El Pastor: en camino a la libertad
Con el Miércoles de Ceniza, la semana pasada hemos comenzado la Cuaresma, tiempo en el que Dios nos llama a caminar hacia la Pascua en la que celebraremos la victoria de nuestro Señor Jesucristo sobre el pecado y la muerte. De hecho, así como hace más de tres mil años Dios fue al encuentro del pueblo de Israel para liberarlo del Faraón rey de Egipto que los tenía sometidos a esclavitud y llevarlo a la tierra prometida, el mismo Dios viene a buscarnos en el hoy de nuestra historia para atraernos nuevamente hacia Él y conducirnos a la libertad; porque, como nos dice el Papa Francisco en su mensaje para esta Cuaresma: «Del mismo modo que Israel en el desierto lleva todavía a Egipto dentro de sí -en efecto, a menudo echa de menos el pasado y murmura contra el cielo y contra Moisés- también hoy el pueblo de Dios lleva dentro de sí ataduras opresoras que debe decidirse a abandonar». Y, al igual que Dios celebró una alianza con el pueblo de Israel en el monte Sinaí y le entregó el Decálogo, que nosotros conocemos con el nombre de Diez Mandamientos y que en realidad son diez palabras que señalan el camino hacia la libertad, también hoy Dios nos invita a caminar guiados por esas diez palabras que nos transmiten su amor hacia nosotros, para que experimentemos la verdadera libertad que Él nos ha obtenido a través de la muerte y resurrección de su Hijo Jesucristo.
Ahora bien, el primer paso para poder recorrer el camino hacia la libertad de la Pascua es querer ver la realidad y reconocer que, más allá de nuestras buenas intenciones o deseos, en cada uno de nosotros todavía hay algo que nos impide ser del todo libres. Como también nos dice el Papa en su mensaje: «El camino cuaresmal será concreto si confesamos que seguimos bajo el dominio del Faraón. Es un dominio que nos deja exhaustos y nos vuelve insensibles…Porque, si bien con el bautismo ya ha comenzado nuestra liberación, queda en nosotros una inexplicable añoranza por la esclavitud». Es así: el bautismo ha extirpado de nosotros el pecado original y nos ha introducido un germen de vida divina, pero pese a eso nuestra naturaleza humana ha quedado de alguna manera herida e inclinada al pecado, que nos vuelve insensibles al sufrimiento y las necesidades de los demás y nos somete a los ídolos de este mundo que son más esclavizantes que el Faraón de Egipto.
En este contexto, no tiene sentido defendernos ante nosotros mismos pretendiendo negar nuestra debilidad hacia el pecado. Para vivir bien la Cuaresma y experimentar después la potencia de la Pascua, es fundamental que cada uno reconozca qué apegos tiene todavía que lo alejan de Dios y del prójimo y le impiden ser totalmente libre. Este es el primer paso del camino cuaresmal. Si no lo damos, corremos el riesgo de pasar la Cuaresma como cualquier otro tiempo del año, y al final podremos celebrar los ritos de la Semana Santa, pero saldremos de la Pascua igual que como estábamos antes de empezar la Cuaresma. Nada habrá cambiado en nosotros. Seguiremos con nuestras mismas esclavitudes y frustraciones. Demos ese primer paso esta semana y en las próximas daremos los siguientes guiados por el mensaje del Papa Francisco que hemos comenzado a comentar.
+ Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa