Arequipa crece, pero no despega: la economía se mueve sin avanzar

Por Jorge Turpo R.
Según un informe del IPE, la región no logra un crecimiento sostenible. También revela que existen proyectos mineros en cartera por un monto de US$ 5 mil millones.
EN EL 2024 EL CRECIMIENTO FUE DE 0,2 %
En Arequipa, los números no siempre reflejan progreso. El 2024 cerró con una economía apenas en movimiento: un crecimiento de 0.2 %, según el Instituto Peruano de Economía (IPE). Un porcentaje que, más que una señal de avance, parece una pausa prolongada.
La Ciudad Blanca, antaño símbolo de dinamismo en el sur peruano, se convirtió en la cuarta región con peor desempeño económico del país. Solo Ucayali, Amazonas y Pasco lo hicieron peor.

Las razones detrás de este estancamiento son varias, y ninguna aislada. La minería, que representa más del 30 % del PBI regional, se contrajo un 2.7 % por primera vez desde 2020.
La caída en la producción de cobre (-3.6 %) y oro (-1.5 %) —materias primas clave para la economía arequipeña— responde a leyes minerales más pobres en unidades como Cerro Verde y Buenaventura. En términos simples, hubo menos que extraer y lo que se extrajo fue de menor calidad.
Como si se tratara de una cadena de dominó, otro sector vital cayó: el agropecuario. Afectado por condiciones climáticas adversas, las lluvias intensas afectaron las cosechas, y la producción agrícola retrocedió un 1.8 %. Alfalfa y maíz chala, productos tradicionales de la región, cayeron 6.5 % y 5.9 %, respectivamente. Ni siquiera el crecimiento de cultivos como arroz (3.0 %) y cebolla (8.1 %) fue suficiente para revertir la tendencia.
En medio de estas caídas, algunos sectores intentaron dar oxígeno a la economía regional.
El turismo, por ejemplo, trajo una bocanada de aire fresco: 2.3 millones de pasajeros pasaron por el aeropuerto Rodríguez Ballón, un 17 % más que en 2019.
Los íconos turísticos como el Valle del Colca y el Monasterio de Santa Catalina registraron 4.2 % más visitas que antes de la pandemia.

Este repunte no solo animó al sector transporte (que creció 5.3 %), sino que también jaló al comercio, que pasó de un modesto 2.2 % en 2023 a un más esperanzador 2.9 % en 2024.
Sin embargo, no todo lo que se mueve genera desarrollo. “Lo que vemos en Arequipa es una economía que logra ciertos impulsos coyunturales, pero no consolida un modelo de crecimiento sostenible. No hay una estrategia de articulación productiva de largo plazo”, señala Patricio Lewis, experto en finanzas.
Un ejemplo claro es la construcción, sector tradicionalmente asociado al dinamismo económico. En 2024, apenas creció 0.5 %. La autoconstrucción perdió fuerza y la inversión pública regional —tan necesaria para cerrar brechas— se redujo 4.3 %. Cuando el cemento no corre, la economía tampoco.
SALIDA
La pregunta inevitable es: ¿por qué una región con tanto potencial se estanca? La respuesta está en los proyectos que aún no arrancan, en las promesas postergadas.
El proyecto Majes-Siguas II, que podría irrigar más de 38 mil hectáreas y revolucionar el agro regional, sigue sin ver la luz. Los cuatro grandes proyectos mineros —Zafranal, Pampa de Pongo, Don Javier y Tía María— suman US$ 5 mil millones en inversiones potenciales. Están en espera. Y mientras tanto, el tiempo pasa.
La ampliación del puerto de Matarani, con una inversión de US$ 600 millones, podría fortalecer la infraestructura logística. Pero aún es una intención. Y el Gasoducto Sur, que promete llevar gas natural a industrias y hogares, también avanza a paso lento.
La eventual entrada en operación de la central hidroeléctrica Lluclla es otra promesa para mejorar la matriz energética regional. Todo esto suena bien, pero no paga planillas ni mejora las condiciones de vida.
En este contexto, la falta de crecimiento no es solo un problema económico. Tiene rostro humano. Menor dinamismo económico significa menos empleo formal, menor recaudación, más informalidad. Y esa informalidad se traduce en precariedad: en familias sin seguro de salud, en jóvenes sin acceso a educación superior, en emprendedores sin crédito.
El riesgo, dicen los expertos, es que Arequipa quede atrapada en una paradoja: ser una región con potencial, pero sin desarrollo. Una economía que crece en el papel, pero no en las calles.

“El crecimiento por sí solo no garantiza desarrollo. Se necesita visión, articulación entre sectores y políticas públicas que acompañen la inversión privada”, advierte Lewis.
En medio de estas cifras y diagnósticos, la región enfrenta una encrucijada: seguir dependiendo de sectores tradicionales con alta volatilidad o apostar por una transformación productiva que diversifique la economía. Lo primero es más fácil. Lo segundo, más urgente.
En definitiva, Arequipa no necesita solo crecer. Necesita despegar. Y para hacerlo, debe conectar sus múltiples potenciales —minería, agro, turismo, energía— con infraestructura moderna, capital humano capacitado y una institucionalidad que funcione. Hasta entonces, los números seguirán siendo eso: cifras que se mueven, pero no cambian la vida de quienes las habitan.