SOBRE NUEVE VIDAS
Por: Willard Díaz

La segunda parte del diálogo que sostuvimos con el escritor limeño Leonardo Aguirre, que vino al último Festival del Libro, versó sobre su última novela, “Nueve vidas”. Aquí lo esencial de esa conversación.

En la presentación de “Nueve vidas” dije que en este libro no hay propiamente una historia, un hilo conductor que lleve al protagonista de una situación inicial, mediante algún incidente, a otra situación extrema final. Si hay algo así es la historia de una vida, desde el nacimiento hasta el momento incierto de su agonía. Pero eso no es una historia literaria. Por eso me parecía comparable a la novela picaresca, en la que solo hay una sucesión de pequeñas historias y al final el pícaro acaba yéndose a algún otro sitio, sin desenlace.

“Interruptus” también era así, historia tras historia. Esta es igual. La diferencia es que la primera se interrumpía y se interrumpía; y aquí se cierran las historias. Claro, “Nueve vidas” es una novela episódica. Hay muchas historias contadas en el momento en que estoy en una clínica a punto de ser operado.

Hay cosas que pueden funcionar no como un hilo argumental, es cierto, pero sí como una exposición de objetos; los objetos son un poco los que van ordenando el material.

Los lugares sucesivos también ordenan la estructura. Como no hay un hilo de tiempo, algún orden debe haber para que la novela no sea incoherente. Encuentro ese orden en dos elementos, uno es el espacio, porque es una novela de recorridos: el narrador pasa de un distrito o una calle a otra.

Hay momentos en que describe tal cual recorrido del carro que va de un punto al otro pasando de tal calle a tal otra.

Y otro elemento. Aunque el título del libro es “Nueve vidas”, es un título engañoso porque no hay las tales nueve vidas, se trata de un juego del que solo se habla de pasada. El narrador dice cómo lo inventaron y que alguna vez jugaron y chau. El juego mismo no tiene ningún rol en la trama. Ni siquiera los dibujos de naipes al inicio de cada parte del libro sirven para ordenar.

Eso forma parte del trabajo del editor. Ilustrar.

Entiendo además que tenías otro título…

Tenía veinticinco mil títulos. Pero los descartamos. El último, antes de este, era “Retrovisor”. Otro que le gustaba a Germán Coronado era “Jirones de carne”. Un día que nos encontramos para hacer un trámite en la Sunat me dijo “Y por qué no le ponemos “Nueve vidas”. Bueno, le dije, aunque no tiene mucho que ver con el libro, es solo un juego. Pero suena bien, me dijo. Ya bueno, queda.

Claro, no es un título que resuma todo, ni hablar. Pero tampoco molesta.

Es como el nombre del álbum de los Beatles, “Abby Road”, que solo es la calle donde estaba el estudio en que se grabó el disco, pero no tiene ninguna conexión con la música. Es más, ese disco se iba a llamar antes “Everest” que es nada más que la marca de cigarros que fumaba un ingeniero de grabación; y finalmente lo desecharon por esa leyenda de la falsa muerte de Paul, dijeron la gente va a pensar que es “Ever – est”, descanso eterno. No puede ser.

Esos también me gustan, los títulos que no son finalmente la cifra de todo. Por eso no me molestó mucho el título sugerido de este libro.

Vuelvo a la coherencia dos. Como dije en la presentación, “Nueve vidas” tiene dos partes intercaladas. Una es el relato en primera persona de una serie de anécdotas del personaje-narrador; y otra parte es una entrevista. Como la entrevista no está en primera persona debemos suponer que tiene otro narrador, un narrador implícito. Así, tendríamos dos narradores en el libro.

hay dos narradores tenemos que preguntarnos quién los ordena, quién compagina las partes, y hay que suponer un tercer narrador, el que está eligiendo y alternando las partes de las dos partes generales del libro, un narrador-editor.

Según lo que has contado, tenías el libro escrito, al que el editor consideró importante añadir las entrevistas famosas, los “versus” en verso, la otra mitad del libro acabado. Lo cual convirtió a “Nueve vidas” en otra cosa, que es un texto metaficcional que se mueve en tres niveles. Uno sería la historia en primera persona, otro las entrevistas; y tres, el que mezcla las dos anteriores. Esa tercera dimensión es la coherencia metaficcional a la que me refiero.

R. Bueno, yo tenía en efecto un libro que mandé a Méjico y me aceptaron tal cual. Pero en Perú Coronado me dijo este narrador es muy frío, muy calculador, molesta a todo el mundo; necesitamos otra cosa, algo de sentimiento que rompa con todo. Entonces a mí se me ocurrió la entrevista en que afloraran un poco de sentimientos; y después ya se metió la locura de escribir la entrevista en verso. Esa fue la historia.

Hay cosas ahí que fueron mías, como ya dije, por capricho. Porque siempre quiero hacer algo que sea diferente. Pero no me molesta que se muestre un poco del artificio. Por un lado están las trampas para los que van a creer que hay algo de verdad; y por otro lado el artificio de la entrevista en verso que nadie se puede tragar, nadie va a creer que se entreviste así. Por un lado está la aparente autoficción y por otro la metaficción. Entonces no le doy la razón a uno ni al otro.

