Levantar la voz no es sedición
Por: Cecilia Bákula – El Montonero

La grave situación por la que atraviesa el mundo y la fragilidad de la paz y la debilidad de intenciones de entendimiento entre las potencias del mundo acarrean, entre otras tristes realidades, la guerra como enfrentamiento militar. Además, de una u otra manera, esos “amos” del mundo arrastran en su locura de odio y ansias de poder a toda la humanidad.

Sin embargo, por más cruda que sea la situación presente a nivel mundial, nada puede ocultar el caos en el que está viviendo el Perú que, a mi criterio, es una crisis de valores pues la verdad y la justicia como valores absolutos, que lo son, pretenden ser eliminados de nuestro vocabulario, perspectiva y conducta. Y todo ello, agravado por la incapacidad del propio presidente como la de muchos –casi todos– los ministros que ha osado elegir en estos cuatro gabinetes, nos llevan a reconocer que, por haberse avalado un fraude, una minoría de ciudadanos impuso a un gobernante que desde hacía varios meses mostraba un mal perfil, una escueta hoja de vida y más bien una voluntad de exacerbar a la sociedad peruana. Me he preguntado muchas veces si es que la mayoría de los votantes, estarán haciendo un examen de conciencia respecto al voto emitido pues entre ellos, serán muchos los que se darán cuenta que apostaron por la opción equivocada y, de muchas maneras, son responsables por la tendencia casi inexorable de que el nuestro, sea un país fallido, un país que no se reconoce a sí mismo ni se encuentra en sus raíces ni en sus ramas. Se mira en un espejo en el que no se reconoce.

En esas condiciones, se requiere de una autoridad que motive admiración no repudio, de un gabinete que ofrezca capacidad, manos limpias y transparencia y no solo en unos pocos, sino en todos, de cabeza a pies, de rey a paje. Solo el ejemplo de conducta recta, de palabra veraz, de acciones con coherencia e inteligencia podrán darle a nuestro país un sentido de futuro.

He pensado muchas veces que el problema de lo que llamamos “copamiento del Estado” no es en sí mismo la raba de este gobierno, para impulsar el desarrollo y la buena gobernanza que se le exige; la gravedad está en que cada vez más nos ponen en manos de no pocos a los que se podría tildar de delincuentes, de muchos cuya trayectoria es tan ínfima y ajena a la gestión pública que no podremos pedir “peras al olmo”, ni esperar frutos buenos de árboles podridos. Unos pocos destruyen al Estado, tiran por la borda las décadas de crecimiento, frustran el futuro, engañan con descaro y malicia y se forran con riquezas que arrancan al “pueblo” al que dicen querer. ¡Qué manera más infame de manosear un término! La hermosa palabra “pueblo” está quedando carente de su valor real, en boca de quienes lo abusan y empobrecen.

Y, en esta situación, es necesario levantar la voz pues la libertad de opinión y de expresión, solo en un totalitarismo absoluto, se puede considerar como una voluntad de traición o sedición. Mal haría la población en guardar silencio ante estos hechos y esta realidad; denunciar, hablar es un acto de rectitud de conciencia y, sin duda, se trata de silenciar a los que piensan distinto al actual régimen. ¡Qué grave es eso! Sobre todo porque quienes hablan por este régimen, carecen de capacidades para argumentar con razones que no sea la violencia hacia los interlocutores y la violencia no solo en palabras sino en actos y gestos, pone de manifiesto el terror ante la prensa, el miedo ante las preguntas incómodas y el pavor a quedar del todo descubiertos.

¡Qué desgracia, es además, la inmoral conducta de los que deben ejercer una labor fiscalizadora! Cierto es que no todo esto puede achacarse exclusivamente a este gobierno, pero sí es cierto que se regodean en la ineficiencia culposa heredada que descalifica a cualquier intento de que la justicia llegue también a quienes ostentan ahora una tan frágil y decadente autoridad.

Esta decadencia en la política nacional en donde se carece de decencia y en el ejercicio de autoridad va llevando al país a la destrucción del sistema económico que implicará, necesariamente, el incremento de la pobreza, el quiebre total de la institucionalidad y el sentido de identidad con los valores de la democracia. Sin duda, no será este Estado el que nos salve pues un náufrago ahogándose no puede ayudar a otro, solo puede tratar de lanzar espuma y manotazos a su alrededor. Esto lo demuestra la exacerbada reacción del jefe de Estado ante las graves declaraciones que ha hecho su antigua aliada, lobbista, amiga, y ahora enemiga; ya la atrevida lobbista se ha dado cuenta que se rebalsó la copa de la paciencia ciudadana y que solo le queda ser “colaboradora” pues en esta guerra en la que el país trata de levantar la cabeza por encima del naufragio total, marcado por la corrupción enquistada, la incapacidad como galardón y el latrocinio como manera de actuar, no hay lugar para ambos: o Pedro o Karelim.

Es de esperar que la justicia se porte a la altura de las circunstancias; esta es su oportunidad porque, aunque cueste decirlo, el Congreso ha dejado pasar en muchas oportunidades de actuar con responsabilidad y valentía; tan solo la amplísima inasistencia de miembros a la última sesión de la Subcomisión de Acusaciones Constitucionales habla mal, muy mal de aquellos representantes del pueblo que solo parecen representar a sus mezquindades. Por lo tanto, si el Estado mantiene a los ciudadanos en total indefensión y es real y comprobable la creciente pobreza, el alza de precios, la creciente violencia e inseguridad, a la población no le queda más que levantar su voz y actuar en defensa del país y todo ello es el ejercicio del pleno de nuestros derechos y está lejos, muy lejos de poder ser calificado de traición o sedición

Basta pues de demonizar a la oposición y de tratar de arrinconar a la prensa libre, de amedrentar a la ciudadanía y de dar dádivas vergonzosas a los más humildes porque ellos tienen que recibir esas migajas ya que este gobierno los lanza cada vez más a una pobreza mayor. Sin embargo, le toca a la oposición, como una obligación moral e histórica, deponer todo interés partidista y unirse para ofrecer a la ciudadanía una bandera y una voz que convoquen a la unidad y hacia un solo objetivo: rescatar al Perú y enrumbar el futuro.

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