Las redes sociales de los que se van
REFLEXIONES

Repentinamente, un día, una hora, un instante, quien era un activo partícipe de los asuntos humanos en las redes sociales, fallece. Sin oportunidad de despedirse ni de dar mensajes finales. De pronto, todo queda detenido. Sus comentarios paralizados en el tiempo como registros de una existencia, como fragmentos de la multiplicidad de sus participaciones y que se impregnaron en los circuitos de comunicación digital cual huellas que tal vez se irán desvaneciendo.
Ahora, todo ese conjunto de palabras, de imágenes, de razonamientos compartidos, de discusiones intensificadas, de participaciones en los perfiles de otros, adquieren otro estatus. Dejan de ser situaciones de conversación que pueden extenderse en el universo de esos medios de socialización para, ante la inesperada situación, plantearse qué hacer con esos diálogos públicos y la cadena de intervenciones, en particular con nosotros mismos.
La identidad digital, esa aparición performática con la cual alguien se comunica con los demás, entra a ser evaluada por sus contactos. Ante la ausencia súbita, un dilema aparece: ¿mantenemos la relación con el perfil de quien ya no está?, ¿lo eliminamos, bloqueamos, dejamos de seguirlo? Esa aparente inocua decisión tiene un impacto simbólico diferente. Hay quienes optan por mantener el vínculo con el perfil de quien ya no existe en estos territorios como una forma de cuidar su recuerdo. Se extiende un diálogo con los ausentes casi como un necrorritual, persistiendo en el conjunto de mensajes que se transmitió. Además, los insistentes y, como en este caso, crueles logaritmos pueden aparecer para recordarnos el cumpleaños de quien ya no puede celebrarlo. Como si hubiera un recordatorio persistente de parte del sistema operativo no para subrayar el recuerdo, sino como una mera consecuencia de programación comercial.
Otros optan simplemente con cortar el vínculo con el perfil ahora ya imposibilitado de seguir siendo activo. Un par de clics y queda eliminado de su propia red. Sin resguardar nada, apelando a su derecho a olvidar o, simplemente, a dejarlo en la memoria personal más íntima para conservarlo desde dentro. Pero esa misma acción, aunque breve y rápida, es un proceso radical, una decisión para abandonar una forma digital de quien tuvimos cercanía, como si nos tocará a nosotros mismos hacer el procedimiento de desprendimiento y separación real.
Aunque hay mecanismos propios de las redes sociales que permiten la eliminación del perfil del ausente, sin embargo, muchos de ellos quedan flotando y perdurando convertidos en vestigios y en rastros de una existencia ida. Tal vez, en esa dimensión fantasmal, como un sedimento virtual, adquiere otra manera de durar, aunque inmovilizado, fosilizado, aquietado por la obvia inviabilidad.
