Educación superior: antídoto contra el desempleo juvenil
REFLEXIONES

Cada día, miles de jóvenes peruanos ven cómo sus sueños se congelan, no por falta de talento, sino por falta de oportunidades reales. El desempleo juvenil se ha convertido en una sombra que amenaza el futuro del país: entre el 2019 y 2024, más de 160 000 jóvenes dejaron de trabajar y otros 193 000 pasaron a engrosar la preocupante categoría de quienes ni estudian ni trabajan (IPE, 2024).
El impacto es aún más crudo en zonas como Lima Sur. Por ejemplo, en Villa El Salvador, apenas el 5 % de la población mayor de 20 años ha logrado culminar una carrera universitaria, según el último Censo del 2017. A pesar de que el Foro Económico Mundial proyecta la creación de 78 millones de nuevos empleos al 2030, estos puestos no estarán al alcance de todos: solo quienes se formen en habilidades como tecnología, pensamiento creativo, resiliencia y adaptabilidad podrán aprovechar esas oportunidades.
Frente a este panorama, no podemos cruzarnos de brazos y resignarnos a ver perder una generación atrapada en un círculo de exclusión. La respuesta está –y ha estado siempre– en un motor fundamental de transformación social: la educación superior.
Hoy más que nunca urge apostar con decisión por la formación de calidad en zonas claves como Lima Sur. No se trata solo de lograr que más jóvenes lleguen a graduarse. Se debe formar profesionales capaces de liderar, de innovar, de transformar su entorno y de conectarse de manera genuina con las necesidades del mercado laboral.
Esto implica construir propuestas educativas que integren habilidades tecnológicas y humanas, fortalecer programas de empleabilidad que incluyan pasantías, mentorías y entrenamientos en habilidades blandas, y –sobre todo– tender puentes sólidos con empresas y organizaciones que abran puertas reales al primer empleo.
La transformación no es un discurso bonito. Es algo que ya podemos ver en cada joven de Lima Sur que hoy trabaja, innova y cambia su historia gracias a la educación superior. Son ellos quienes demuestran que, con acceso a una formación pertinente y de calidad, es posible romper barreras históricas de desigualdad.
Muy pronto, el censo del 2025 nos ofrecerá un nuevo retrato de nuestra juventud, reflejando avances y también desafíos pendientes en materia de acceso a la educación superior, empleabilidad y desarrollo de habilidades para el futuro. Estos datos serán valiosos para entender dónde estamos y hacia dónde debemos dirigir nuestros esfuerzos. Sin embargo, no podemos esperar cifras para actuar.
Cada año que pasa sin invertir en educación de calidad significa más jóvenes que ven truncadas sus oportunidades y más brechas que se profundizan. Esta inversión no es un gasto: es una apuesta inteligente por el futuro económico y social del Perú. Es darles a los jóvenes mucho más que un título profesional: es entregarles la llave que abre puertas que antes parecían cerradas para siempre.
No podemos seguir permitiendo que la falta de experiencia, el avance de la automatización o el estigma de la edad sigan cerrando caminos. Los jóvenes de hoy son la fuerza que nuestro país necesita para construir un futuro más resiliente, más innovador y más justo. Sembrar educación hoy es cosechar esperanza mañana. Y en Lima Sur, esa esperanza ya tiene rostro: el de los jóvenes que están listos para transformar el mundo.
