Cuarenta años del Museo del BCRP
Por: Cecilia Bákula – El Montonero
Haber sido parte del mayor tiempo de la historia actual del Museo del Banco Central de Reserva del Perú (BCRP), que en enero cumplió 40 años de fundado, me permite –creo yo– hacer un balance y un recuerdo de esa aún corta pero importante labor de servicio a la comunidad.
El Museo, ahora llamado Mucen, surge ante la necesidad de dar uso al local que había albergado al propio BCR. Y fue gracias a Manuel Moreyra, quien comprendió que las colecciones que tenía en el propio Banco no podían seguir siendo patrimonio tan solo de los funcionarios, sino que era el momento de cumplir dos grandes finalidades: recuperar y dar nuevo uso a un espacio arquitectónico emblemático en el centro de Lima, y poner al servicio de la comunidad las colecciones de cerámica arqueológica y pintura republicana. Así se dio inicio a una maravillosa aventura cultural que contó, luego, con el decidido apoyo de diversas autoridades. Y entre ellas destaca Richard Webb.
Correspondió a Carlos Rodríguez Saavedra dar inicio a esa nueva institución cultural en la ciudad. Con orgullo y responsabilidad asumí la dirección a los pocos meses de su apertura; desde entonces, parece ser un destino femenino. Y a mucha honra, puede seguir siéndolo.
Instalado en un edificio precioso, impactante y de una arquitectura de la mayor calidad, el Museo se enfrentaba, a mi criterio, a la necesidad de salir en búsqueda de una población que, en todo Lima, estaba ávida de tener acceso al conocimiento, a la reflexión y a entablar una relación de “intimidad”, comprensión y cercanía con su propio patrimonio cultural.
Las colecciones empezaron a incrementarse rápidamente porque tanto la población como los artistas contemporáneos y coleccionistas entendieron que el Museo del BCR era y es una institución que ofrece garantías de seriedad; y que ese punto de acción cultural estaba destinado a llegar a muchas otras personas. Máxime cuando se creó el Museo Numismático, ubicado en el local del Antiguo Tribunal Mayor de Cuentas. También cuando empezó a darse mayor importancia a la presencia cultural en las diversas sucursales del BCR –en ciudades como Cusco, Arequipa, Trujillo y Piura–, y cuando se incorporó el cuidado y manejo de una parte de la colección de arte popular de Pablo Macera, así como con el ingreso de objetos de carácter arqueológico que fueron entregados para custodia.
Creo que hubo dos momentos de singular importancia “material” para la institución. Uno de ellos fue la notable adquisición de obras de arte, de pintura peruana republicana y virreinal, que se logró a raíz del proceso de liquidación del BIC. Y el otro momento fue la adquisición, primero en comodato y luego como legado formal, de la colección de oro que Roberto Letts entregó en memoria de su tío Hugo Cohen.
El Museo tuvo desde sus inicios el compromiso de abrir sus puertas, salir de sus linderos y llegar, con muchas actividades, a un público no solo del centro de Lima, sino a zonas marginales. Correspondió a Juan Peñafiel dar el primer paso, usando las instalaciones ya existentes para promover labores permanentes de extensión, como cine club, recitales, teatro para niños y adultos. Así se logró el que fuera un lugar abierto, permanente, gratuito. Era útil a la sociedad, lo que se incrementó con una potente proyección fuera del Museo, tanto en Lima como en provincias, con exposiciones itinerantes asociadas a sus propias colecciones. Y llegó a muchos creadores gracias al Premio Novela Corta y al Concurso Nacional de Pintura.
En ese empeño no podemos olvidar a las personas que hicieron ese camino y que dejaron el sendero definido; muchas de esas labores ya no se realizan y se ha optado por otros rumbos, asociados a un desempeño docente que es sin duda de interés. Personas como Cecita, Malú, Sergio, Lalo, Maka, Mariú, Rina, Margarita, don Quique, Rodo, Bertha, Maricucha, Grazzia, Liliana y tantos otros que pusieron al servicio de ese empeño institucional su mejor aporte y que, en conjunto, contamos con el apoyo de personas como René, Silvia, Percy, Tarjelia y Eduardo. Imposible dejar de mencionar aquellos compañeros de toda una vida que se nos adelantaron partiendo antes de tiempo: Úrsula, José “Meloco”, Alberto, Filo, así como la querida, entrañable y eficiente Jackie; ella conocía cada pieza como si fuera una hija nacida de sus propias manos.
El Museo del BCR fue para todos nosotros mucho más que un lugar de trabajo, era el espacio de convivencia de una familia integrada por personas con muy diversas especialidades y caracteres, pero con un empeño en conjunto, con la voluntad de un trabajo en el que todos éramos indispensables. Debo señalar que no toda la vida fue color de rosa pues no siempre hubo una gran comprensión ni predisposición para el crecimiento del Museo; muchas de las actividades se hacían “primero” porque de lo contrario, no se habrían hecho y en ello, teníamos complicidad entre todos. Al mismo tiempo, fueron no pocos los ratos amargos y bastantes las frustraciones vividas porque en algunos momentos el Museo dependió de actores administrativos con mínima empatía hacia la gestión cultural.
Creo que el propio Banco si bien ha demorado en entender el valor de su cara cultural, de su llamado a un servicio que va más allá de lo que estrictamente le señala la ley orgánica, ya ha asumido que el Museo es el instrumento invalorable para lograr esa otra labor indispensable para una institución notable, histórica y fundamental en nuestra vida política. Pero, mirando con perspectiva, creo que todos hemos sentido que nuestra vida se hizo mejor en el Museo del BCR, que crecimos como personas, que apoyamos a la mejor imagen de una institución tutelar y fundamental, que le pusimos alma y rostro humano al BCR.
En una institución así, nada está dicho “del todo” y no me cabe duda de que lo sembrado, con rectitud y profesionalismo de muchos, viene dando resultados y serán muchos los frutos que, unidos al ímpetu de las nuevas generaciones y el aporte de tecnologías de avanzada, harán que cada vez más, este Museo sea un espacio emblemático, de servicio y de reflejo de la solvencia y seriedad de la institución a la que está adscrito. Ahora esa nueva generación, en manos de Mari Pili, tiene el poder de ser y servir.
Tengo siempre un sentimiento de gratitud por lo que pude vivir, hacer y aportar y creo que hablo por muchos de los mencionados en este brevísimo texto de homenaje, recuerdo y felicitación. Que sean muchos, muchos años más de compromiso y servicio.