Mariátegui
Por: Carlo Rivera El Montonero
- ¿Ustedes no saben quién es Mariátegui?
- Y bien… es una nueva luz de América,
- el prototipo del nuevo hombre americano.
- Henri Barbusse
T. S. Eliot en “El entierro de los muertos” dibuja estos versos con afligida melancolía: “Abril es el mes más cruel: engendra lilas de tierra muerta, mezcla recuerdos y anhelos, despierta inertes raíces con lluvias primaverales.” Abril se llevó al más grande pensador de América Latina, como precisó Carleton Beals en su libro “Fuego en los Andes” según una amena nota de César Lévano a Anita Chiape (Caretas, N° 393, 14 de abril de 1969).
En el libro Mariátegui y los orígenes del marxismo (1980) de José Aricó, Jorge Basadre escribe estas líneas a manera de preámbulo: “Pareciera que asistimos al nacimiento de un mito, fortalecido por la muerte prematura, la enfermedad heroicamente soportada, la tenaz lealtad de las ideas y el genial talento que a veces se acercaba al genio”. La voz serena y consciente del historiador tacneño nos ayuda a clarificar las dimensiones de la efigie del pensador José Carlos y la resistencia de sus ideas en los avatares de la vida peruana.
Pablo Neruda en el prólogo del libro Poemas a Mariátegui (1951) escribe del Amauta lo siguiente: “Fue un examinador que enseñó, fue un maestro que metió las manos en la tarea y en el hombre para amalgamarlos y examinarlos en la historia”.
Un 16 de abril de 1930, luego de una agonía y en plena faena heroica de su pensamiento la enfermedad que lo aquejó por mucho tiempo lo condenaba a morir. Poco antes había proyectado su nueva estancia en un lugar menos crispado para curarse de sus dolencias. Su lucidez estaba intacta, su pluma estética seguía el trayecto inicial. Era un ensayista de belleza en las formas y energía en los argumentos, un político listo para el debate en cualquier contexto, un cronista sensible, un periodista audaz y capaz de escribir del mundo a través de un reportaje o un artículo. Alberto Flores Galindo afirma que “desarrollaría una prosa límpida, puntual y directa.” y en esto el periodismo fue su mejor trinchera para despliegue de sus ideas o en palabras más exactas como las del cronista Eloy Jáuregui: “hizo de su pluma un instrumento para cambiar el país y el mundo”.
Su repentina muerte nos privó de tenerlo algunos años más como un visionario (comprendió al indio, al literato, al campesino, al estudiante o a sus camaradas obreros) capaz de revelarnos la realidad con la inteligente iluminación de su lenguaje. Las crónicas de la época dan cuenta de una muchedumbre cargando su cadáver y acompañándolo con el himno de la internacional. Trabajadores, panaderos, canillitas y estudiantes, todos en un unánime coro de dolor por la pérdida del Amauta ante una Lima y un país que lloraban su desamparo.
María Wiesse en su libro La curva de una vida (1971) nos da cuenta, a manera de una sensible crónica santificada (y hasta delirante), la travesía de José Carlos. A los ocho años, débil y pobre, sin tener la posibilidad de concluir estudios escolares, decide reírse un poco de la adversidad aprendiendo por cuenta propia lo más sustancioso del conocimiento entre revistas y libros debido a una enfermedad que lo llevó a la clínica Maison de Santé. A los catorce años, ya era un diligente lector e ingresa como alcanzarrejones al diario La Prensa. Trabajó en sus juveniles años en el Turf, Lulú o Mundo Limeño y La Prensa. Por aquellos años —su edad de piedra—, la literatura se convierte en su compañera sensitiva despertando en él un estilo sensual, insolente, exquisito en matices y recursos en cada uno de sus textos escritos bajo el seudónimo “Juan Croniqueur”.
“Humilde fue Mariátegui como lo han sido todos los precursores, los sembradores de ideas, los mensajeros de una doctrina. Humilde y generoso; se dio todo y nada reclamó. Ni honores, ni fama, ni dinero, ni aplausos.” nos dice Wiesse invocando esa gigante humanidad de genio.
Conoce luego a Abraham Valdelomar, amistad con la que experimenta algunos tiempos de bohemia artística con El Conde de Lemos tan rebelde e iconoclasta. La chamusquina de un esteta desafiando a una urbe moralista. A Mariátegui no parece gustarle el desenfreno sino la meditación y opta por otros caminos que la historia le tenía reservado. Abrazó la reflexión desde la odisea de sus ojos inquietos y su alma de moribundo.
En 1919 el presidente Augusto B. Leguía, en su propósito de quitarlo del camino, lo “expulsa” del país junto a César Falcón (como “agentes de propaganda” en el viejo continente) sin imaginarse que les hacía un favor a quienes ejercieron una férrea crítica al gobierno desde el diario La Razón que fundaron como una gran aventura periodística historia que ha contado maravillosamente Juan Gargurevich en su obra La Razón de Mariátegui. Crónica del primer diario de izquierda (1977). El diario marca la transición de su pensamiento en sus editoriales a través de una robusta preocupación social y una postura contra el abuso del poder. Testimonios más eruditos y solventes como el del maestro Estuardo Núñez en La experiencia europea de Mariátegui (1978) dan cuenta de su travesía en Europa donde realiza su mejor aprendizaje. En el viejo continente se nutre de la cultura y de los debates intelectuales de su tiempo, palpita al fragor de las ideologías en boga y las nuevas corrientes literarias. A su regreso, en 1924, inicia una obra intensa: edita la revista Amauta, funda el diario de los trabajadores Labor, escribe Los siete ensayos, funda la Confederación General de Trabajadores (CGTP), dicta conferencias, escribe sobre temas educativos, sociales y políticos. Afirma contundentemente ser “marxista convicto y confeso”.
A pesar de su corta existencia (35 años), tuvo una gran producción intelectual. De la nueva generación afirma que no es una mera frase y la ve como una generación eminentemente constructiva, muy idealista y realista.
A pesar de la grandeza de este “sudamericano pálido y cenceño”, muchos han tergiversado su legado mancillando su espíritu mostrándonos a varios “mariáteguis” que responden a reduccionismos políticos o al panfletario abuso de su vigorosa iconografía. Volviendo a la poesía Alejandro Romualdo dedica al Amauta estos versos:
- Tú colocaste la primera piedra
- De una alegría colectiva
- Pusiste alas seguras a todos nuestros deseos
- Trazaste el vuelo puro de la lucha popular.
José Carlos Mariátegui es la conciencia estética y humana más original del siglo XX peruano. Su pensamiento trasciende nuestras fronteras hasta rozar la universalidad porque no solo pensó en el presente y sus coyunturas (políticas, sociales y culturales) sino que miró al hombre y sus dramas con el cristal del futuro. Supo descifrarlo no desde los ojos de un especialista o premunido de una técnica académica sino desde su imperativa voluntad de moribundo creador —unamoniamo— intentando cambiar la realidad. Su proclama perdura en las generaciones porque su rebeldía es de cualquier tiempo. Las lecturas de sus faenas intelectuales son de posibilidades infinitas.