La crisis de la educación nacional en palabras del maestro
Por: Cecilia Bákula – El Montonero

Hace ya más de un año, porque incluye el periodo final de la campaña electoral, que los ciudadanos venimos asistiendo al teatro de una obra incesante y triste cual tragicomedia. Quien se presentó como maestro –es decir, como educador, forjador de almas, instructor en valores, difusor de identidad nacional, y evidentemente como quien transmite conocimientos culturales, lingüísticos e históricos propios de un país tan rico como el nuestro– viene haciendo gala de una tremenda incapacidad para hilar ideas, hilvanar pensamientos. Ha puesto de manifiesto su gran insuficiencia para llevar sus pensamientos a una expresión verbal.

Más triste aún es que esas expresiones desean ser avaladas bajo la idea de que ellas son “palabras de maestro”, con lo que se viene deteriorando y denigrando, precisamente la importancia de un maestro. Ante críticas puntuales a esas expresiones erráticas se pretende hacer ver a la ciudadanía que esas “dificultades” de orden estructural de pensamiento y de verbalización obedecen a una condición social y geográfica, lo que es absolutamente falso, equivocado y deleznable como justificación, ya que denigra al propio provinciano y se pretende exacerbar una victimización que hace mucho daño.

En nuestro país, ser provinciano ha de ser siempre un motivo de orgullo, arraigo regional e identidad. No en vano nuestra historia está marcada por el brillo de provincianos ilustres, y me permito recordar solo algunos nombres: Víctor Raúl haya de la Torre, Víctor Andrés Belaunde, José Carlos Mariátegui, José Sabogal, Chabuca Granda, Raúl Porras, María Parado de Bellido, Micaela Bastidas, Fernando Belaunde, César Vallejo, Abraham Valdelomar y muchos otros que han sabido pensar y expresar sentimientos de peruanidad sin complejos. Y sin la tan penosa y constante victimización de quien, en principio, encarna a la nación.

Todos tenemos el derecho a exigir que quien habla en nombre de todos nosotros, no solo abandone una vacía verborrea, sino exprese ideas con coherencia. Ideas que se ajusten a la verdad y sean expresiones comprensibles que nos alejen de la vergüenza internacional. Especialmente cuando se habla en foros de carácter cosmopolita o ante gobiernos ajenos al nuestro.

Adicionalmente, las ideas deben estar ordenadas. Y si eso fuera una dificultad, se debería contar con una persona que elabore todo el discurso, anote unas ideas básicas a las que ajustarse y se evite la improvisación en fórmulas verbales que carecen de estructura, lógica y contenido. Y que, en la mayoría de los casos, motivan una risa penosa y una vergüenza para todos aquellos que se saben maestros de profesión y vocación.

Clama a la cordura, por ejemplo, que un maestro hable del Perú que ha sido visto por 1,200 países; o señalar que la guerra que afecta actualmente al mundo es un conflicto entre Croacia y Rusia. y que el Perú se ha marginado gracias a que estamos vacunados. O pretender implementar el guano de las islas como fertilizante para toda la agricultura peruana, como si pudiera exigirle a las aves que produzcan mayor cantidad de excremento.

Grave fue señalar que Tarapacá y sus ciudadanos son parte de nuestra nación. Causó preocupación la tremenda confusión mental referida a la historia del niño y el pollo, historia que ha trascendido las fronteras causando risa. Y esa risa, que parece ser una reacción natural, no es más que la expresión anonadada y avergonzada de quien escucha un “floro” y una mala retórica que no conducen a ningún mensaje.

Si esa es la capacidad de comunicación de un maestro, quien además insiste en hacernos creer que obtuvo con su esfuerzo una maestría, debemos concluir que el sistema educativo nacional vive una severísima crisis. Al margen de la nulidad en acciones concretas, la crisis económica, el alza de precios, el desconcierto de la ciudadanía y la desesperanza, tenemos que escuchar frases incoherentes de quien se muestra como maestro, se tilda de campesino y se apropia de títulos universitarios de dudoso origen. Alguien que ha asumido el poder envuelto en graves denuncias de irregularidades en el proceso electoral, que ponen en tela de juicio la veracidad y autenticidad de su mandato. Estamos ante una situación que debe exigir que la Fiscalía y el Congreso de la República tomen acciones que no admiten más dilación.

¿Cómo es posible que quien se considera maestro, sea incapaz de articular ideas de manera coherente y que haga de esa incapacidad, una manera de ser? Parece que la lista de “errores” de dicción es interminable, y resulta doloroso que esa incontinencia verbal lo lleve a decir cosas como que sería bueno que las lluvias inunden Juliaca.

Una recomendación urgente es pedirle no solo que deje el ejercicio de un poder –con orígenes poco firmes en la legalidad– que lleva al Perú al abismo, sino que limite sus incontenibles deseos de hablar, para evitar incrementar la desazón y el desentendimiento ante cualquier mensaje o comunicación. Quizá cree que así conquista al pueblo. Pero sería mejor dar trabajo, mostrar apego a la ley, defender las causas justas, actuar con prudencia y evitar confundir más a miles de ciudadanos que lo escuchan y se quedan –como muchos– con la percepción de que no se comprende ni lo que se dice, ni lo que se quiere decir.

Al margen del caos económico al que vamos caminando, vemos una inacabable secuencia de ministros que, en la mayoría de los casos carecen de capacidades; y en otros, no pocas, cuentan con antecedentes nefastos para ejercer autoridad. Y, respecto a los dichos que tanto nos sorprenden, cabe reiterar que lejos de ser “meros” errores ponen de manifiesto la real y severa crisis de la educación en el país: si un maestro carece de las habilidades básicas para esa labor y demuestra incompetencia en su desempeño, podemos colegir que son muchos los estudiantes que reciben algo que no podemos calificar como educación, sino más bien como una burla a la dignidad y los derechos de cada alumno.

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