La oración: poder y necesidad
Por: Cecilia Bákula – El Montonero

Aun en el contexto gravísimo de la guerra que Rusia ha desatado en el mundo que tiene como primer objetivo la invasión, conquista y dominio de Ucrania, el mundo ha despertado con un atisbo de esperanza que se orienta no solo a la paz lograda por las gestiones humanas, sino entendiendo que hay un único poder superior, capaz de lograr la paz y es el omnipotente poder de Dios.

Y en ese sentido, la oración es un grito de auxilio, desde la poquedad y pequeñez del hombre, para suplicar el cese de la guerra y la paz en el mundo, porque lo que puede ser imposible para los hombres es posible para Dios y a donde no llegan los hombres, llega Dios. El hombre no puede aceptar la guerra como mecanismo de “entendimiento”; existimos para algo superior y no para la destrucción mutua. Por ello, la oración es la herramienta más sólida y contundente para quebrar los corazones de quienes imponen violencia y destrucción. Bien se lee en el libro de Jeremías: “Nada más tortuoso que el corazón humano y no tiene arreglo: ¿quién puede penetrarlo?. Yo, el Señor, que sondeo el corazón…”

La oración es la condición Sine qua non para el logro de toda realización humana. Otro asunto es que creamos lo contrario o que se nos haga creer que en nuestras débiles manos y potencialidades está la llave maestra del poder y el éxito. La historia tiene innumerables ejemplos en los que queda palmariamente demostrado que cuando el hombre cree poder sustentar su vida solo en las fuerzas humanas, en las potencialidades propias, sus acciones serán vacías. Sin oración, la modernidad es decadencia, la fuerza es debilidad, el éxito es fracaso y el triunfo una auténtica derrota porque vernos solo como materia y no como la creación perfecta de espíritu y materia, es degradar al hombre a una condición de indignidad.

Por la importancia de la oración y en especial en situaciones tan graves como las que vivimos es que saludo con alegría la decisión del Papa Francisco de haber acogido el llamado de los Obispos de Ucrania quien en un mensaje que hicieran públicamente: “En estas horas de dolor inconmensurable y terrible prueba para nuestro pueblo, nosotros, los obispos de la Conferencia Episcopal de Ucrania, somos portavoces de la incesante y sentida oración, sostenida por nuestros sacerdotes y consagrados, que nos llega de todo el pueblo cristiano, para que Su Santidad dedique nuestra Patria y Rusia”. Y así, este 25 de marzo, Rusia y Ucrania serán consagrados al Inmaculado Corazón de María.

Y es realizar este acto litúrgico de consagración es, en realidad, uno de los grandes pendientes que Roma tiene para con el pueblo católico y hace bien el Papa en dar cumplimiento a uno de los pedidos más radicales y contundentes que quedaron plasmados en las apariciones de la Virgen en Fátima, en 1917. El cumplimiento de ese pedido no se había realizado; creo que se había tenido consideraciones más “humanas” que espirituales y ahora, cuando el mundo se enfrenta ante el horror de un conflicto armado con tendencia a convertirse en una tragedia para la humanidad, la oración es vista, por fin, como una herramienta indispensable.

Cabe señalar que Sor Lucía, la vidente de Fátima que vivió más años, (1907-2005), ha dejado sus escritos en dos obras tituladas «Memorias» y los «Llamamientos del Mensaje de Fátima». Si bien era una religiosa de clausura, no dudó en escribir al Santo Padre y cuando tuvo la oportunidad de mantener diálogos tanto con dos Pontífices como con el cardenal Tarcisio Bertone, quien en su momento se desempeñaba como Secretario de Estado del Vaticano, ella insistió en señalar claramente que esa consagración, en un “acto solemne y universal de correspondía a los deseos de Nuestra Señora”. Parece que el acto de consagración que tuvo lugar en 1984, no cumplía con las exigencias y condiciones que había señalado la Virgen en Fátima quien había manifestado, con claridad, el que fuera un acto “solemne y universal”.

En esta oportunidad, a la consagración de Rusia se añade la de Ucrania, con el consentimiento y pedido de los fieles ucranianos y no pocos ortodoxos rusos cuya fe nos deslumbra y vienen dando muestras de ella, de manera casi heroica.

En el entendimiento de que se está obedeciendo y complaciendo a la Virgen María, tal como ella lo solicitara en 1917, la ceremonia que el mundo, feliz y atónito, vivirá este 25 de marzo, será replicada también en el santuario de Fátima, acto que estará encabezado por el cardenal Konrad Krajewski, enviado del papa Francisco en esta oportunidad. A esta iniciativa se ha unido también el Patriarca Kirill, cabeza de la Iglesia ortodoxa rusa y patriarca de Moscú y de toda Rusia.

En el Perú, igualmente necesitado de Dios y de la oración, diversos Obispos están convocando a actos de acompañamiento a este acto litúrgico de la mayor trascendencia. Qué duda cabe que habrá muchas voces discordantes y opuestas a este llamado a la oración del mundo entero. Pero ya las fuerzas humanas no encuentran salida ni respuesta. Toca clamar a quien todo lo puede, que intervenga en nuestras vidas.

Copio las palabras de un sacerdote, el Padre Pablo Menor s.j. quien en su vida de plena santidad no cesó un momento de llamar a la santidad y a la oración y señalaba que ella lo consigue todo. En uno de sus escritos se lee: “… oración, la larga y encendida oración… la oración ilumina, calienta, inflama, transforma y da fuego a lo largo de la vida.” Será esa súplica universal, si es que es sentida, vivida y encendida, la que logrará que Dios actúe donde los hombres han puesto sus propias e inútiles barreras.

Este 25 de marzo, el mundo tiene la oportunidad de hacer un momento de oración y unirse al Papa elevando una plegaria a la Virgen María para que, habiendo cumplido sus deseos de consagración de Rusia a su Corazón, interceda ante Su Hijo, para que cese la guerra, se sanen los corazones quebrados de los hombres y Cristo oiga el grito de quienes padecen los horrores de la falta de paz, del hambre, del desgobierno.

La oración es un arma poderosa y como tal, es necesario utilizarla ahora. Llega a su máxima expresión cuando el humilde pedido del hombre se eleva a través de María, a quien Dios nada le niega.

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