El cortejo nupcial helado en la nieve

Por Gabriela Caballero Delgado

Una estalactita y una estalagmita en Kosovo, en la cueva de cristales de Gadime, se miran una a la otra. ¿Cuánto tiempo ha de transcurrir para que aquellos amantes, hechos de mármol, consigan encontrarse? En el tiempo de los hombres, una eternidad (millón y medio de años); en el de las formaciones rocosas, apenas unos segundos: los que le toma al joven amante empinarse en el balcón hacia su amada y a ella, inclinándose, entregarle su boca. Pero no somos nosotros quienes atestiguaremos aquel anhelado beso sino otros. Por ahora, nos queda contemplarlas separadas, mientras nos preguntamos si aquella estalactita y aquella estalagmita ya se aman o únicamente se vigilan con desconfianza, con desconcierto.

En la primavera de 1981, el ejército yugoslavo reprimió brutalmente a los albaneses que se manifestaban en las calles de Pristina bajo el lema de “Kosovo república”, impulsados por la agitación nacionalista que se había acrecentado durante aquella década y daba cuenta de la difícil convivencia en la región balcánica, anticipando la guerra de Kosovo que vendría casi dos décadas después.

Ismaíl Kadaré enmarca en este contexto su novela “El cortejo nupcial helado en la nieve”, recreando los días posteriores a la tragedia del 1 de abril de 1981, desde la mirada de tres personajes: la doctora Teuta Shkreli; su esposo, el profesor Martín Shkreli; y el agente secreto, Dobrilla Gubrovic. El autor toma como referente de su trama la represalia del gobierno serbio contra los médicos que atendieron a cientos de manifestantes albaneses, que habían sido heridos o asesinados con metralletas y tanques durante aquel día de espanto. En medio del conflicto, la misión fundamental de todo médico era cuestionada y se los sometía a inacabables reuniones de diferenciación, con la intención de resolver las siguientes incógnitas: ¿Por qué en el departamento de cirugía, se dispusieron camas adicionales el día anterior a la tragedia? ¿Por qué aquel día funesto las ambulancias iban y venían de Pristina a Ferizaj? ¿Quién, cómo y por qué desapareció el libro donde se registraba a los pacientes atendidos?

La novela es, principalmente, una reflexión sobre las causas y consecuencias del odio irracional entre dos naciones que se han enfrentado desde hace más de mil años. No obstante, por encima del dolor, de los ríos de sangre, de las ráfagas de metralletas, del odio casi perpetuo, por encima incluso de víctimas y victimarios, hay quienes aún confían en la posibilidad de entretejer vínculos de parentesco entre albanos y serbios; pese a que a este sueño lo amenaza la visión de una novia que aguarda en casa y de un cortejo que, al avanzar por el camino para recogerla, resulta congelado por las Oras (versión eslava de las vengativas Erinias griegas).

La estalactita y la estalagmita son representación de dos naciones enfrentadas, pero son también la posibilidad de un encuentro. La que se inclina desde el techo de la cueva de cristal podría llamarse Mladenka Markovic, la Julieta serbia; quien se levanta desde el suelo, Shpend Brezftoht, el Romeo albano: dos estudiantes de Filología a quienes el profesor Martín Shkreli contempla con esperanzas. Un día, antes de iniciar su clase, descubrió que alguien había escrito sus nombres en una pizarra y luego decidió borrarlos; sin embargo, las grafías hechas con tiza no lograron disiparse por completo. En lugar de la huella sutil del signo de interrogación que resultaba de la suma de ambos nombres, el profesor quisiera haber escrito la palabra “amor”. Diez veces, cien veces, mil veces. Acaso, incluso después de tanto odio y tanta muerte, aún tenga tiempo de escribirla en las dos lenguas de Kosovo.

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