¿Es posible una democracia perfecta?
REFLEXIONES

Platón y Aristóteles dedican parte de sus obras a problematizar sobre “la mejor forma de gobierno.” Platón, en La República, concluye que el gobierno de los reyes–filósofos es el mejor, porque encuentra en la virtud y en la sabiduría la esencia del bien común; Aristóteles, a partir de la premisa del zoon politikón, en La Política señala que la politeia es la mejor forma de gobierno, es decir la virtud y participación, elemento clave del demos kratos.
Ahora bien, la historia del pensamiento político clásico ha tenido como uno de sus principales fundamentos, la forma de gobierno. Locke fundamentó el gobierno legítimo en el consentimiento de los gobernados, Rousseau insistió en la “soberanía popular”. Posteriormente, la teoría política moderna determinó requisitos y variables de cumplimiento mínimo que caracterizan la dinámica política de los Estados a fin de clasificarlos en Estados democráticos o no democráticos.
Un hecho de particular relevancia -a efectos de definir la democracia- tuvo lugar en 1863: el presidente de los Estados Unidos, Abraham Lincoln, sentenció en su discurso en Gettysburg “que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo jamás desaparezca de la faz de la Tierra”. Aquella frase se constituyó en la premisa de un régimen democrático imperecedero.
Sin embargo, la democracia parece no colmar las expectativas de una gran mayoría en los países latinoamericanos (solo un 33 % está satisfecho con la democracia; Latinobarómetro, 2024) y, en nuestro caso, un 72.3 % de peruanos considera que la democracia en el Perú funciona mal o muy mal (INEI, 2024), sumado a que el 90 % considera que se gobierna para grupos poderosos (Latinobarómetro, 2024). Esto socava el paradigma aristotélico del bien común.
La democracia actual enfrenta un nuevo desafío: la falta de legitimidad de sus principales instituciones, que se traduce en la desconfianza creciente en todos los poderes del Estado (Instituto de Estudios Peruanos, 2024), aunado al fenómeno de la corrupción y sus serios problemas para la redistribución de la riqueza.
El enarbolado principio de “igualdad de todos” resulta, así, una utopía, razón por la cual es común escuchar sobre “crisis de la democracia”, que implica la crisis de la representación, indicador que denota la disfuncionalidad del sistema democrático.
No obstante, estoy convencido de que la democracia es la mejor forma de gobierno. Es imperfecta, pero es perfectible; para ello, debemos volver sobre sus orígenes, entender la legitimidad del Estado sobre la base de la voluntad popular.
