“Más miedo me dio salir a la calle que estar en el penal”
Por: Roxana Ortiz A.

Hoy Carmen Calla Gil está cumpliendo años, como la ciudad de Arequipa y como la mayoría de arequipeños, no se rindió ante las adversidades de la vida y no solo no se echó a llorar, sino que se levantó, “apechugó” y supo salir adelante, ahora hasta ayuda a su ex compañeros del penal a superarse.

Arequipeños que no se rinden

Por circunstancias de la vida, un día, hace 7 años y medio, terminó en el penal de mujeres de Socabaya. “No te preocupes, en un mes yo te saco, paga nomás”, le dijo el abogado. “Entré confiada, sin mayor preocupación porque en un mes ya estaría de nuevo en la calle; mis compañeras de celda se rieron”, cuenta Carmen.

“Pasó el mes nada, pasaban los días y nada; así que a los dos meses dije: esto va para más”, así que no le quedó otra alternativa que inscribirse en el centro de capacitación del penal para aprender a coser a máquina, lo cual no tenía ni idea de cómo hacerlo cuando ingresó.

A los 7 meses fue sentenciada. En ese momento vino la resignación total. Siguió aprendiendo a pintar, a bordar y hasta se compró su propia máquina que hizo ingresar al penal. Total, había que mantener a dos hijos que dejó al cuidado de su madre.

Ella tenía dos grandes motivos como para no echarse al abandono, así que hacía sus manteles, sábanas y diversos trabajos que los vendía para mandar el dinero a la familia; lo que no sucede con una gran parte de internas o internos de los penales, que solo buscan salir a la calle para volver a delinquir.

Hasta que llegó un 12 de junio del 2015, la ansiada libertad. Estaba feliz por salir a la calle, momento anhelado por todos los presos; imaginando que todo sería igual que hace 7 años atrás.

“Salgo y no tenía a nadie, mi familia a excepción de mis hijos, se había alejado y yo los comprendo, seguramente sintió vergüenza. No había caras conocidas debido al tiempo transcurrido. Salía a caminar por las calles y no sabía qué hacer, buscaba aunque sea lavar platos para comprarme mi almuerzo”, narra.

“Ahí pensé: mejor estaba en el penal, tenía mi desayuno, mi almuerzo y el mate por la tarde; aquí no tengo nada. Estuve perdida casi dos meses”, dice.

Cuando ya se acercaba la fecha de cumpleaños reaccionó. Sabía que no podía seguir de la misma manera, si bien sus hijos ya eran más grandes, igual necesitaba seguir apoyándolos y a ella también le urgía cómo sobrevivir y salir adelante.

“Antes que me encerraran, junto con mis padres confeccionábamos zapatos, de ellos aprendí el oficio. Se habían quedado en la casa tres sacos llenos de zapatos a los que no di importancia, así que decidí salir a venderlos. Me fui al Avelino, a la Mariscal Castilla, me perseguían los municipales, pero no me desanimé”.

Del penal también había llevado productos que había confeccionado en bordados y tejidos que también comercializó hasta que logró juntar un pequeño capital para comenzar a hacer lo que sus padres le enseñaron; a hacer zapatos.

Visitando las instalaciones del penal en la calle Siglo XX, lugar donde antes vendía sus productos, se encontró con la ex directora Eufemia Rodríguez, quien la animó para hacer crecer su negocio e incorporar a alguno de sus compañeros. Le dieron un permiso especial para ingresar al penal de varones y contactar con los reos que también confeccionaban calzados y otros productos en cuero.

Se entrevistó con tres internos y en pocos días ya tenían en sus manos el material para comenzar a trabajar; hormas, plantillas, suelas y otros. Al principio tuvo problemas por la calidad del trabajo pero dijo que poco a poco se fueron corrigiendo gracias a la capacitación.

En convenio con el Instituto Nacional Penitenciario (INPE), su marca de calzados “Gabo”, tiene muy buena acogida y forma parte del grupo de empresarios que trabajan con los internos de los penales para ofrecer diversos productos, los que antes se comercializaban en la calle Siglo XX ahora tienen un local en mejores condiciones dentro del mismo lugar, donde todas las personas que requieran de calzados, carteras, mochilas, tejidos, parrillas, hornos, juguetes en madera, muebles, entre otros, pueden ingresar a comprarlos a precios muy económicos.

“Ahora hacemos entre unos 8 a 10 pares por semana. Hay mucha gente que trae sus zapatos y nosotros se los hacemos de acuerdo a su modelo. Estamos ayudando a una decena de internos, especialmente a los más viejitos, porque ellos prácticamente han sido abandonados por sus familias y de acuerdo a como vaya la venta, iremos incorporando a más”, señala Carmen, quien dice que en los siguientes días les llevará una máquina más moderna para hacer calzado y también a quienes los capaciten en técnicas modernas.

DATO

Ella logró recuperar a sus dos hijos y goza de la compañía de tres nietos; pero asegura que salir, recobrar la libertad no fue nada fácil, peor aún si es que no se cuenta con ayuda en la calle, si es que no cuentan con el apoyo de la familia, si es que no les tienden la mano y sobre todo, si es que no ven más allá de sus ojos, si se abandonan.

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