Un año sin Mazzotti

Reflexiones

Rubén Quiroz Ávila

 Brillante, generoso, gracioso, irónico, con una agudeza académica sobresaliente, José Antonio Mazzotti hace un año que nos dijo adiós. Y fue una despedida en silencio, sin avisarnos de la eclosión interna, sin signos de derrota, sin mencionarnos siquiera lo inminente, sino con una tranquilidad sobrecogedora y reiterando ese sosiego que nos solía transmitir.

Con su grandeza intelectual tocó a muchos y les cambió la vida. Con su lectura optimista, gozosa, asertiva de la vida, a la cual se entregó con alegría y tantas veces con alborozo digno de quien convertía los espacios amicales en verdaderos encuentros de meditación conjunta.

Su estela académica simplemente fue extraordinaria. De San Marcos a Princeton como estudiante. Y, como correspondía a su lucidez y disciplina, fue un joven profesor en la legendaria Universidad de Harvard, signo suficientemente contundente de su capacidad intelectual y su visión estratégica para colocar a los peruanos en la primera línea global. Desde su territorio universitario trazó redes fundamentales, con abierta generosidad, para afirmar el valor del Perú. Además de ser uno de sus estudiosos más importantes contemporáneos, fue un incansable promotor de la peruanidad como un aporte cultural primordial para la humanidad. Esa lectura del inmenso valor de las civilizaciones andinas y amazónicas hizo que las colocara entre los tópicos esenciales para seguir comprendiendo nuestras dinámicas sociales. Amaba al Perú con esa intensa contradicción con la cual casi todos nosotros sentimos respecto a este crisol milenario.

Por eso, con su desaparición todos perdimos. El país, que tanto necesita de gente que proponga claves positivas y, a la vez, cuestionadoras de su situación pero sin inmovilizarse. Mazzotti, con esa fe inalterable en su patria, la fue construyendo con palabras. Una a una, con pasión serena, con deleite poético. Y a la vez, sembraba cariño y admiración entre aquellos que lo respetaban, con las frases exactas para los jóvenes que se iniciaban en el universo literario, con un pacto tácito de que siempre los acompañaría en sus travesías líricas y sus itinerarios inaplazables. Ese fue su magisterio, aquello que hizo de quienes se le acercaban mejores individuos, críticos y con esperanza.

A un año de su muerte, su luz se acrecienta al nivel que requiere su maravillosa herencia. Es así como comienzan homenajes entrañables, aparecen libros que analizan su legado, sus poemas se releen de otro modo. Así, la oquedad de su partida va llenándose de afecto compartido y de difusión de su obra. José Antonio, el poeta transbarroco y su cadencia nocturna; Mazzotti y su rumba infinita de amor por la literatura y un protagonista del pensamiento latinoamericano. Y nos hace una falta sin fondo, está tardando en salir y está ya inquietándonos.

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