Todo lo de este mundo, y nosotros mismos, estamos de paso
P. Luis Andrés Carpio Sardón
“Cualquier visión totalitaria de la sociedad y del Estado y cualquier ideología puramente intramundana del progreso son contrarias a la verdad integral de la persona humana y al designio de Dios sobre la historia” (n.48).
Estas palabras del Compendio de Doctrina Social de la Iglesia son, a mi parecer, muy importantes. Veamos por qué.
En primer lugar, se refiere al planteamiento equivocado de que la vida en este planeta sea el destino único de nosotros los humanos: como si acá pudiéramos construir algo que nunca se caerá, o alcanzar una felicidad tan grande y profunda que nunca terminará. Esto es evidentemente falso por imposible. No hay nada en esta vida y en este mundo que dure para siempre.
En segundo lugar, nos recuerda que el mensaje cristiano aporta realismo y consuelo a la vez, cuando nos habla de que hay un más allá después de la muerte, donde podemos seguir viviendo a través de nuestra alma, primero; y después con nuestro cuerpo también, en un segundo momento. Y que está al alcance de nuestra mano, gracias a que Jesucristo ha intervenido en la Historia.
El tema es que ese después puede ser feliz, o puede ser triste, dependiendo de los méritos que hagamos en esta vida. Éste es un matiz importante, porque cambia mucho la perspectiva: todos anhelamos un futuro sin fin y que sea feliz; nadie desea lo contrario.
La enseñanza cristiana nos dice también que ese futuro lo comenzamos a vivir ya en esta vida. Pero, sólo se alcanzará plenamente después de morir.
Lo cual hace que veamos con un gran realismo todo lo que vivimos acá, porque va a tener, siempre, un valor relativo y un estado provisional: sea un evento cultural, sea un logro social, sea éxito económico, sea una conquista política debemos verlas como lo que son: realidades fugaces, que pasan.
Más allá de la muerte, hay un después. Vivamos de tal manera que podamos ir alcanzando ese anhelo de nuestro corazón con cada una de nuestras decisiones libres, ya en este mundo; con la vista puesta en la meta, que nos espera después de la muerte.