Atizado por las sugerencias de Coronado hice estos diálogos que son básicamente caprichos míos, en verso.

Ahora, quién habla con el protagonista es cosa que yo pensaba dejar ambigua. Me interesaba que quedaran varias opciones de saber con quién está hablando. Creo haber dejado pistas para pensar que es un periodista, que es un pastor evangélico, que es el personaje hablando consigo mismo, que es un psicoanalista —hay por ahí un ping-pong que suena psicoanalítico— o que es la muerte misma. Quise dejarlo como un interlocutor misterioso.

Hablando con González Vigil por teléfono, se le ocurrió que el juego de cartas podía ser algo psicoanalíticamente significativo; que en este libro yo me deshago de todas mis cartas, como en el propio juego gana el que se deshace de las cartas. Y es posible que sea así, en tanto que utilizó un montón de recursos que ya he ido utilizando en libros anteriores. Como si fuese un catálogo de mis recursos puestos en un solo libro. Es una hipótesis de González Vigil. A veces uno mete cosas por capricho y resulta que tienen cierto significado inconsciente.

Esa es la historia de cómo llegamos al estado actual de este libro. La narración por un lado y los diálogos por otro: que, bueno, yo creo que funcionan.

Es como el caso de “Interruptus” que, como recordarás tampoco tenía la voz de la interlocutora. Y también el editor pensó que la gente se iba a perder en medio de tantas jergas, y sugirió un glosario, o una columna al costado con traducción, o notas al pie de página. Me fui a mi jato y se me ocurrió esto, una editora que aclare un poco las cosas. Una historia parecida a la de “Nueve vidas”.

Incluso en algún lugar de “Nueve vidas” hablo de esto, que una cosa es el autor que está en la solapa, otra es el narrador, otra es el personaje.

A eso me refería, a la consciencia escrita en el texto sobre la manipulación de la estructura narrativa que deja ver el artificio de la literatura en la propia literatura. Eso hace que el texto no se lea como una simple historia referencial sino como una producción de sentidos ficcionales.

Claro, es un artefacto literario que se asume como artefacto literario, no como un reflejo de la realidad sino como una creación artística que se asume como tal.

Entonces podríamos decir que el tema de “Nueve vidas” es la creación literaria.

Claro…, sí, sí. Sobre todo guiados por los diálogos, ¿no? En los objetos de la exhibición planeada también. Son objetos que no tienen mucho que ver con la literatura. Hay un guiño ahí a Ducham

Son objetos absurdos, imposibles de mostrar en una exposición. Nadie que quiere mostrarse en una exposición pone ese tipo de cojudeces. Ahí está el asunto paródico. Creo que también hay allí una crítica al reconocimiento, a la trascendencia, a la figura del autor por encima de la obra. Los objetos no obedecen al libro sino al autor.

toca, algo místico.

Es en los diálogos donde aparece la cuestión del establishment, los editores, el oficio mismo.

Otra cosa que mencioné en la mesa de presentación fue lo políticamente correcto, o, en este caso, incorrecto. Ese personaje narrador tuyo se expresa con prejuicios de clase, de raza, de género. Comparte con sus amigos un “Cholómetro”, entiendo que es para medir cuán cholo es algo o alguien, despectivamente. Tienen además un “Indiex” donde van los “indios” o lo que los represente. Con esa visión común de que el autor está en sus personajes muchos van a creer que así eres o has sido tú. ¿Cómo manejas eso?

No importa. Siempre tengo la defensa de que eso es el libro y no soy yo. Volvemos al principio. Es solo un artefacto de ficción. Yo sé, por supuesto, que eso me va a generar problemas, pero es con gente que lee mal.

Además, en algún momento el protagonista-narrador termina aplicando ese juicio, esa medida a sí mismo y a sus amigos. Los pasa por el cholómetro, y dice que es huachafo él mismo. Está la historia esa de los ojos azules. Más acomplejado no puede ser. Es un personaje con fisuras, o contradictorio. Descubrimos que él también es un cholo. Todos somos cholos, más claritos unos, más oscuritos, pero todos somos cholos.

A eso llamo ironía. Más que buen humor de chistes y juegos de palabras algo alegres, el tono general del libro me parecer irónico, con un doble discurso, el literal y el burlón. Eso es lo que hace soportable el prejuicio del narrador. Si participo como lector de esa ironía el narrador es creíble, pero si soy realista me parece un personaje desagradable.

Claro. Cuando publiqué “Interruptus” pensé ahorita las feministas me van a quemar. Y la primera opinión elogiosa que tuve del libro fue de una feminista radical, de las redes, una feminista española que usa seudónimo; fue la primera que puso un post en su muro diciendo que le había encantado el libro. Le escribí por interno y le dije cómo es esto posible. Me dijo lo que pasa es que tú lo tomas todo con humor y eso te salva, y además está la cuestión estética, el libro se puede leer cantando. Entonces el libro deja de ser una diatriba y se convierte en un objeto artístico.

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