Rosa de Lima: una flor del Perú para el mundo entero
Por: Cecilia Bákula – El Montonero
Pareciera que en la historia de Santa Rosa de Lima se mezclan la realidad, la imaginación y la buena voluntad de muchos de sus devotos. Lo cierto es que hoy por hoy, las investigaciones han avanzado mucho, hasta acercarnos a descubrir, con casi mucha certeza, lo que podría ser el rostro de la santa limeña, cuya fama, iniciada cuando ella estaba en vida, trascendió nuestro continente. Podemos señalar que es la santa con más presencia en todo el mundo católico. Es por ello que afirmamos, en el título de esta nota, que es una “una flor del Perú para el mundo”.
Isabel Flores de Oliva nació en esta ciudad, el 10 de abril de 1586, siendo la cuarta de 13 hermanos. Fue bautizada en la Parroquia de San Sebastián, en mayo de ese mismo año, con el nombre de Isabel Flores de Oliva. Hay varias explicaciones respecto al uso del nombre de Rosa y no pocas especulaciones, que incluso llevan a señalar que a ella le disgustaba que se le llamara así, porque le parecía un nombre veleidoso, hasta que supo de Santa Rosa de Viterbo, una religiosa franciscana italiana del siglo XII a quien aprendió a imitar. Quizá valga mencionar que en la misma pila bautismal recibió el primer sacramento, san Martín de Porres. Y con esto queremos destacar que nuestro país es una tierra fecunda en frutos de santidad; inicialmente como resultado de la primera evangelización y ahora, con la beata Aguchita, como fruto de la constante evangelización. Ya desde los primeros momentos de la llegada del mensaje cristiano a nuestro mundo, podemos decir que, “desde entonces el jardín florecía y, lleno de perfumes, florece todavía”.
Si bien el padre de Isabel, don Gaspar Flores, arcabucero en la guardia del palacio del virrey debió tener una situación acomodada, la realidad era bastante distinta y la familia pasaba no pocas penurias, por lo que cuando Rosa tenía 12 años, la familia se trasladó, pues su padre, fue nombrado administrador del obraje situado en las cercanías de Quives y allí permanecieron por espacio de cuatro años. Estando en Quives, recibió el Sacramento de la Confirmación, de manos del Arzobispo de Lima, Santo Toribio de Mogrovejo, quien hacía por entonces una visita pastoral por toda su diócesis y le puso el nombre de Rosa.
De regreso a Lima, la familia vivirá momentos de gran estrechez económica, Rosa debe ayudar con trabajo manuales, bordados y otras labores para el sustento familiar. No obstante, como hacía desde niña, gustaba de la oración y la lectura, pues, no obstante la época, ella sabía leer y disfrutaba de ello. Su madre, deseaba que, como cualquier otra joven, Rosa contrajera matrimonio, pues de conseguir un buen partido, se podría asegurar cierto respaldo para la familia en general. En el huerto de su casa Rosa construye una pequeña celda donde pasa parte del día dedicada a la oración y sale de su casa solo para asistir a misa y visitar hospitales, a pobres, a esclavos enfermos, compartiendo con ellos sus propias raciones, ya que en casa, los alimentos no eran abundantes.
Rosa tuvo muchas experiencias místicas, pues el mismo Cristo se le aparecía en la forma de un tierno niño al que ella llama “Mi doctorcito”. Desde entonces y con no poco recelo familiar, la gente la admiraba por la dedicación con que atendía a los más necesitados. Incluso su propia madre, que se oponía a estas prácticas, reconoció luego la excepcionalidad de su hija y muerta ésta, dio testimonio de todos los detalles de vida contemplativa, oración y caridad cuando ella misma ingresó como religiosa de clausura.
En el año 1606 se consagró a Dios, convirtiéndose en una laica entregada a la vida religiosa como Terciaria de los Dominicos, ya que su deseo real era ingresar al monasterio de Santa Clara, como religiosa de clausura, pero la realidad de su familia no lo permitía. Ella siguió viviendo en el hogar de sus padres e hizo votos privados de pobreza, castidad y obediencia, de los que solo conocía su hermano y confesores.
Entre sus santas patronas, ella tenía una especial devoción por santa Catalina y quiso imitarla viviendo también un matrimonio espiritual con Jesús y así hizo unos esponsales místicos que se sellaron el jueves santo del año 1607, con la ayuda de su confesor y la sigilosa y silenciosa complicidad de su hermano Hernando. En esa oportunidad, ella escucha esas hermosas frases del señor que le pregunta: ¿“Rosa, Rosa, ¿quieres ser mi esposa?”. A lo largo de su vida ella le cantó al amor y se guardan algunas hermosas coplas compuestas y cantadas por nuestra santa como esta: “Ángel de mi Guarda, vuela y di a mi Dios que por qué se tarda, que por qué se tarda. Joven celestial, vuela al Criador, dile que sin vida yo, viviendo estoy. Dile de mis ansias el gran rigor, pues vive el que espera y me muero yo. Ruégale que venga hacia mí veloz; muéstreme su rostro que muero de amor. “
Rosa falleció en la madurez de su juventud, a los 31 años de edad, poco después de la medianoche, al empezar el 24 de agosto de 1617, susurrando: “Jesús, Jesús sea conmigo”. Los testigos señalaron que la habitación recibió lluvia de pétalos de rosa y que su cuerpo despedía un aroma limpísimo y agradable.
Fue en la casa de la familia de la Maza, amigos de ella y de su familia. Luego, el cuerpo fue revestido con el hábito de las religiosas dominicas y se le veló por corto tiempo en una sala más grande de esa residencia y luego, transportada públicamente, en una procesión multitudinaria desde ese lugar hasta el convento de Santo Domingo.
Fue la primera americana canonizada; lo proclamó el Papa Clemente X en 1671 y su fiesta se celebra el 30 de agosto de cada año, cuando vamos hasta su casa y depositamos nuestros deseos, escritos en una carta, en el pozo que se encuentra en el jardín de la Basílica de Santa Rosa de Lima en nuestra ciudad. No obstante, la devoción a Santa Rosa se inició con ella en vida; los testimonio de los milagros que ella realizó y el conocimiento de su santidad a lo largo de todo el planeta, nos demuestran que es una santa en la que cayeron semillas y en ella fructificaron.
Santa Rosa sigue siendo un símbolo de peruanidad y un testimonio potente del mestizaje. Hoy el mundo entero la reconoce en sus virtudes extraordinarias y se asocia a la riqueza cultural de nuestra patria.