EL LIBRO DEL AÑO: «VARIACIONES VICTORIA»
Por: Willard Díaz
Un notable libro de poesía publicado el 2022, “Variaciones Victoria”, de Carlos López Degregori, vino hasta nosotros con motivo del 15 Festival del libro celebrado en noviembre pasado. Fue ocasión de disfrutar de su lectura y comentarla con el mismísimo autor. Aquí pasajes de una sabrosa conversación arequipeña sobre poesía con el autor.
Para alegrarnos la vida un poco, cuéntanos algo de tus años arequipeños.
R. Viví en Arequipa hace mucho, en un remoto pasado. Nací en Lima pero llegué a Arequipa porque mi padre era médico y vino como director del Hospital General, cuando lo inauguraron, el 60. Llegué cuando tenía siete años más o menos. Empecé a estudiar en La Inmaculada, en Lima, y pasé aquí al Colegio San José. Me quedé hasta el año 68. Terminé la secundaría en Lima.
¿Recuerdas a algunos de tus compañeros arequipeños?
R. Que están en el domino de la cultura, por ejemplo Germán Rondón, Ramiro Pareja.
En esos años yo era un lector apasionado fundamentalmente de novelas de aventuras, las de Emilio Salgari, de Julio Verne. Mi casa era un espacio siempre con libros. En quinto de media, cuando volví a Lima, empecé a escribir poesía.
Mi primer libro apareció con el sello de La Sagrada Familia, en 1978, yo tenía 26 años.
¿Perteneciste a ese grupo?
R. Por unos meses. Participé en uno de los números, más por amistad con algunos de los integrantes como Roger Santibañez, Edgar OHara y Quique Sánchez. Porque en realidad yo sentía mi poesía distinta y distante de lo que se hacía y se esperaba en los 70. Mi primer libro es más una poesía introspectiva, metafísica. Creo que la mía era una propuesta que no casaba tanto con lo que se esperaba de la poesía de los 70, que era la poesía de la calle, testimonial, conversacional, poesía situada.
Lo que sucedió es que en los 70 yo viví fuera del Perú, viví en Colombia, y allí también tuve una relación un poco extraña con la literatura. Cuando llegué, el 73, para estudiar en la Universidad Javeriana, todavía el nadaísmo tenía alguna influencia, mezcla del existencialismo y la poesía de los beatniks. Era una poesía conversacional. Pero la influencia de un profesor que tuve en la Javeriana, Giovanni Quessep, poeta colombiano, me marcó; porque él veía la poesía de otra manera, era una especie de poeta provenzal en otro tiempo.
Mis lecturas de ese momento fueron el surrealismo, Lautréamont, Rimbaud. No era la poesía anglosajona que en los años 70 era muy influyente. Leía a Pessoa, a Octavio Paz, la poesía de Juarroz. Mis lecturas, mis preferencias iban entonces por otro camino.
Así, poco a poco apareció mi identidad en la escritura, que está en toda mi obra. Porque yo creo que he escrito un solo libro a lo largo del tiempo.
¿“Variaciones Victoria” es un libro de poesía en prosa?
R. Yo lo considero un poema en prosa. Desde hace un buen tiempo, incluso desde medianos de los 80, en mi libro “Una casa en la sombra”, que publicó en INC, hay algunos poemas en prosa que tienen incluso un hilo narrativo extraño, más que historias clásicas son atmósferas tal vez, o escenas, casi escenas desprendidas de un relato mayor, desconocido.
Creo que en los últimos diez años la escritura de poemas en prosa es cada vez más importante para mí. Es la forma, el discurso que me ofrece lo que quiero cuando escribo. Porque es como una esponja que absorbe muchas cosas; puede tener elementos narrativos, confesionales, testimoniales, elementos reflexivos y también elementos líricos. Yo creo que “Variaciones Victoria”, por lo menos así lo veo aunque cada lector pueda tener su propia idea, es un poema en prosa. Un solo poema divido en treinta y dos partes.
Partes de una referencia musical a Bach y sus Variaciones Goldberg, que tiene dos arias y treinta variaciones, ¿no?
R. A mí la música siempre me ha acompañado. Es una presencia permanente en mi existencia, en mi trabajo. Todo tipo de música, no solo la música culta o, en este caso, la barroca.
Las primeras variaciones aparecieron más o menos hará unos ocho años, los esbozos de unas pocas variaciones. En ese momento estaba trabajando un libro que es una especie de híbrido, que se llama “La mano umbría”, y que tienen ensayos, poemas, y al comienzo pensé que esos poemas que son sobre un cráneo —porque yo tengo un cráneo en casa que se llama Victoria, en mi estudio. En el libro presento a Victoria, su llegada a mi casa, creí iban a formar parte del libro “La mano umbría”, pero me di cuenta de que en realidad necesitaban un desarrollo mayor, era algo que podía trabajarse con mucha más profundidad, riqueza, más posibilidades.
