Chaplín, prohibido
Por Pamela Cáceres
El vagabundo Charlot se saca el maquillaje. Ante el espejo aparece Chaplin, el polifacético artista que acaba de presentar contra todo mal augurio su última película “Tiempos Modernos”, una sátira acerca de la influencia del sistema industrial sobre los trabajadores. En pantalla grande aparece el vagabundo Charlot empuñando una bandera roja, el pueblo norteamericano ríe, pero los políticos no sueltan una sola carcajada, acusan los panfletos.
La cinta se prohíbe en Europa, sobre todo en Alemania nazi. Apenas estalla la Segunda Guerra Mundial en España franquista la Jefatura de Prensa amenaza con castigar a quien mencione las palabras “Charles Chaplin”. El actor y director de cuarenta y siete años responde con la serenidad de un hombre maduro “No me sorprende la prohibición dados los últimos acontecimientos en esos países. Como actor mi único propósito es divertir y no tengo objetivos políticos”.
Pero esas son declaraciones a la prensa, el hombre realmente se siente preocupado, y aunque tiene un nuevo romance, con Paulet Godard, de veintidós años, sigue de cerca el progreso de la Guerra. Declaró alguna vez: “No creo que el sexo sea el elemento más importante. Son mucho más importantes el hambre, el frío y la pobreza como determinantes de nuestro comportamiento”.
En Norteamérica, siempre adicta a las modas, aumentan los simpatizantes de los nazis. Charles se ofusca y de pronto surge la idea: caricaturizar al exaltado líder alemán. “Luces, cámara, acción”, nace “El Gran Dictador”. Cuando los nazis se enteran amenazan con romper relaciones diplomáticas, pues en 1938 todavía Norteamérica no ha declarado su postura frontalmente y Hitler no es el demonio que hoy conocemos, la gente guarda esperanzas de que sea el gran líder político que aplique mano dura. Pero Chaplin lo sabe, detrás de ese duro bigote se viene una catástrofe. Su película es perseguida, pero en New York se queda quince semanas en cartelera.
Cuando acaba la Guerra los opositores hipócritas aplauden, la película por fin se puede estrenar en Europa. Dicen que fue la cinta que más llenó los bolsillos de Chaplin. La revista Life sentencia: “El actor más querido del mundo ha realizado un film en el que ridiculiza a la figura más odiada del mundo”.
Pero allí no acabaron las aventuras del buen Charles. Siguió un divorcio, un injusto juicio con una mujer demente que le atribuía una presumible falsa paternidad, una baja en su popularidad y un nuevo matrimonio, esta vez con una extraña muchachita de diecisiete años llamada con el rítmico nombre de Oona, y quien ya se ha relacionado con Orson Welles y Jerome D. Salinger; además, es hija del dramaturgo Eugene O´Neill, quien no le perdonó nunca que se casara con un hombre maduro.
Al comenzar la Guerra Fría se abre el Comité de Actividades Antiamericanas, que acusó de COMUNISTA al buen Chaplin. El argumento era que había pedido el apoyo a Rusia en su lucha contra los nazis. Pero en el fondo Norteamérica guardaba resentimiento contra aquel pobre actor inglés que se había hecho rico como versaba el sueño americano y que nunca pidió la nacionalidad. Ser americano no le quitaba el sueño, decía que si tuviera que cambiar de nacionalidad buscaría un país pequeño como Andorra.
Las acusaciones no se detuvieron, la prensa señaló que tenía la casa llena de cuadros de comunistas. Entre su colección Chaplin contaba con cuadros de Picasso. Fastidiado por la CIA, los conservadores, los periodistas y las puritanas, le propone a su joven esposa un largo viaje por Europa. La policía se entera y le pide que antes del viaje deposite dos millones de dólares como pago adelantado de sus impuestos. Por fin, en 1954 la pareja junto a sus cuatro hijos zarpa en el trasatlántico “Reina Elizabeth”.
Mientras Charles respira la brisa marina y ve acercarse el gran puerto de Londres le llega un telegrama, está expulsado de Estados Unidos y si intenta regresar será encarcelado.