El problema no es el mundo, son los ojos que lo miran
Por: Dr. Juan Manuel Zevallos
El mundo que nos rodea es un espectáculo de paz, contemplación y tranquilidad. En verdad, el mundo es un paraíso, como aquel que se relata en el génesis y es nuestra concepción errada del mundo aquel que lo ha vuelto un lugar de suplicio, de esclavitud y de insatisfacción.
Ansiamos tener felicidad, alegría, gozo, prosperidad y algarabía cuando hacemos algo, olvidándonos que todo aquello que pedimos ya nos ha sido entregado. El problema en nuestras vidas no es aquello que pensamos que nos falta, es aquello que tenemos y que hemos dejado de sentir.
A lo largo de la vida, cada uno de nosotros hemos aprendido a distorsionar nuestra mirada del mundo que nos envuelve y del mundo que llevamos en nuestro interior. Hemos desarrollado una visión bizarra y distorsionada de todo aquello que es y de todo aquello que somos.
Hemos aprendido lecciones macabras de autodestrucción. Nuestros ojos nos mienten y hemos creído en aquellas falacias que la visión del mundo nos ha ofrecido. Vivimos envueltos en pensamientos armados en base a imágenes irreales.
Sufrimos y no encontramos bálsamos que alivian nuestra pena. Llenamos nuestra mente de problemas y las respuestas que se hilvana trabajosamente la razón no alivian nuestra insatisfacción.
El problema, óyelo bien, no es lo que ves ni lo que piensas ni lo que sientes hoy. El problema es el modo en que has interiorizado el mundo ayer.
En base a un aprendizaje basado en incompetencias de pronto empezaste un día a sobredimensionar todos los eventos que se sucedían en tu entorno. Al sobredimensionar los negativos, empezaste a vivir con miedos y temores, la inseguridad fue haciendo presa de tus emociones, te fuiste limitando y agazapando. Asumiste una actitud de resignación ante el horroroso espectáculo que te envolvía (si eras introvertido) o por el contrario asumiste una actitud de rebeldía y conflicto con el mundo (si eras extrovertido).
En algún lugar, muchos miles de personas empezaron a sobredimensionar los eventos positivos y de pronto vivieron confiados y seguros de que nunca pasaríamos por adversidades, estados de necesidad, pobreza o aflicción. Y cuando el mundo giró, de pronto hubo desolación en sus corazones, no estaban preparados para enfrentar una realidad distinta a la que habían creído como única e impostergable. De pronto empezó el sufrimiento y el derrotero de lágrimas ¿El por qué me has castigado Dios quitándome todo aquello que tenía? De un momento a otro, aquellos que vivían en la seguridad de que el mundo era generoso con ellos cayeron en la desdicha de la adversidad del mundo y sufrieron.
Como vamos viendo, sobredimensionar los aspectos positivos o supuestamente desfavorables de esta existencia trae consigo una serie de respuestas emocionales de conflicto. Las personas se afligen y lloran ante los sucesos que experimentan a diario. No hay paz, todo es tormento, no hay equilibrio, todo es zozobra. De pronto pasamos del calor al frío y luego del frío al calor. Pasamos de la supuesta seguridad a la inseguridad, de la paz a la guerra y del tiempo recobrado al perdido.
Aquellas personas que viven a diario sobredimensionando las experiencias de la vida atan su vida a un sube y baja atroz en donde la vida pasa a ser un espejismo y en donde el sufrimiento erosiona nuestras heridas emocionales y nos causa más dolor.
No podemos seguir exponiéndonos a una existencia como la antes descrita. No podemos postergar la realización de nuestros sueños bajo la perspectiva equivocada de que siempre me irá bien y que siempre me irá mal. Como todo en la vida, cada experiencia que vivimos genera un aprendizaje y el gozo o la tristeza que se anexan son un complemento simbólico a nuestra gracia por ser seres humanos.
Entonces, si sobredimensionar el mundo genera sufrimiento, pregunto:
¿Por qué perseverar en este hábito que te genera sentimientos de pérdida y falsas sensaciones de bienestar?
¿Por qué aferrarte a aquello que es irreal y por qué no decidir vivir una existencia basada en una adecuada percepción del mundo?
¿Por qué planear experiencias en base a supuestos que pueden de pronto hundirnos en la miseria de la frustración?
Pero al mismo tiempo que una población importante del mundo sobredimensiona sus experiencias y por consiguiente va del cielo al infierno en un par de horas existe otra población disímil en el mundo que elige infravalorar todo aquello que es parte de su libro de vida.
Infravaloran lo que hacen bien y nunca se sienten plenos con aquello que hacen. Sin darse cuenta, se vuelven seres vacíos, depresivos e insatisfechos. Algunas veces desarrollan hábitos obsesivos buscando la perfección de sus obras creyendo falsamente que dicha actitud los llenará de gozo. Para este grupo de seres humanos la dicha parece habérseles sido negada. Hacen las cosas por hacer y si les va bien, bueno les va bien y nada más.
Una población complementaria a la antes descrita vive la infravaloración de las experiencias negativas. Todo les resbala, nada es importante en sí mismo. Si se cayeron, bueno se cayeron y ya, si alguien hirió su pensamiento su respuesta natural es “ya la herida curara” y si los marginan de pronto aceptan dicha situación como un estado normal en donde deben de seguir haciendo lo que consideran que deben de hacer.
La infravaloración de pronto hunde a los seres humanos en un estado de ostracismo y de renuncia a la vida. La infravaloración despierta un sentido de autodestrucción que va dañando las bases de vida de este grupo de seres humanos, los cuales renuncian sin ofrecer resistencia alguna a esta situación.
Vistas así las cosas las nuevas interrogantes serían:
¿Cómo valoras tu vida y la existencia diaria?
¿Puedes apreciar plenamente el espectáculo que te rodea o lo infravaloras?
¿Es beneficioso para tu salud mental llevar una existencia basada en una visión distorsionada de la vida?
