El costo de los cambios de gabinete
Por: Cecilia Bákula – El Montonero
Mucha tinta se ha derramado y muchos ríos de opinión han corrido en estos pocos días desde que juramentó el frustrado gabinete Valer. Se ha levantado una nube de tremendas acusaciones, muchas de ellas realmente serias y denigrantes para el ejercicio de la función pública; otras ponen de manifiesto la bajeza y mezquindad de grupos sociales que no bien perciben que sus intereses se ven afectados, se enardecen de manera desmedida y pueden poner su mínimo y pequeño yo por delante de todos los intereses nacionales.
Sin entrar en la cada vez menor calidad de casi todos los integrantes de cada gabinete, la poca idoneidad e inexperiencia para el cargo, llama la atención la arrogancia y beligerancia con que algunos encaran las críticas, así como el silencio de otros que se saben puestos para ser sacrificados en un proceso de humillación y maltrato personal que parece importarles poco. En estos tiempos, ¡Cuánto pesa un fajín!
Lo que percibo realmente como serio es el incremento de la inestabilidad política y la tibieza temerosa de algunos congresistas que, en redes sociales y a veces en declaraciones, asumen voces de confrontación; pero que en la práctica, no llegan a liderar una postura con voz madura, seria y concreta en el interior del Congreso.
Con mucha más astucia de la que se imaginaba, el Ejecutivo va poniendo contra las cuerdas al Legislativo y este mantiene una “extraña esperanza” de que exhortaciones, cautos llamados y pálidos anuncios sean suficiente para que se corrija una pauta de conducta que, a seis meses de gobierno, no debería dar lugar a dudas de cual es el rumbo que este marca e impone. Después de la triste y vergonzosa entrevista concedida a un medio extranjero y difundida al mundo entero es necesario decir que los peruanos, y creo que lo piensa y siente la mayoría, no nos vemos ni queremos vernos reflejados en este gobierno ni en lo que el gobernante y sus allegados exhiben como conducta. Triste es que se nos siga haciendo ver, ante el mundo entero (por si los nacionales no nos hubiéramos ya percatado) cómo la incapacidad, la mediocridad y la falta total de valores se enquista en el gobierno de turno.
El primer gabinete recibió de inmediato un rechazo frontal de un sector de la población pues se estimó que los ministros no daban la talla. Pero, en ese momento inicial, cuando se vivía la “luna de miel” del gobernante, él tenía aún la posibilidad de conmover y convencer a la población. Hoy, esa fuerza de respaldo no existe más, y aunque nos gusten o no las encuestas, aunque las consideremos absolutas o no, lo cierto es que la gran mayoría de la población, aun en los sectores y regiones que votaron por este gobierno, le vienen dando la espalda y con justificada razón. Solo se ha exhibido en estos seis meses un populismo barato y empobrecedor, una incapacidad absoluta y evidente para la toma de decisiones, una ignorancia supina respecto a las necesidades del país y una voluntad, aparentemente férrea y obstinada, de llevar las cosas a puntos de quiebre. Dea ello se tiene cada día más cuando el gobernante, ante una nueva crisis de gabinete, pone de manifiesto que no logra elegir ni a los más adecuados ni a quienes pueden generar consenso.
Los cambios en todo un gabinete motivan siempre inestabilidad, alteración en el ritmo que debe llevar cada ministerio y variaciones en la manera de conducir cada cartera. A falta de conducción, a falta de cabeza, cada sector anda por su cuenta y no se ve una línea de acción que genere confianza ni mucho menos esperanza. Qué duda cabe que hay sectores críticos para el manejo del país.
Muchos de los ministros propuestos recientemente y otro tanto de aquellos que integraron anteriores gabinetes son, como se dice en muchas redes sociales, realmente impresentables. No dan la talla ni personal, ni profesional, ni técnica y mucho menos ética y ello viene siendo un elemento de confrontación, enfrentamiento y podemos constatar que ante la sola designación de personajes de tan poco valor, los ánimos nacionales están peligrosamente exacerbados. El descontento que se percibe por doquier puede convertirse en un mal caldo de cultivo y a veces parece que lograr ánimos y conductas exasperadas, es una oscura intención de un gran sector en el gobierno porque la búsqueda de la paz, el acercamiento, la conversación y el diálogo no aparecen ni en los deseos ni en la voluntad.
Si el gobernante es responsable directo de sus malas acciones y de las pésimas decisiones que toma y de proponer para cargos importantes a personas que carecen de condiciones para ello, debemos señalar que el Congreso tampoco decide tomar el toro por las astas y muestra una actitud tibia, de lenta reacción política cuando puede actuar dentro del marco constitucional. Esa lentitud y titubeos solo permiten que el desgobierno vaya ganando terreno.
Si la temida “cuestión de confianza” se ha logrado capear, es de suponer que esta lucha por la gobernabilidad, por la libertad y por la democracia no tiene mucho más margen pues o se actúa o sufriremos gravísimas consecuencias. Nunca es en vano recordar las sabias palabras del Apocalipsis (3,15) “¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitará mi boca”.
El costo de cada crisis ministerial, de cada cambio de gabinete es altísimo y afecta a todo el país, a todos los sectores y debilita, por no decir que aniquila, las justas esperanzas de un futuro promisorio para el Perú, futuro que se ve muy sombrío.