La visión interna genera paz

Por: Dr. Juan Manuel Zevallos

Somos distintos y cada uno recorre caminos disímiles.. El maestro del amor siempre miró a sus discípulos a los ojos, les habló cálidamente y buscó en su mente una reacción espiritual que los hicieran creyentes en el milagro del amor y del encuentro personal que vivían a diario con él.

Fue un constructor de sueños, pero sobre todo fue un constructor de vida. Cada experiencia que se compartía con Él era un nuevo aprendizaje. Sus palabras fluían a través de la mente de sus seguidores y la bruma se disipaba en su entendimiento. Jesús de Nazaret tenía la virtud de poder mirar plenamente hacia dentro y fuera de su ser. Sabía plenamente que la paz solo puede ser alcanzada mediante el juicio preciso de nuestro mundo interior.

Sus palabras de amor fueron bálsamos de salvación y guías imperecederas sobre las cuales hoy se edifican tratados de buena salud mental.

Él nos enseñó de un modo simple a conocernos, a descubrir nuestra grandeza y a elevar oraciones al cielo, de agradecimiento por los bienes alcanzados y por la vida que tenemos.

¿Cuántos de nosotros a diario asumimos una actitud de agradecimiento por el bienestar que tenemos?

¿Cuántos de nosotros podemos afirmar que “nos conocemos” plenamente?

¿Existe en las palabras que emitimos a diario una sensación de paz o de cansancio?

¿Cuántos de nosotros podemos afirmar que estamos en comunión con nuestra forma de pensar y de sentir?

Sus palabras de amor fueron bálsamos de salvación y guías imperecederas sobre las cuales hoy se edifican tratados de buena salud mental.

La existencia humana en este siglo del saber se ha basado en supuestos tecnológicos que han vuelto a muchos seres humanos más egoístas y déspotas. Las palabras de compromiso han sido desplazadas por los mensajes emocionalmente fríos del Internet o del chat. La familia, como base de la sociedad, se encuentra en crisis; los hijos reniegan de sus padres y los padres entran en conflicto con sus hijos. No hay tolerancia ni sosiego en los hogares. La impulsividad, la violencia y la agresividad han establecido sólidas raíces en el consciente colectivo. La paz basada en la meditación y la contemplación de lo bello es un sueño ausente en la existencia de las personas confundidas y atosigadas por necesidades insatisfechas.

Nos vamos destruyendo a diario y asumimos una actitud de indiferencia a nuestro actuar. Sobre dimensionamos de pronto nuestras capacidades y nos consideramos seres invulnerables, vanidosos y egocéntricos. Desarrollamos clandestinamente un sentimiento narcisista que aletarga la mente y que nos enfrenta a aquellos que desarrollan una crítica constructiva de la sociedad. Creemos vivir una realidad superflua y condenamos nuestro pensamiento a una prisión de vanidad.

Otros, por el contrario, se hunden en el marasmo de la desolación, la frustración, el llanto y la inmisericorde autocompasión al asumir que su vida está marcada por la limitación y por la cruz pesada de sufrimiento que hay que cargar. Infra dimensionan sus capacidades, creen neciamente que no sirven para nada, que siempre serán desplazados por otros, que su destino es vivir en postración.

Ni una ni otra es nuestra realidad. El problema, como siempre, es el modo en que nuestra mente juzga, la forma en que nuestra razón elabora juicios de valor sobre lo que somos. Asumir el concepto que somos más que los demás genera vanidad y marginación, sentirnos menos que los demás daña nuestra autoestima y nos lleva a vivir días plenos de humillación y de mendicidad afectiva.

Con mucha razón el maestro del amor nos dijo que nadie puede ser más que su maestro y en verdad nadie puede ser más que otro, y a la vez tampoco podemos ser menos.

Cada ser humano nace con una serie de capacidades que fácilmente se van desarrollando con el paso de los años (nuestras habilidades innatas para muchos) y a la vez nacemos con una serie de capacidades que tienen una velocidad de desarrollo más lento (a las cuales muchos llaman limitaciones).

En verdad tenemos la capacidad de volar en nuestro pensamiento, de construir sueños en la mente y de hacer realidad nuestros anhelos.

Tenemos capacidades que nos llevan a destacar y a ocupar un lugar de relevancia en el mundo académico, social, cultural o deportivo. El hecho de tener habilidades plenamente desarrolladas que nos llevan a obtener triunfos y reconocimientos no debiera de hacernos creer que somos más que aquellos que hemos derrotado o que no han cumplido los requisitos necesarios para alcanzar el nivel de desarrollo donde nos ubicamos.

Somos distintos y cada uno recorre caminos disímiles. Puedo ser mejor en deportes relacionados a mis habilidades visoespaciales, pero puedo tener torpeza en temblar relaciones interpersonales basadas en el poco desarrollado de mi inteligencia intra e interpersonal. Otros, a los cuales veo desde arriba cuando obtengo una medalla deportiva me aplauden y conversan a plenitud con sus amistades, gozan de una reunión social y construyen redes de apoyo amical. Esos otros tienen desarrollado de mayor modo sus habilidades en relaciones interpersonales. Han avanzado más que yo en el camino de la convivencia.

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