De la pandemia a la escasez de fertilizantes
Por: Gustavo Zambrano – Coordinador de la FAO
En el 2020, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos y la OIT señalaron que la crisis generada por el covid-19 tendría repercusiones negativas en el ejercicio del derecho a la alimentación de los pueblos indígenas.
Si bien los esfuerzos de los gobiernos del mundo se centraron en evitar que la pandemia se propague, no significó necesariamente la consideración de los temas pendientes de estos pueblos en esta lucha.
Las demandas de los pueblos indígenas por garantizar sus tierras y territorios, y con ello su seguridad alimentaria, es de larga data, y la pandemia agravó las limitaciones a este derecho y otros relacionados con su garantía, como el tener una alimentación adecuada y asegurada.
Son varios los problemas que tienen los pueblos indígenas para garantizar su territorio y, con ello, su seguridad alimentaria. Podemos mencionar la creciente demanda de tierras para cultivos comerciales a gran escala, lo que ocasiona conflictos por el acceso al agua; por otro lado, la presión que sufren sus comunidades por verse obligadas a transformar sus opciones de subsistencia, alquilando sus tierras o pasando a ser trabajadores estacionales.
Adicionalmente, la contaminación, que no es remediada ni reparada; la deforestación, minería ilegal, narcotráfico y los impactos del cambio climático. Todos son problemas anteriores a la pandemia y significaron un agravamiento cuando esta comenzó, al dejarse por varios meses en un segundo plano.
El acceso a una tierra buena garantiza la seguridad alimentaria. Cuando esto no ocurre, de acuerdo con la FAO, es más probable que empiecen a depender de alimentos producidos fuera de sus comunidades o, peor aún, alimentos no saludables, acrecentado por discursos de que lo foráneo es mejor que lo propio. Esta dependencia significa un alto grado de inseguridad alimentaria, que se ve reforzada por la falta de ingresos y recursos.
Cuando las familias tienen ingresos, su alimentación puede mejorar; lo contrario representa problemas graves de alimentación (malnutrición), que se reflejan en enfermedades, sobre todo en niños, niñas, adultos mayores, mujeres y personas con alguna discapacidad, principalmente.
Por ello, frente a un alto grado de dependencia de productos externos a sus comunidades, es ideal que una comunidad pueda cultivar sus tierras, lo que implicará que estas personas tengan una alimentación de calidad, además de que se cultivan productos propios de la zona, rescatando con ello conocimientos ancestrales. Esta es una situación a la que debemos empezar a tomar atención.
Los pueblos indígenas ya eran vulnerables a la inseguridad alimentaria, lo cual aumentó con la pandemia. Los confinamientos significaron un impacto en los medios de vida de las personas indígenas, dado que no pudieron realizar sus actividades habituales para acceder a puestos laborales que les permitiesen ingresos para comprar alimentos producidos fuera de sus comunidades, sobre todo en centros urbanos. Todo ello agravado por la falta de seguridad sobre sus tierras y territorios. Ahora a lo anterior se suma un escenario de inflación de alimentos y escasez de fertilizantes para la producción agrícola. Con respecto a esto último, estamos frente a dos escenarios.
El primero es la producció de alimentos para autoabastecerse. Estos cultivos que apuntan a la alimentación diaria suelen utilizar abonos naturales. En este escenario podemos encontrar productos nativos que pueden suplir aquellos productos externos y romper con la dependencia mencionada, y así asegurar su seguridad alimentaria.
Por otro lado, los pueblos indígenas que tienen actividades de producción agrícola a gran escala podrían depender de fertilizantes químicos, pero aquellos pueblos indígenas que cultivan para la producción manteniendo sus prácticas ancestrales, cuidando el bosque y utilizando lo que brinda no van a requerir de estos fertilizantes a gran escala, sino de fertilizantes naturales o biofertilizantes, que se están encareciendo; estas prácticas pueden ayudar a preservar dinámicas de cultivo que se han mantenido a través del tiempo y retomar el uso de abonos naturales.
Siendo así, en general, la perspectiva es que la seguridad alimentaria y nutricional de los pueblos indígenas se verá afectada negativamente, sobre todo en aquellos con mayor grado de dependencia en alimentos y productos provenientes del mercado debido a su encarecimiento. Pero a la vez es una oportunidad de inclusión económica-productiva, es decir, ser autosuficientes para la producción de sus propios alimentos, donde sus conocimientos ancestrales pueden representar una oportunidad si se generan condiciones dignas y con pertinencia cultural, considerando que los biofertilizantes están aumentando sus precios, por lo que es clave apostar por abonos naturales provenientes de sus ámbitos territoriales.Con esto último no queremos negar el hecho de que habrá un impacto negativo en las condiciones para la producción de los pueblos indígenas; pero sí existe la oportunidad de dirigir más esfuerzos en promover y rescatar la producción nativa y originaria, sobre todo para la alimentación de subsistencia. Con ello, ayudar a cerrar una brecha que ya viene de años, agravada primero por la pandemia y ahora por la posibilidad del incremento en los precios de los alimentos y fertilizantes. Las oportunidades implican trabajar desde la resiliencia indígena.