Entonces en los dos o tres últimos años fui perfilando el libro, escribí las variaciones, los primeros borradores se transformaron en algunos de los fragmentos. Casi como un principio estructural, porque el libro juega con el tema, motivo, del cráneo. Y sobre él van presentándose distintas visiones, miradas, acercamientos. Como variaciones.
Si tomamos la referencia a las Variaciones Goldberg, , que como casi toda la obra de Bach, son bastante rigurosas, sistemáticas, en ellas se presenta el tema, que en realidad copia de alguien, y luego las variaciones que son sistemáticas, variaciones en canon a la segunda, a la tercera, a la cuarta, etcétera. De un modo muy riguroso. ¿Tú has seguido ese plan?
R. No, no. Simplemente he tomado el concepto de variación: un motivo y de él desprender capas, como en una cebolla. Esa cebolla es el cráneo.
Por eso me parecieron más a las de Beethoven, las Diabelli. Pero el tema es la calavera, sí. Lo que veo en la primera de las partes es la presentación del tema, la llegada de la calavera a tu vida. En la segunda separas a la clase y al individuo. La clase, dices, son los nombres comunes, “calavera”, y el individuo surge cuando lo denominas: “Victoria”.
R. Sí, el uno contra la pluralidad.
Luego viene una variación sobre el efecto del lenguaje como mecanismo de diferenciación. Pero tu lenguaje trabaja también mediante la asociación libre de palabras. Hay partes en las que te pasas de una palabra a la más parecida y luego a otra parecida, y empiezas a irte a caminos medio inconscientes.
R. Eso, es una deriva. El método es derivativo. Estás en un inmenso, gigantesco océano, un océano de huesos, si quieres, o un inmenso río que aparece al final, y tú vas por ahí moviéndote. Así aparecen las referencias culturales: poemas, pinturas.
Yo escribo poesía, y lo puedes ver al final de “99 púas”, en una entrevista reveladora, no como un discurso absolutamente claro, no sé adónde voy a llegar. Escribo casi con los ojos no voy a decir cerrados, ni de una manera inconsciente o automática, pero sí, el poema y el lenguaje van siguiendo, marcando un camino.
¿Y le temes a las arañas?
R. En general no me gustan los insectos.
Acá dice “le temo a las arañas y al amor”.
R. Bueno, creo que todo el mundo tiene sus temores.
En otra variación hay dos citas sobre la muerte, la del “memento mori”, y la de “Ave César, los que van a morir te saludan”. No parecen situaciones trágicas las tuyas sino agónicas.
R. Claro, la muerte le da sentido a la vida. Sin certeza absoluta, creo que el libro busca el sentido de estar aquí. Esa idea de la lucha constante contra la muerte, esa idea agónica, está en el barroco. La tienes en Quevedo, por ejemplo, perfectamente desarrollada.
Los haikus, hay varios en tu libro. ¿Por qué te agradan?
R. Me interesan por la limpieza que tiene los haikus y esa capacidad suya de sugerencia. Es como un disparo rompiendo un cristal, o rompiendo el agua de un estanque.
Claro, el último verso de los tres del haiku siempre es revelador. Y tus relaciones con José Emilio Pacheco. ¿Lo conciste?
R. He tenido oportunidad de coincidir con él en alguna mesa. Es un poeta notable. Que me gusta mucho.
Aunque irregular.
R. Es que escribe demasiado. “No me preguntes cómo pasa el tiempo” me parece un libro maravilloso. Lo tengo en la edición que sacó Joaquín Mortiz, la primera edición, que es notable. Pacheco es un poeta del tiempo.
Este verso: “Cuando era niño martirizaba caracoles”, atemoriza.
R. Es esa crueldad infantil. Los niños son a veces crueles.
Ahora, hay cuotas de ficción y de exageración en la poesía. Aunque alguna vez sí, he quemado un caracol. Alguna vez, quizá también lo has hecho, has arrojado una araña a un hormiguero.
En la variación siete reaparecen los caracoles: “siguen patrones circulares”. No sabía eso.
R. En algún momento lo hacen.
Y dices que es porque su concha tiene la figura helicoidal. Y en la variación ocho dices que los caracoles son hermafroditas.
R. Eso es para universalizar a Victoria. Yo no sé si ese cráneo fue de hombre o de mujer. El libro concluye diciendo Yo soy Victoria, un ella o un él.
Hablas aquí del género. Por lo que dices, el género no es un problema.
No. Indudablemente no lo es. Son construcciones culturales y debemos aceptarlas y reconocerlas todas.