Yo que todo lo sé
SIN AMBAGES

Si tengo que hacer algún trámite, pues intento siempre hacerlo a través de un website o un aplicativo, y lo resuelvo rápidamente. Pero esta vez, algo puntual me obligaba a ir a las oficinas de esta institución. Entonces, me dirijo al lugar en donde siempre había encontrado esta agencia y me doy con la sorpresa de que ya no estaba ahí; es decir, el local no había desaparecido, ahí estaba, pero vacío y sin luces: un letrero en la puerta de vidrio indicaba que se habían mudado a otra dirección no muy lejos, quizá ocho cuadras.
Con poco tiempo para caminar por las calles de la ciudad, apuro mis pasos hacia esa otra dirección. Mientras tanto, me pregunto por qué habría sido la mudanza: les subieron el alquiler, la nueva agencia tiene más espacio o quizá simplemente quieren hacerme caminar más. Descarto esta última opción, ni me conocen y mucho menos saben que ando caminando a todos lados. Finalmente, llego al lugar correcto y veo que la segunda alternativa es la ganadora: más espacio y más bonita también.
Entro y veo una fila de catorce personas exactamente —las conté— y quince ventanillas —no las conté, pero estaban enumeradas—; sin embargo, solo había tres personas atendiendo en esas ventanillas. Miro el reloj y, claro, es la hora en la que la gran mayoría de los mortales almuerza —excepto los catorce de la fila y yo—; por eso, más ventanillas vacías que ventanillas atendiendo.
Y aquí viene la parte interesante de esta historia. Una señora, penúltima en la fila (la última era yo), parecía ya impacientarse porque desde hacía varios minutos no abandonaba una loseta de cuarenta por cuarenta para avanzar y ser atendida. Entonces, parecía que un disgusto la invadía y, a la vez, le daba ideas de oportunidades de mejora, aunque con dudosos fundamentos. La señora comenta que en el antiguo local atendían más rápido y que hubiera sido mejor que abran esta agencia sin cerrar la otra para que las personas tengan dos y puedan ir a la que esté más cerca y ella iría de todas maneras a la otra porque atendían más rápido y que el vigilante debiera estar cerca para que ponga orden porque parece que el señor de la izquierda quiere acercarse a una ventanilla sin hacer la fila, cree que no nos damos cuenta —y esto último lo dice con un volumen de voz lo suficientemente alto para que el señor en cuestión escuche y sepa que aquí, en la fila, nos estamos dando cuenta de sus intenciones—, pero, claro, parece que el vigilante prefiere estar en la puerta para conversar con la señorita que afuera vende no sé qué formularios.
Y así continuaba la señora con sus buenas ideas. Mientras la escuchaba, se me ocurrió pensar que si, por ejemplo, hubiera dos agencias, a tan solo ocho cuadras de distancia, otra persona en esa fila podría decir que cómo es posible que haya dos agencias una casi al lado de la otra y con tantos trabajadores y con gastos de agua y luz, ¿y quiénes pagan todo eso?, claro, se paga con nuestros impuestos y ¡qué barbaridad!, ¡cómo es posible! Sí, existen muchas cosas que podrían mejorar y muchas otras que ayudarían mucho, pero ni siquiera existen. Pero, en todo caso, hagamos comentarios que verdaderamente sean constructivos —y si es que conocemos todos los factores— y no aquellos que surjan de la impaciencia o la atención que quizá, por algún motivo, estamos buscando. Que se advierta una intención positiva y no un “yo que todo lo sé”.
