Joaquín López Antay: presencia permanente en Huamanga
Por: Cecilia Bákula – El Montonero

Si bien es cierto que será en agosto cuando recordemos la fecha de su nacimiento, en Huamanga en 1897, siempre vale la pena dedicar un momento a rendir tributo a quienes nos precedieron y dejaron huella de gran valor en el desarrollo del arte nacional. Fue en 1975 cuando este extraordinario artista y ser humano empieza a convertirse en una persona conocida y se da inicio a la leyenda hermosa de su vida y su legado; legado que aún hoy pervive en su nieto Alfredo López y en su bisnieta Patricia Mendoza.

El 25 de diciembre de 1975 se dieron a conocer los resultados del Premio Nacional de Cultura, que fue concedido, por primera vez, a un artista “no convencional”. Es muy interesante recordar que el jurado que emitió el fallo estuvo integrado por personalidades de la talla de Cristina Gálvez, Alfonso Castrillón, Leslie Lee, Carlos Bernasconi, Vera Stasny, Juan Günther y Enrique Pinilla. De inmediato, una ola de comentarios, protestas y voces de descontento y no poca sorpresa se alzaron en el ambiente limeño de entonces y una clara contraposición entre los conceptos de arte y artesanía, se puso sobre el tapete.

Al final, la decisión de jurado que, sin duda debió motivar muchas e interesantísimas disquisiciones, quedó confirmada y así, por primera vez en nuestra historia, un artista del campo, creador y cultor del arte de su pueblo motivó que sus creaciones fueran consideradas al mismo nivel de cualquier otra obra de arte, tanto como si fuera una creación salida de las manos de un artista urbano o elaboradas en soportes y con técnicas tradicionales. Es decir, nuestro arte popular, adquirió la categoría y reconocimiento que merecía y que conserva.

La obra novedosa, pero plenamente ayacuchana, de López Antay había ya sido descubierta por el agudo ojo de José María Arguedas y por la visión de Alicia Benavides; ya ellos sabían que se trataba de una herencia de generación en generación y que Joaquín había recibido y aprendido de su abuela materna, también artesana, doña Manuela Momediano. Pero López Antay fue capaz de aportar grandes novedades y, lejos de ser un artista que repetía temas y modelos, pudo interpretar el alma de su pueblo y hacerla vivir en cada una de sus piezas de hermosa imaginería, en sus delicados retablos, conocidos también como “cajones de San Marcos” y en las imponentes cruces de camino, que reflejaban la visión andina de la tradición cristiana, hondamente asentada en los pueblos del Ande peruano.

En el juicio de quienes decidieron darle ese trascendental reconocimiento debió tener presencia el hecho de que don Joaquín no era un artista que repitiera en molde y en serie sus obras. Cada una era una auténtica y novedosa creación, introduciendo, poco a poco, imágenes y escenas de la vida cotidiana de su pueblo y así, los tradicionales Cajones San Marcos, se convirtieron en aquellos “retablos” en donde, gracias a él, el alma ayacuchana quedó plasmada, en toda la riqueza de su ser, saber, sentir y hacer.

Hoy en día, sus descendientes, orgullosos del legado y conscientes de la responsabilidad que con honor y orgullo asumen, son continuadores de su obra y en Huamanga, la Casa Museo Joaquín López Antay, es un punto de visita obligada, un lugar de referencia para el conocimiento de las tradiciones artísticas de la región y un lugar en donde se enseña a amar esa tradición y se mantiene viva.

Y, mientras escribo estas líneas, en homenaje y sentido recuerdo a un gran peruano, que rompió los límites de su propia esencia y supo trascender en el tiempo, tomó conocimiento de una situación que se viene dando en el Ministerio de Cultura. Una antojadiza interpretación de normas legales, pretende retirar de la Dirección de Patrimonio Inmaterial, a la más importante gestora que ha habido en ese rubro, en esa tan maltratada institución. Me refiero a Soledad Mujica; una mujer que con más de 15 años en ese campo de acción y con muchos más de amor y conocimiento a la riqueza inmaterial del Perú, está siendo retirada de su cargo, ejercido con probidad y excelencia, por una curiosa lectura de las normas. ¿De cuándo acá, la experiencia y los éxitos comprobados no son tomados en cuenta? ¿Desde cuándo este gobierno esgrime el valor de los cartones universitarios, cuando los ha pisoteado y manoseado a su antojo?

El caso que se vive en este momento en el ministerio de Cultura es un detalle que parece pequeño, pero que resulta inmenso en sus consecuencias, pues el daño que se pretende hacer a una persona –Soledad Mujica– revierte y golpea al mundo del arte popular, al universo de artistas locales que gracias a ella fueron reconocidos y distinguidos. No es exagerado mencionar que en tiempos de triste letargo de ese ministerio (que debió ser fundamental e importante, pero que ha devenido en un no destacado espacio administrativo) fue la dirección de Patrimonio Inmaterial la que sacó la cara institucional, lo hizo sentir y aparecer como un ente vivo y mantuvo, aun en tiempos de triste pandemia, una actividad promotora y gestora que, entre otros logros, ha quedado plasmada en el éxito sin precedente con la ininterrumpida presencia de Rurak Maqi, en donde el arte popular y sus creadores, encontraron un espacio, una vitrina y el público, un momento de deleite, aprecio y valoración.

Y hablo con conocimiento de causa, pues yo tuve el privilegio de contratar a Soledad en los tiempos del Instituto Nacional de Cultura en donde éramos muy pocos y trabajábamos mucho. Y desde el primer momento ella demostró solvencia, compromiso, honestidad y excelencia en el desempeño de sus funciones. Ahora ya no hablamos de exigir justicia, exigimos coherencia.

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