciente y la novela se fragmenta en varias perspectivas con opiniones diferentes, cuya suma ya no es un reportaje supuestamente objetivo del mundo, sino lo que Virginia Woolf ha llamado “una lluvia de innumerables átomos”. Se vuelve innecesario con ello el orden cronológico de la sucesión de los acontecimientos y se introduce el orden de las percepciones tal como aparecen en la consciencia cotidiana durante un día.
De allí la importancia de “La señora Dalloway”; si bien, es una novela desafiante, difícil de leer.
